lunes, 25 de mayo de 2009

Rinconete sobre Antonio Benítez Rojo

Rinconete > Literatura
Miércoles, 6 de mayo de 2009
LITERATURA

El Caribe de Antonio Benítez Rojo

Por Luis Rafael

El cubano Antonio Benítez Rojo (La Habana, 1931-Massachusetts, 2005) en los años en que trabajaba en la Casa de las Américas, donde dirigió el Centro de Estudios del Caribe, estrechó su relación con el contexto antillano e inició un camino que encausaría su obra. Narrador, guionista de cine, ensayista, profesor universitario, obtuvo el premio Casas de las Américas en 1969 con su colección de cuentos Tute de reyes y el Premio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 1969, con el libro de relatos El escudo de hojas secas. Antes de su salida definitiva de Cuba, dirigió tres secciones de Casa de las Américas: el Centro de Investigaciones Literarias (1970-1971), el Departamento Editorial (1974-1980) y el Centro de Estudios del Caribe (1979-1980). En aquella etapa, a partir de su relato «Las estatuas sepultadas» (perteneciente a Tute de reyes) escribió el guión de la película Los sobrevivientes, que dirigiríaTomás Gutiérrez Alea; dictó conferencias y editó su obra más conocida, la novela El mar de las lentejas (1979), donde manifiesta la maduración de su narrativa y esboza su tesis de que el Caribe está emparentado pese a la disparidad de lenguas y culturas, con la insularidad y el diálogo de influencias.

Hijos de la colonización europea, los pueblos del Caribe, viven de frente al mar, lo que define sus idiosincrasias, removidas por la historia y en plena reconstrucción. De ahí que para Benítez Rojo las Antillas no sean tierras inconexas sino una misma isla que se repite desde el punto de vista esencial de una identidad común, ontológica e histórica. Religión y folclor, vitalidad y existencia, le parecen indisolublemente unidos, vinculando países tan dispares como Cuba y Jamaica.

Cuando Benítez Rojo llegó a los Estados Unidos en la década de 1980, estaba formado intelectualmente. Ganó una cátedra de literatura latinoamericana en Amherst College (Massachussets), fue profesor visitante en las universidades de Harvard, Emory, Brown, Yale, Pittsburgh y Miami. Mirando al Caribe desde el Norte, continuaría su obra; escribió numerosos ensayos y nuevas ficciones, entre las que destacan el libro de relatos Paso de los vientos (1999) y la novela Mujer en traje de batalla (2001), que demuestran el dominio técnico y la erudición de su prosa.

Más tarde se tradujo al inglés su paradigmática novela El mar de las lentejas, que fue aclamada como uno de los libros más importantes publicados en Estados Unidos durante 1991, según el New York Times Book Review. Para entonces su autor había dado a conocer el ensayo La isla que se repite: el Caribe y la perspectiva posmoderna (1989), así como varias antologías de literatura caribeña, con las cuales reafirma y organiza su tesis de un Caribe interconectado más allá del histórico divorcio entre islas, del aislamiento y de las apariencias y las diferencias. El meta-archipiélago caribeño es caracterizado por Antonio Benítez Rojo desde su ficción y su reflexión, como patria ideal más que real, espacio de valores compartidos en la desemejanza y el deseo, en la añoranza infinita de horizontes.




© Instituto Cervantes. Reservados todos los derechos.


**

Rinconete sobre Rafael María de Mendive

Rinconete > Literatura
Lunes, 27 de abril de 2009
LITERATURA

Rafael María de Mendive, maestro de Martí

Por Luis Rafael

Cuánto debemos los hombres a esos educadores inolvidables que nos inculcaron amores y desamores. En el caso de Martí, fue su maestro Rafael María de Mendive (La Habana, 1821-1886), quien le inculcó el sentimiento patriótico y las ansias independentistas a que consagró su vida.

