lunes, 22 de marzo de 2010

Nueva edición de Las aventuras de Huckleberry Finn


Como parte de su colección «Tus Libros Selección», la Editorial Anaya estrenó una nueva edición de Las aventuras de Huckleberry Finn, con texto introductorio y apéndice de Luis Rafael, donde el autor hace un juego literario que vincula la "premonición" del negro Jim con la victoria electoral de Barack Obama.

Más información en:

http://www.anayainfantilyjuvenil.com/cgi-bin/principal.pl?opcion_menu=mostrar_ficha&codigo_comercial=1566055&id_clase=13560&nivel=2&id_sello_editorial_web=15&id_criterio=1000004&origen=buscar

Huckleberry Finn
Presentación
Mark Twain

Samuel Langhorne Clemens (1835-1910), quien más tarde firmaría Mark Twain, era un chico de once años cuando murió su padre y tuvo que ganar el sustento trabajando como aprendiz en una imprenta. El muchacho, de ojos vivaces y mente sagaz, debió quedar deslumbrado por las enormes máquinas que servían para reproducir periódicos y libros. En poco tiempo aprendió el difícil oficio de tipógrafo, que le iniciaría en el mundo literario, y siendo adolescente aún comenzó a soñar con ver su nombre en un periódico. Así que de forma precoz Samuel inició su carrera autoral con relatos breves, en los que se insinuaba el talento que caracterizaría su pródiga y original obra.
El seudónimo con el que sería conocido mundialmente, lo adoptó cuando tenía veinte y ocho años. Había estado trabajando como piloto de barco de vapor en el Mississippi y “mark twain”, que significa “dos brazas de profundidad”, era el calado mínimo necesario para realizar una navegación. Con este “calado mínimo”, capaz de traspasar las aguas turbulentas, Twain fue hábil en retratar su época y en proyectar su literatura al futuro. Hannibal, el puerto fluvial en el río Mississippi donde realizó sus primeros estudios y pasó su niñez, se convirtió en trasfondo para el pueblo ficticio de San Petersburgo, en el que ambienta las aventuras de Tom Sawyer y las de Huckleberry Finn, desde las cuales denuncia la hipocresía humana y el oprobio de la esclavitud, con la que estaba familiarizada su infancia, transcurrida en el entonces Estado esclavista de Missouri.
Como escritor, Twain revolucionó la narrativa en lengua inglesa con su prosa realista, coloquial, cargada de buen humor y pletórica de fantasía. Creador de personajes veraces y vívidos, en cientos de títulos demostró su genio fabulador. Humanista ante todo, su obra destila inteligencia, irreverencia y sátira social, al tiempo que condena la falsedad y la opresión. En San Francisco (California)trabajó como periodista para el Periódico The Californian, pero fue despedido tras varias disputas con los editores, que se negaban a publicar algunos de sus artículos más polémicos, ya que en un tiempo de ignominias y silencios se atrevió a descubrir la discriminación hacia los emigrantes y la brutalidad policial.
