domingo, 31 de mayo de 2009

Rinconete sobre José Ángel Buesa

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Lunes, 1 de junio de 2009
LITERATURA


La lírica neorromántica de José Ángel Buesa

Por Luis Rafael

Aunque dejó de componer versos hace décadas, a partir de la aparición de su primer libro, La fuga de las horas (1932), José Ángel Buesa (Las Villas, 1910- Santo Domingo, 1982), pese a sus detractores, es uno de los poetas cubanos más leídos del mundo. Entre las décadas de 1930 y 1940 compuso una docena de poemarios, que en su época se vendieron como panes para hambrientos de literatura sentimental y Buesa se convirtió en la figura cimera del Neorromanticismo en Cuba.

¿Quién no escuchó alguno de sus textos, de tono elegiaco y sentimental, algo afectados ciertamente, pero no por eso menos intensos? «Pasarás por mi vida sin saber que pasaste»; «pero te digo adiós, para toda la vida / aunque toda la vida siga pensando en ti»; «yo te amaré en silencio, como algo inaccesible / como un sueño que nunca lograré realizar»; «y si un día una lágrima denuncia mi tormento/ el tormento infinito que te quiero ocultar / te diré sonriente, no es nada, ha sido el viento / me enjugaré la lágrima, y jamás lo sabrás». La antología de su lírica refleja los contrastes y los excesos del amor, desde la inseguridad, el resentimiento, los celos, hasta las pasiones «ilícitas»…

Escritor precoz, a los 7 años comenzó a componer versos, que tomarían fisonomía romántica en su adolescencia cienfueguera. En la sureña ciudad, ubicada en la región central de Cuba, acodado en su malecón y contemplando, a un lado las barcas de pobres pescadores y al otro los palacios burgueses, creó metáforas hijas del coloquio, en las que los elementos marinos y la naturaleza tropical configuran un discurso cromático y melódico, síntesis de la musicalidad del lenguaje popular. Finalmente en La Habana, a los 22 años publica su primer libro y el éxito de algunas de las composiciones le ganó el reconocimiento y lo profesionalizó como escritor. Enseguida aparecieron: Misas paganas (1933), Babel (1936), Canto final (1936), Oasis, Hyacinthus, Prometeo, La Vejez de Don Juan, Odas por la Victoria y Muerte Diaria (todos en 1943), Cantos de Proteo (1944), Lamentaciones de Proteo, Canciones de Adán (ambos en 1947), Poemas en la Arena, Alegría de Proteo (en 1948), Nuevo Oasis y Poeta Enamorado (1949). Algunos de sus cuadernos se leen con voracidad y se reimprimen sin cesar. De ahí que el autor gane dinero con sus versos, se haga famoso y consiga colarse en el mundo de la radio y la televisión, medios para los cuales escribió novelas y libretos.

Por entonces el Neorromanticismo se abría paso pese a la experimentación vanguardista, desde títulos de Pablo Neruda como Crepusculario (1922) y Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924) hasta la lírica inicial de Vicente Aleixandre, dando la razón a Rubén Darío, quien a principios del siglo xx admitió: «¿Quién que Es, no es romántico?». Buesa aprovechó el filón, o acaso sintonizó con un espíritu de época que lo haría trascendente, ya que generaciones de lectores se han sentido reflejados en su obra. Su poema «Canto final» fue incluido por Juan Ramón Jiménez en su antología de la lírica cubana de 1936; Leopoldo Panero, Benedetti y otros estudios de las letras hispanoamericanas, se han detenido con reverencia en su creación. Sus versos continúan publicándose y traduciéndose, incluso han sido musicalizados. Cierto que su poesía es predominantemente cursi, sin embargo, ¿acaso no lo es el amor mismo? «Sí, solo para quien no esté enamorado». En cambio, cada vez que un joven recita los poemas de Oasis, mirando a los ojos de la chica que le hace temblar de pasión, confirma a José Ángel Buesa como un clásico de la poesía hispanoamericana.