Quiso el azar que el niño José Martí fuese al Colegio «San Pablo», fundado por Mendive, donde tuvo como guía al poeta y pedagogo cubano, quien enseguida notó la genialidad del discípulo y lo apadrinó hasta el punto de enfrentarse a su padre para que le permitiera continuar su formación. Gracias a él, Martí ingresa en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, hace traducciones, ahonda en el conocimiento de la poesía y escribe sus primeros artículos. Mendive incluso costeó los estudios de su discípulo predilecto y orientó sus lecturas. Como reconoció Martí mismo, el maestro fue para él un segundo padre e influyó decisivamente en su formación patriótica y cultural, hasta su condena al destierro en 1869 por sus ideas independentistas, fecha en que tiene que marcharse a España, de donde pasa a Estados Unidos para regresar a Cuba luego del Pacto del Zanjón, en 1878. Sin embargo, para entonces Martí había sido también penado al destierro, ya que las autoridades gubernamentales encontraron en la casa de su condiscípulo Fermín Valdés Domínguez una carta dirigida a otro ex-alumno de Mendive, donde lo calificaban de traidor por haberse alistado en el ejército colonial. Presuntos autores del documento, Martí y Valdés Domínguez fueron juzgados y condenados en consejo de guerra, el primero a seis años y el segundo —perteneciente a una familia acaudalada—, a seis meses de cárcel. Con solo 16 años, Martí ingresa en prisión y es llevado a trabajar en las canteras de San Lázaro. Conmutada la pena por el destierro, parte a España en 1871. Entonces, bajo el influjo de las ideas de su pedagogo, ideas que ya para entonces son propias, publicará su testimonio del calvario vivido, El Presidio Político en Cuba, su primera obra significativa en prosa, hito de una larga lista de textos encaminados a la divulgación del oprobio colonial.

En la ideología de Mendive influyó el romanticismo, movimiento que enriqueció con su literatura, ya que llegó a formar parte de la llamada «reacción del buen gusto», que se opuso a los excesos de la literatura grandilocuente de los primeros autores de ese movimiento. Traductor de Lord Byron, de Thomas Moore y de Longfellow, él prefiere el tono melancólico, las atmósferas apacibles y las metáforas naturales, que le acercan al intimismo. La lírica de Rafael María de Mendive toma como inspiración el paisaje cubano, se focaliza en elementos aparentemente insignificantes, con los que el artista se identifica: la palma, el mango, la ceiba, la paz y el éxtasis de la naturaleza. Entre sus poemas de fina sensibilidad, destacan «A un arroyo», «Los dormidos», «La oración de la tarde» y «La gota de rocío», donde versa: «Cuán bella en la pluma sedosa de un ave, / o en pétalo suave / de nítida flor, / titila en las noches serenas de estío / la diáfana gota de leve rocío…».



© Instituto Cervantes. Reservados todos los derechos.

**

La maga Karla Suárez y su verbo brujo

Rinconete > Literatura
Jueves, 16 de abril de 2009
LITERATURA


La maga Karla Suárez y su verbo brujo

Por Luis Rafael

Invitado al Salón Iberoamericano del Libro, que preside Luis Sepúlveda y celebra la primavera asturiana cada mayo en la marítima ciudad de Gijón, una tarde de presentaciones conocí a mi coterránea Karla Suárez (La Habana, 1969). Había visto su foto en el programa del evento y cuando apareció bajo su inconfundible cabellera etrusca, me acerqué y le pedí confirmara si a ella debíamos la novela Silencios (Premio Lengua de Trapo, 1999), obra que tanto disfruté por su buen ritmo y el desenfado que señorea en sus páginas.

Enseguida conectamos; Karla me presentó a sus amigos, que más tarde, gracias a su generosidad, serían también míos. Y descubrí que ella jamás se callaba; que aunque hablara torrencialmente sus opiniones resultaban hijas legítimas de la reflexión intelectual; que un halo mágico rodea su cabeza, más allá de los cabellos rubios y encrespados; que la joven autora es capaz de estarse varios meses a la sombra para forjar su creación y luego emerger como la primavera, refulgiendo de la mano de su narrativa, presta a lidiar con escritores, editores, agentes, admiradores y demás fieras, a la larga prisioneros de su palabra. Firmando libros o integrante de un panel de sesudos escritores, señorea siempre ella. Porque cual Circe, Karla embruja con su presencia y sus argumentos, entre los que sobresale el que desarrolla en Silencios, fábula hija de la experiencia personal, donde demuestra su enorme capacidad de seducción y la expresividad y naturalidad de su discurso.