Por el humor de su relato La célebre rana saltarina del condado de las Calaveras, compuesto a los treinta años, adquirió fama en su país. Enseguida Mark Twain se convirtió en un autor leído por miles y hasta su muerte a los setenta y cinco años publicó más de 500 volúmenes, entre los que sobresalen, además de Las Aventuras de Tom Sawyer (1876) y Las aventuras de Huckleberry Finn (1884): El robo del elefante blanco (1882), relato detectivesco pletórico de humor; El Príncipe y mendigo (1882), un libro juvenil que basa su trama argumental sobre el intercambio de identidades en la Inglaterra de los Tudor; Vida en el Mississippi (1883), donde combina el recuento de sus experiencias como piloto de barco con una visita al río de su infancia y juventud veinte años después; Un yanqui en la corte del Rey Arturo (1889), sátira a la Inglaterra feudal y crítica de la sociedad americana de su tiempo; Tom Sawyer detective (1897), vuelta de tuerca a uno de sus personajes más populares; Extracto del diario de Adán (1904) y Diario de Adán y Eva (1906), donde ofrece una visión sarcástica de la primera pareja bíblica... Su Autobiografía, publicada póstumamente en 1924 resulta de igual modo un texto delicioso, donde luce la prosa fluida y el estilo humorístico que distingue a sus creaciones.
Las aventuras de Huckelberry Finn (1884), secuela de Tom Sawyer, ha sido considerada por la crítica la obra maestra de Mark Twain. Aunque repleta de humor y exuberancia narrativa, no deja de denunciar los efectos de la crueldad en un tiempo de esclavitud e hipocresía social, por lo que se erige en un paradigma de las preocupaciones humanística del escritor. El libro, narrado desde la perspectiva inocente de Huckleberry, un chico semianalfabeto y algo tonto, juega con la ironía y la parodia que su autor aprendió de textos tan amadas por él como el Don Quijote de Miguel de Cervantes. El escenario en que transcurren sus imaginativos episodios son los márgenes del río Mississippi, el ambiente infantil del autor en Missouri, para entonces un Estado violento y semisalvaje, donde la religión y la justicia estaban al servicio de los esclavistas. De ahí que el tema subyacente de la novela sea el de la discriminación racial, que denuncia a través del personaje del esclavo fugado Jim, quien se convierte en el compañero ideal de Huck en sus quijotescas aventuras.
A los 35 años, el escritor contrajo matrimonio con Olivia Langdon, su gran pasión, a quien escribió innumerables cartas de amor, incluso más de una cada día durante más de un año. Olivia era hija de un rico con quien simpatizaba Twain, ya que ayudó a escapar a decenas de esclavos como parte de la red de liberación llamada "Ferrocarril subterráneo". Al principio Olivia no prestó atención al escritor, pero terminó enamorándose de él. La pareja fue feliz pese a que la vida del novelista no era fácil y debió hacer giras por varios países para ganar el sustento, ya que sus charlas llegaron a cotizarse bien por su amenidad e ingenio.
Al final de su existencia, asediado por las deudas y las desgracias familiares, Mark Twain recorrió el mundo escribiendo y dictando conferencias. Para entonces era un autor famoso internacionalmente y fue merecedor de varios reconocimientos, entre los que sobresale el doctorado Honoris Causa por la "Universidad de Oxford". Sin embargo, el aventurero americano, que en su juventud fue minero en Nevada, negociante de maderas, soldado de la Confederación durante en la Guerra de Secesión Americana, piloto de barco, periodista e impresor, no pudo resistir las últimas estocadas que le deparaba el destino: el fallecimiento sucesivo de su amada esposa y de sus hijos (solo una hija le sobrevivió), apagó el fulgor de sus ojos y lo hizo caer en una crisis que desembocó en su propia muerte, en su casa de Stormfield, el 21 de abril de 1910.