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lunes, 25 de mayo de 2009

Rinconete sobre Mariano Brull

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Lunes, 25 de mayo de 2009
LITERATURA


Mariano Brull y la jitanjáfora

Por Luis Rafael

En su célebre libro La Experiencia Literaria (1942), relató Alfonso Reyes que un grupo de escritores —varios de ellos hispanos— que residían en París a inicios del siglo xx, durante el apogeo de la vanguardia, solía reunirse en la casa del poeta y diplomático Mariano Brull (Camagüey, 1891- La Habana, 1956), donde acostumbraban realizar juegos literarios. Allí fue testigo de un hallazgo, el de la «jitanjáfora», nuevo recurso expresivo nacido de la experimentación con el verso. Según Reyes, una de las hijas del cubano, preparada para leer un texto de su padre donde no importaban las palabras sino los sonidos, extremó en broma la recitación y se puso a «gorjear»: «Filiflama alabe cundre...». Era el colmo, la falta total de significado, el divertimento y la música puestos en primer sitio. Enseguida el teórico mexicano escogió una de las «palabras» más sonoras de la composición de Brull, que se titula «Leyenda», para dar nombre a «todo este género de poema o fórmula verbal».

Descendientes del disparate y de la música, las «jitanjáforas», sin embargo, navegaron con estrella y se impusieron en nuestra lírica. Entre los cubanos, además de Brull, Emilio Ballagas y Nicolás Guillén incorporaron la técnica a sus composiciones, para conseguir efectos rítmicos y hasta originales sentidos temáticos, acercándose a la llamada «jitanjáfora impura», que no se resiste a la interpretación y está construida sobre la base de aliteraciones.

Durante su estancia en París, Mariano Brull publicó un poemario traducido a la lengua gala, y tres en ediciones bilingües español-francés. Escribió además buena parte de su obra, contenida en: Poemas en menguante (1928), Canto redondo (1934) y Solo de rosa (1941). También traductor al castellano de Paul Valéry, Joyce Kilmer, Dante Gabriel Rossetti, Mallarmé, ganó reputación como uno de los protagonistas de la revolución formal de entonces. Igualmente, debido al juego lingüístico que proponen, sus textos abren sendas para la lírica contemporánea, sobre todo a la literatura infantil y a escritores como Lorca y Alberti, dados al retozo rítmico. En varios poetas hallamos resonancias suyas, por ejemplo, de «Verde Halago», donde versa: «Por el verde, verde / verdería de verde mar / Rr con Rr. […]// Verdor y verdín / verdumbre y verdura / verde, doble verde / de col y lechuga. [...]// Vengo del Mundodolido / y en Verdehalago me estoy».

El interesante acierto literario parte de la búsqueda de una expresión lírica sin referentes en la realidad, sin condicionamientos semánticos y capaz de trascender su contexto y al propio creador. Cierto que la «jitanjáfora», en algunos casos, se desvía hacia el sinsentido y al esperpento lírico; en cambio, composiciones incluidas en sus Poemas en menguante logran un discurso ajeno a la realidad, de original expresión, que derivaría hacia la llamada «poesía pura», de la cual Mariano Brull resultó uno de los más importantes exponentes.


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Rinconete sobre Abel Prieto

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Jueves, 14 de mayo de 2009
LITERATURA


Abel Prieto, entre la ficción y el ensayo

Por Luis Rafael

En su descripción de la poética de José Lezama Lima, autor a que ha consagrado varios estudios, Abel Prieto Jiménez (Pinar del Río, 1950), enfatiza en el discurso de «lo cubano» y en la conservación de la identidad. Su interpretación de la cultura nacional coincide con la expuesta por Lezama y sobre todo por Cintio Vitier, quien deslinda entre el discurso «propio» (auténtico) y el «ajeno» (extranjerizante), basado sobre el independentismo integrador, que definió en su vida y su obra el Apóstol José Martí. Y es que la obra de Prieto, más allá de las pretensiones formales, evidencia un pensamiento emancipador, que expresa claramente su deseo de exponer tesis ideo-estéticas, continuadoras del pensamiento descolonizador cubano, de salvaguardia de la identidad nacional ante el influjo extranjerizante de culturas coloniales y neo-coloniales.