La siguiente novela, llena de reminiscencias y titulada La viajera (2005), refleja el rostro de la autora, desde los guiños cómplices a sus ascendientes literarios: La ciudad invisible, de Ítalo Calvino; la Odisea, de Homero; el magnético personaje de la Maga, creación del Julio Cortázar en Rayuela. Sin embargo, Karla Suárez es una escritora que se nutre principalmente de su propia y rica existencia, de ahí que sin dejarse seducir por las lentejuelas del mercado, en poco más de dos décadas haya forjado una narrativa sólida, que describe su tránsito a la maduración intelectual, sus dudas y angustias existenciales.

En cuentos y novelas, las historias que narra son veraces, algunas veces testimoniales, ya que de Karla tienen bastante las protagonistas de sus obras, mujeres valientes y arriesgadas, capaces de desafiar al mundo: la joven que en Silencios descubre las mentiras que sostienen a su familia y termina aislándose en su intimidad; la Circe de La viajera que abandona Cuba en busca de su identidad…

Desde la lejanía, mima Karla a sus amigos. De vez en cuando me llegan sus mensajes, que firma con uno de sus seudónimos (o heterónimos) favoritos: Circe. Es la misma maga mitológica, diosa y hechicera, que vivió en la isla de Eea y quien, según cuenta Homero en la Odisea, estaba rondada por fieras que en realidad serían las víctimas de su hechizo. La amistad, el auto reconocimiento, la aventura, el amor y los sueños, son los hilos con que esta Circe, que resulta Karla Suárez, elabora sus tapices fantásticos: una narrativa que conserva el calor de su Isla natal y la magia de su verbo brujo.


© Instituto Cervantes. Reservados todos los derechos.

**

martes, 14 de abril de 2009

Liz desea a la venta en EE.UU. y por Internet


A la venta ya en EE.UU. y por Internet la novela Liz desea (Ed. Sigla, 2009)



LIZ DESEA

Los dilemas internos de una niña que se hace mujer de la noche a la mañana, en una ciudad donde no todo es color de rosa: La Habana.


Liz es una adolescente que intenta crecer en un mundo donde casi todo le es adverso. Desde los conflictos más simples hasta los más espinosos, el autor devela la más pura dimensión de un ser fascinante que parece vivir en la frontera misma de la realidad y la fantasía; un mundo idílico que contrasta con una realidad áspera, plagada de contradicciones que la protagonista se dispondrá a remover sin traicionar sus sueños. Liz encontrará su felicidad definitiva aún cuando todo parecía precipitarse en un abismo de infortunio.


**

Liz is a teenager that is struggling to grow up in a world where almost everything is adverse to her. From the simplest conflicts to the uncomfortable ones, the author reveals the purest dimension of a fascinating being who seems to dwell in the very frontier between reality and fantasy; an idyllic world that contrasts with a harsh reality filled with contradictions that she will try to bypass without renouncing to her dreams.



Puede adquirir la novela en la Web de la Editorial Sigla o en la librería virtual Createspace.com, accediendo a las páginas siguientes:


Editorial Sigla:



Libería Virtual:



**

lunes, 6 de abril de 2009

Eugenio Florit y la belleza


(Tomado de Rinconete. Cervantes Virtual)

Por: Luis Rafael

Al comienzo de un soneto, escribió Eugenio Florit (Madrid, 1903-Nueva York, 2000): «Habréis de conocer que estuve vivo / por una sombra que tendrá mi frente». En los Estados Unidos, donde residía desde 1940, murió el poeta, a los 97 años de edad, lejos de la tierra que eligió como patria y donde los jóvenes escritores acuden a su obra para abrevar en la belleza, que con tanto esmero cultivó este autor, clave (junto a Emilo Ballagas y Mariano Brull) en la llamada «poesía pura», un tipo de lírica que no pretende más que reflejar en sus aguas mansas el rostro límpido de la realidad.
Aunque nació en Madrid, hijo de padre español y madre cubana, relata en una entrevista que al arribar a Cuba, con apenas 14 años, supo que había llegado «a donde iba a ser el centro de mi vida y de mi obra». En La Habana cursó estudios en el Colegio La Salle y se graduó en Leyes y en Derecho Público. En 1927 se unió al grupo de la Revista de Avance, publicación que aglutinaba a los escritores vanguardistas y en la que comenzaron a aparecer sus textos. Enseguida se editaron sus poemarios Trópico (1930) y Doble acento (1937), este último prologado de forma entusiasta por Juan Ramón Jiménez. Todavía en la patria adoptiva, escribió y editó Reino (1938) y Cuatro poemas (1940), antes de hacerse cargo del consulado cubano en Nueva York, puesto al que renunció en 1945 para dedicarse a la docencia, que ejercería en la Escuela de Verano de Middlebury (Vermont), en la Universidad de Columbia y en el Barnard College neoyorquino, hasta su jubilación en 1969. Sus ensayos y poemas aparecieron en importantes revistas, como Social, Lyceum, Revista Cubana, Orígenes, La Gaceta Literaria (Madrid), Repertorio Americano (San José de Costa Rica) y Revista Hispánica Moderna (Nueva York), cuya dirección compartió con Federico de Onís y con Ángel del Río, hasta que la asumió totalmente en 1962. Pese a que nunca perdió su acento español y vivió más de la mitad de su vida en Estados Unidos, Florit se consideraba cubano y a su lírica continuadora de la tradición literaria de la Isla.
Creador de un discurso único, de permanencia y eternidad, fue un hombre solitario, que amó la poesía y mediante ella quiso acercarse a Dios. En una entrevista concedida poco antes de su muerte, declaró que sentía como un compromiso con la humanidad «crear belleza como y cuando pueda», y quizás por ese motivo su lírica discurre mansa, eligiendo piedrecitas y relumbres, lejos del maremoto existencial. A sus poemarios publicados en Cuba, sumó algunos más, entre los que prefiero Conversación a mi padre (1949), Asonante final y otros poemas (1955), Antología penúltima (1970) y Lo que queda (1995), confirmando su vocación lírica y manteniendo la coherencia con su poética inicial, que rehusó la experimentación vanguardista y se concentró en la plasmación de temas trascendentes. Candidato varias veces al Premio Cervantes, querido por muchos, rodeado de amigos y familiares, el poeta que no tuvo enemigos, sin embargo, nunca dejó de sentir sobre su frente la sombra de la tristeza. En Canciones para la soledad Eugenio Florit expresó: «Tú no sabes, no sabes / cómo duele mirarla. / Es un dolor pequeño / de caricias de plata».