Igual que en sus ensayos y artículos, en su narrativa, sobresalen las preocupaciones y concepciones intelectuales del artista, al punto de exponer tesis ideológicas en relatos que forman parte de sus libros Los bitongos y los guapos (La Habana, 1980); No me falles, gallego (La Habana, 1983); y sobre todo en el volumen Noche de Sábado (La Habana, 1989; Premio de la Crítica), donde contrapone la frivolidad a la búsqueda de finalidad. El mismo dilema reaparece en su novela El vuelo del gato (La Habana, 1999), narración que se debate entre la ficción y el ensayo para indagar en la diversidad de sendas que confluyen en la conformación de «lo cubano». Haciendo gala de su humor, parodia situaciones y actuaciones, retrata costumbres y propone el sincretismo como fórmula de adaptar la identidad a los nuevos tiempos. Superado el paréntesis del «quinquenio gris», de la censura, los modelos culturales impuestos y el realismo socialista, más allá de los conflictos de sus protagonistas, El vuelo del gato resulta un reflejo de la sociedad cubana entre las décadas de 1960 y 1980, llena de contradicciones pero aún esperanzada en un futuro mejor.

Primero como profesor universitario, luego desde la dirección de la Editorial Letras Cubanas, más tarde en la presidencia de la Asociación de Escritores y finalmente en el cargo de Ministro de Cultura, Prieto abre paso a un diálogo enriquecedor para la cultura de la Isla, decisivo en la mejora de las relaciones entre el gobierno y la comunidad intelectual, radicada en la Isla o fuera de su territorio. Poco amigo de los dogmas y enemigo declarado del maniqueísmo extremo que enarbolaron otros dirigentes, desde sus años universitarios ha sido coherente con la idea de que la cultura cubana, hágase en una u otra orilla, es una sola, siempre que participe de una voluntad de integración u autoctonía que la anima desde los tiempos de José María Heredia. Este pensamiento, heredero de la ideología origenista, se impondría al cabo de estancos y décadas de «grisura», hasta erigirse en política cultural, en gran medida gracias a los esfuerzos de la generación de 1980, en la que Abel Prieto resulta figura clave.



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Rinconete sobre Antonio Benítez Rojo

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Miércoles, 6 de mayo de 2009
LITERATURA

El Caribe de Antonio Benítez Rojo

Por Luis Rafael

El cubano Antonio Benítez Rojo (La Habana, 1931-Massachusetts, 2005) en los años en que trabajaba en la Casa de las Américas, donde dirigió el Centro de Estudios del Caribe, estrechó su relación con el contexto antillano e inició un camino que encausaría su obra. Narrador, guionista de cine, ensayista, profesor universitario, obtuvo el premio Casas de las Américas en 1969 con su colección de cuentos Tute de reyes y el Premio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 1969, con el libro de relatos El escudo de hojas secas. Antes de su salida definitiva de Cuba, dirigió tres secciones de Casa de las Américas: el Centro de Investigaciones Literarias (1970-1971), el Departamento Editorial (1974-1980) y el Centro de Estudios del Caribe (1979-1980). En aquella etapa, a partir de su relato «Las estatuas sepultadas» (perteneciente a Tute de reyes) escribió el guión de la película Los sobrevivientes, que dirigiríaTomás Gutiérrez Alea; dictó conferencias y editó su obra más conocida, la novela El mar de las lentejas (1979), donde manifiesta la maduración de su narrativa y esboza su tesis de que el Caribe está emparentado pese a la disparidad de lenguas y culturas, con la insularidad y el diálogo de influencias.

Hijos de la colonización europea, los pueblos del Caribe, viven de frente al mar, lo que define sus idiosincrasias, removidas por la historia y en plena reconstrucción. De ahí que para Benítez Rojo las Antillas no sean tierras inconexas sino una misma isla que se repite desde el punto de vista esencial de una identidad común, ontológica e histórica. Religión y folclor, vitalidad y existencia, le parecen indisolublemente unidos, vinculando países tan dispares como Cuba y Jamaica.

Cuando Benítez Rojo llegó a los Estados Unidos en la década de 1980, estaba formado intelectualmente. Ganó una cátedra de literatura latinoamericana en Amherst College (Massachussets), fue profesor visitante en las universidades de Harvard, Emory, Brown, Yale, Pittsburgh y Miami. Mirando al Caribe desde el Norte, continuaría su obra; escribió numerosos ensayos y nuevas ficciones, entre las que destacan el libro de relatos Paso de los vientos (1999) y la novela Mujer en traje de batalla (2001), que demuestran el dominio técnico y la erudición de su prosa.

Más tarde se tradujo al inglés su paradigmática novela El mar de las lentejas, que fue aclamada como uno de los libros más importantes publicados en Estados Unidos durante 1991, según el New York Times Book Review. Para entonces su autor había dado a conocer el ensayo La isla que se repite: el Caribe y la perspectiva posmoderna (1989), así como varias antologías de literatura caribeña, con las cuales reafirma y organiza su tesis de un Caribe interconectado más allá del histórico divorcio entre islas, del aislamiento y de las apariencias y las diferencias. El meta-archipiélago caribeño es caracterizado por Antonio Benítez Rojo desde su ficción y su reflexión, como patria ideal más que real, espacio de valores compartidos en la desemejanza y el deseo, en la añoranza infinita de horizontes.




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Rinconete sobre Rafael María de Mendive

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Lunes, 27 de abril de 2009
LITERATURA

Rafael María de Mendive, maestro de Martí

Por Luis Rafael

Cuánto debemos los hombres a esos educadores inolvidables que nos inculcaron amores y desamores. En el caso de Martí, fue su maestro Rafael María de Mendive (La Habana, 1821-1886), quien le inculcó el sentimiento patriótico y las ansias independentistas a que consagró su vida.

Quiso el azar que el niño José Martí fuese al Colegio «San Pablo», fundado por Mendive, donde tuvo como guía al poeta y pedagogo cubano, quien enseguida notó la genialidad del discípulo y lo apadrinó hasta el punto de enfrentarse a su padre para que le permitiera continuar su formación. Gracias a él, Martí ingresa en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, hace traducciones, ahonda en el conocimiento de la poesía y escribe sus primeros artículos. Mendive incluso costeó los estudios de su discípulo predilecto y orientó sus lecturas. Como reconoció Martí mismo, el maestro fue para él un segundo padre e influyó decisivamente en su formación patriótica y cultural, hasta su condena al destierro en 1869 por sus ideas independentistas, fecha en que tiene que marcharse a España, de donde pasa a Estados Unidos para regresar a Cuba luego del Pacto del Zanjón, en 1878. Sin embargo, para entonces Martí había sido también penado al destierro, ya que las autoridades gubernamentales encontraron en la casa de su condiscípulo Fermín Valdés Domínguez una carta dirigida a otro ex-alumno de Mendive, donde lo calificaban de traidor por haberse alistado en el ejército colonial. Presuntos autores del documento, Martí y Valdés Domínguez fueron juzgados y condenados en consejo de guerra, el primero a seis años y el segundo —perteneciente a una familia acaudalada—, a seis meses de cárcel. Con solo 16 años, Martí ingresa en prisión y es llevado a trabajar en las canteras de San Lázaro. Conmutada la pena por el destierro, parte a España en 1871. Entonces, bajo el influjo de las ideas de su pedagogo, ideas que ya para entonces son propias, publicará su testimonio del calvario vivido, El Presidio Político en Cuba, su primera obra significativa en prosa, hito de una larga lista de textos encaminados a la divulgación del oprobio colonial.