© Instituto Cervantes. Reservados todos los derechos.
****

viernes, 3 de abril de 2009

El barroco de Severo Sarduy


Tomado de Rinconete. Cervantes Virtual



Por: Luis Rafael

En el número VII de la revista Jácara (1998) publicamos tres décimas de Severo Sarduy (Camagüey, Cuba, 1937-París, 1993), copiadas por su hermana Mercedes. En ellas, el iconoclasta y polémico autor hacía su peculiar elogio de la piña, el mamey y el folclor cubano, inspirador de su barroco. Lezama Lima, maestro y paradigma estilístico de Sarduy, defendió que mediante el barroco el arte podía acercarse a la compleja realidad y reflejarla. Severo, nacido en el oriente cubano y con un bisabuelo de apellido Macao, incorpora a la mixtura de la identidad nacional el elemento asiático, desde su temprana fascinación por la cultura china. Pero, su acercamiento al universo oriental y al budismo tibetano, resulta diferente del lezamiano o de la fascinación de Julián del Casal y de otros tantos modernistas de Hispanoamérica, porque se alimenta de la interrogación y de la conciencia de que lo asiático estaba en las raíces de nuestra identidad.
Severo emprendió viajes al Medio Oriente y expediciones a China y la India, en busca de respuestas para sus inquietudes existenciales, y llegó a incorporar la sensibilidad asiática a su literatura, que rompe fronteras de representación como espacio idóneo para hibridaciones y mestizajes (véase el documental de Cervantes TV sobre la exposición «El Oriente de Severo Sarduy», celebrada en la sede central del Instituto Cervantes en 2008). Sabedor de que la huella china va más allá del irremplazable plato de arroz en la mesa cubana, en el soneto Mensaje a Changó (1986) conecta a Buda con la deidad del panteón afro con quien se sincretiza. Su obra literaria y plástica, al cabo, descubre las «oscuras afinidades» constatables entre la tradición oriental y la isleña; y dinamita las fronteras entre el pensamiento asiático y el occidental, conformando una propuesta barroca y conciliadora. Sin embargo, en un panorama dominado por «lo español» y «lo africano», los elementos orientales deben rastrearse en las sutilezas, con las que articula su discurso el autor de los ensayos Escrito sobre un cuerpo (1969) y Barroco (1974).
Luego del triunfo de la revolución de 1959, Sarduy colaboró en Diario libre y Lunes de revolución, hasta que viajó a París en 1960 para realizar estudios de Historia del Arte y nunca regresó a su país. En Francia estuvo vinculado al círculo de pensadores y escritores que hicieron la revista Tel Quel y trabajó como lector en Editions du Seuil y como redactor en la Radiotelevisión francesa. Pero desde París, ciudad donde murió de sida en 1993, soñó a Cuba y edificó su poética barroca. De donde son los cantantes (1967), el libro que lo da a conocer y arranca elogios de Lezama, resulta un pastiche donde conjuga desde el humor y la irreverencia inteligente, las culturas española, africana y china, nutridoras de la singularidad y del carácter cubano. Las relaciones entre Oriente y Occidente, van a definir además las propuestas de Cobra (Premio Médecis, 1972) y Maitreya (1978), volumen que marca su madurez estilística y que evidencia la particularidad transcultural y sincrética de su barroco. Sus textos posteriores, Colibrí (1984) y Cocuyo (1990), retornan a las fuentes de «lo cubano» desde una perspectiva abierta e integradora, que rompe con cánones y desata la inhibición y la duda más allá de la propuesta argumental. Autor de una veintena de libros, Severo Sarduy es pionero en la defensa de la cultura china como fuente nutridora de la cubana. Su empeño literario abrió sendas para replanteos de «lo cubano» y estudios históricos y antropológicos que le dan la razón a sus intuiciones artísticas y sus certezas barrocas.


© Instituto Cervantes. Reservados todos los derechos.