En la ideología de Mendive influyó el romanticismo, movimiento que enriqueció con su literatura, ya que llegó a formar parte de la llamada «reacción del buen gusto», que se opuso a los excesos de la literatura grandilocuente de los primeros autores de ese movimiento. Traductor de Lord Byron, de Thomas Moore y de Longfellow, él prefiere el tono melancólico, las atmósferas apacibles y las metáforas naturales, que le acercan al intimismo. La lírica de Rafael María de Mendive toma como inspiración el paisaje cubano, se focaliza en elementos aparentemente insignificantes, con los que el artista se identifica: la palma, el mango, la ceiba, la paz y el éxtasis de la naturaleza. Entre sus poemas de fina sensibilidad, destacan «A un arroyo», «Los dormidos», «La oración de la tarde» y «La gota de rocío», donde versa: «Cuán bella en la pluma sedosa de un ave, / o en pétalo suave / de nítida flor, / titila en las noches serenas de estío / la diáfana gota de leve rocío…».



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La maga Karla Suárez y su verbo brujo

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Jueves, 16 de abril de 2009
LITERATURA


La maga Karla Suárez y su verbo brujo

Por Luis Rafael

Invitado al Salón Iberoamericano del Libro, que preside Luis Sepúlveda y celebra la primavera asturiana cada mayo en la marítima ciudad de Gijón, una tarde de presentaciones conocí a mi coterránea Karla Suárez (La Habana, 1969). Había visto su foto en el programa del evento y cuando apareció bajo su inconfundible cabellera etrusca, me acerqué y le pedí confirmara si a ella debíamos la novela Silencios (Premio Lengua de Trapo, 1999), obra que tanto disfruté por su buen ritmo y el desenfado que señorea en sus páginas.

Enseguida conectamos; Karla me presentó a sus amigos, que más tarde, gracias a su generosidad, serían también míos. Y descubrí que ella jamás se callaba; que aunque hablara torrencialmente sus opiniones resultaban hijas legítimas de la reflexión intelectual; que un halo mágico rodea su cabeza, más allá de los cabellos rubios y encrespados; que la joven autora es capaz de estarse varios meses a la sombra para forjar su creación y luego emerger como la primavera, refulgiendo de la mano de su narrativa, presta a lidiar con escritores, editores, agentes, admiradores y demás fieras, a la larga prisioneros de su palabra. Firmando libros o integrante de un panel de sesudos escritores, señorea siempre ella. Porque cual Circe, Karla embruja con su presencia y sus argumentos, entre los que sobresale el que desarrolla en Silencios, fábula hija de la experiencia personal, donde demuestra su enorme capacidad de seducción y la expresividad y naturalidad de su discurso.

La siguiente novela, llena de reminiscencias y titulada La viajera (2005), refleja el rostro de la autora, desde los guiños cómplices a sus ascendientes literarios: La ciudad invisible, de Ítalo Calvino; la Odisea, de Homero; el magnético personaje de la Maga, creación del Julio Cortázar en Rayuela. Sin embargo, Karla Suárez es una escritora que se nutre principalmente de su propia y rica existencia, de ahí que sin dejarse seducir por las lentejuelas del mercado, en poco más de dos décadas haya forjado una narrativa sólida, que describe su tránsito a la maduración intelectual, sus dudas y angustias existenciales.

En cuentos y novelas, las historias que narra son veraces, algunas veces testimoniales, ya que de Karla tienen bastante las protagonistas de sus obras, mujeres valientes y arriesgadas, capaces de desafiar al mundo: la joven que en Silencios descubre las mentiras que sostienen a su familia y termina aislándose en su intimidad; la Circe de La viajera que abandona Cuba en busca de su identidad…

Desde la lejanía, mima Karla a sus amigos. De vez en cuando me llegan sus mensajes, que firma con uno de sus seudónimos (o heterónimos) favoritos: Circe. Es la misma maga mitológica, diosa y hechicera, que vivió en la isla de Eea y quien, según cuenta Homero en la Odisea, estaba rondada por fieras que en realidad serían las víctimas de su hechizo. La amistad, el auto reconocimiento, la aventura, el amor y los sueños, son los hilos con que esta Circe, que resulta Karla Suárez, elabora sus tapices fantásticos: una narrativa que conserva el calor de su Isla natal y la magia de su verbo brujo.


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