****

Alumbramientos de la poesía cubana


Alumbramientos de poesía



Por: Luis Rafael


Dilatados hacia el alumbramiento de la Mar Océana, los ojos del Almirante, del primer mirador, Cristóbal Colón, parían islas, islotes, pétalos de tierra que comenzaban semejando nubes y terminaban describiendo siluetas azules. La Utopía reencarnaba en la tierra recién nacida por obra de la nueva nominación. El horizonte trazó una línea donde reinaría por siempre el sol de la palabra y cuajarían sucesivos crepúsculos en la metáfora. Gracias al sacrificio de los colonizados, Hispanoamérica se alzaría en pos de un ensanchamiento a que deben el castellano su universalidad y las literaturas americanas su raíz occidental.
Nuestra tradición, como defendería José Martí, el Apóstol de la Poesía —sinónimo aquí de Utopía—, que es la tradición latina, bifurca el mundo viejo en un mundo de savia virgen y prometedoras fructificaciones. Cuando Manuel Zequeira y Manuel Justo Ruvalcaba señalaban la distinción entre los frutos cubanos sobre los europeos, estaban advirtiendo que el árbol cultural del que se reconocían hijos parió un impetuoso retoño. José María Heredia, Poeta Nacional de Cuba gracias a la metaforización de la Patria y la conversión de símbolos de la lírica en atributos de la Nación, traduce al idioma el reclamo de independencia que la cultura americana abortó durante siglos de conquista y colonización. Es Heredia quien redescubre las nominaciones que Colón balbució, Heredia quien enseña la esencia romántica de la realidad nuestra a una generación de hombres ilustrados en la eticidad de la poesía.
Hijo de su auténtica rebelión, José Martí quiere para Hispanoamérica la Modernidad que en Europa se debatía. Hecha hacia la Luz la fértil larva de los tiempos por venir. La Poesía hispanoamericana entonces logra flor y fruto con qué deslumbrar al tronco viejo, que reverdece ante la maravilla de unos galeones retornantes. El Modernismo yerra a través de la Mar Océana desde América hasta topar puerto en Europa y completa en retrocarga el proceso de colonización, conquista y descubrimiento iniciado por Colón.
Gracias a la revolución modernista las literaturas americanas logran su independencia antes que las repúblicas americanas. El Modernismo cuaja en el tiempo la todavía difusa realidad económica y social de América, abre las sendas de la descolonización y la identidad. La cultura, y la literatura como una de sus expresiones cimeras, edifica la Utopía de la Modernidad en nuestras tierras subdesarrolladas y es capaz de dialogar sin enmascaramientos con la cultura que le dio origen y con otras culturas, disueltas oscuramente en su sangre nueva.
Creyó, sin embargo, el aldeano vanidoso, que “su hallazgo” nada tenía que ver con los precedentes y echo almíbar por la melodía y los oropeles, cegado por el brillo de sus corales y tonales, limitó a la forma lo que tenía por fondo el casto abismo de la mar. Confundió la funda con la filosa hoja. Pero enseguida las posmodernidades dieron un mentís a las fronteras que debían ensanchar y estaban a punto de la reventazón, bajo cosméticos de versificadores y prosistas demasiado narcisos para descubrir las humedades de la fuente que los reflejaba. En lo anchuroso de las continuidades, volvió la Poesía a su vital mayúscula, tambaleante bajo el peso de las renovaciones anodinas que intentaban sembrar retoños en las viejas raíces. Pasada la innatural rebelión de las vanguardias, pasadas las marejadas que amenazaban arrasar el azul de las costas, quedó sedimentado y fértil el estero de las confluencias. Vuelta a los comienzos en su presente, Orígenes tuvo el mérito simbólico de continuar la obra silenciosa que dejaron inconclusa los paridores de islas, los fraguadores de estrellas y los poetas polares de la Luz y el Infinito, Cuba y la Noche.
Orígenes vuelve a Martí y retoma su linaje hispánico de tronco fecundo para injertos respetuosos de la majestad que hieren y sorben. José Lezama Lima, Eliseo Diego, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Gastón Baquero, incluso Nicolás Guillén y Alejo Carpentier, alimentan con sus llamas la hoguera en torno de la cual halla refugio y salvaguarda la Nación, una identidad que se hace en el fluir del arrollo serano, que serpentea entre piedras y malezas. Ascuas incandescentes brotan en medio de la Noche, y Cuba renace sobre su realidad y gracias a la realidad de la Poesía.
La Utopía infla sus arrugados carrillos y luce vigorosa mientras los renqueantes galeones anuncian ensanchamientos sobre la mar, océano nombrado finalmente por la Poesía como morada infinita que continúa la Isla y la bifurca por siempre jamás, ya no solo hacia el viejo mundo que le regaló ámbares sino hacia el universo de su propia simiente condenada a engendrar en lo etéreo de las aguas y de la remembranza.
Este hoy que sigue siendo nuestra contemporaneidad alienta a los poetas originales que se identifican con la impronta del remolde como forma nueva de una entidad continuamente reformuladora y simuladora de renacimientos. Es el hoy de los poetas que escriben en el éter del tiempo, mirando al futuro. De una lírica que nace de la Utopía, con el Diario de Colón y continúa haciendo Tierra con Fuego, Aire y Agua.


****