Apéndice:
La “premonición” de Huckleberry Finn



Cuando Tom se asomó entre la maleza, con la cara tiznada por el hollín y los ojos que parecían dos ascuas hirviendo entre lágrimas que le chorreaban dejando al descubierto su cara blanca, supe que la cosa no había salido bien. Ya me imaginaba que su plan, por ser tan bueno y enredado, podría fallar.
—Mira, Huck, no tenemos tiempo para demasiadas palabras, solo te comunico que hemos tenido un grave problema… Jim se cayó al río… y no consiguió salir.
—¿Qué dices? ¡Quieres decir que Jim, el bueno de Jim, se ahogó? ¿Es eso lo que estás tratando de decirme, Tom Sawyer?
—No sé si se ahogó… Solo que fuimos y tomamos prestadas (como tú dices), las balsas, para transportar los caballos y las yeguas y, bueno, entonces como las bestias le tenían miedo al agua se empezaron a encabritar y Jim dijo que no se querían subir en la balsa porque tenían demasiado brío y sus ojos podían ver debajo del agua los espíritus de los muertos en el Mississippi y que por eso se asustaban. Le dije que habría que subirlas a las balsas para que no dejaran huellas y porque no de otro modo lo habría hecho un héroe, pero Jim gritó que él no quería ser héroe si tenía que remontar el río con aquellos caballos encabritados. Entonces lo amenacé con delatarlo, le dije que contaría nuestro plan al Juez y lo ahorcarían por secundar a dos chiquillos traviesos como nosotros… Ya sé que está mal. ¡Yo no iba a delatarlo, Huck, claro que no! Lo que pasa es que Jim se negaba a seguir mi fabuloso plan maestro y tuve que amenazarlo para que me hiciera caso y que no se revelara. Sin embargo, cuando logró subir un par de yeguas, una se encabritó y los troncos comenzaron a moverse y la balsa se soltó y, no pude evitarlo Huck, el caso es que de pronto Jim estaba solo en medio del río con tres yeguas, sobre la balsa que se movía y yo diciéndole que tomara el remo y se acercara a la orilla, pero cuando fue por el remo una yegua le dio una cos y lo tiró al agua… Jim se agarró de la soga, en cambio la muy bruta venga a patear y se voltearon y cayeron al río las tres bestias y también Jim. Entonces sí que se armó una buena, porque las yeguas no querían ahogarse y pateaban y nadaban desesperadas para que la corriente no los arrastrara y entre tanto chapoteo perdí de vista a Jim y no sé si pudo salir de debajo del agua… El caso es que no lo vi más y lo más probable es que Jim muriera como un héroe, Huck. Por eso, tú y yo, nosotros, Huck, vamos a honrarlo realizando el plan y cumpliendo su deseo…
El relato de Tom me dejó mudo. Imaginaba la escena y a Jim inconsciente bajo el agua, hinchándose como un pez muerto. ¡Pobre, pobre, Jim! Él que quería ser un héroe y liberar a su familia de la esclavitud… Y lo peor es que yo me sentía culpable porque esta desdichada aventura empezó por mi sueño “premonitorio”, que así decía Tom. Si no es por ese sueño endemoniado a Tom Sowyer no se le habría ocurrido su magnífico plan y Jim estaría vivito y coleando, disfrutando de la libertad después de haber nacido y estado tanto tiempo como esclavo.
Sí, porque la tarde en que los tres regresábamos a nuestro pueblo a bordo de un imponente vapor me quedé adormilado con el ruido del aspa, que impulsaba el barco chorreando agua, y cuando desperté les conté a Tom y a Jim:
—¡Esto sí que es maravilloso! He tenido un sueño de lo más raro, pero parecía verdad…
—Tú y tus sueños —protestó Tom porque le había interrumpido la siesta—. ¿Maravilloso, dices? Ni que hubieras visto lo que Don Quijote en la cueva de Montesinos o uno de los episodios que relataba la princesa Sherezada.
—¡Bueno, Tom!! No sé quiénes son esos que mencionas, ni el Don ni la princesa de nombre raro —me defendí—, pero puedo asegurarles que acabo de tener un sueño muy raro, el más extraño que haya tenido en la vida; y soy de los que no duermo un minuto sin soñar por lo menos cosas que podrían ocurrir en años…
—¡Anda ya!! ¡Tú y tus ocurrencias!
—Que sí, que si les cuento lo que soñé se van a quedar lo menos una buena hora boquiabiertos. Pero, no, debe ser una tontería, mejor me quedo callado y a dormir…
Yo sabía que Tom había picado y por eso me hice de rogar. Jim y él me miraban curiosos y en silencio, esperando que no pudiera soportarlo y comenzara a hablar, pero me resistí, hasta que Tom se volvió hacia mí como una fiera:
—¡Pues cuenta de una vez, Huckleberry Finn, que logras impacientarme siempre con tanto preámbulo! Y como ya lograste que me despertara del todo… A ver, ¿qué sueño tan maravilloso es ese?
Comprobé que estábamos solos en la cubierta y que nadie más podría escuchar mi historia. No quería que nos echaran al agua como a tres fardos molestos, se estaba a gusto viajando en un vapor, donde hasta de comer nos daban y nos trataban con muchos miramientos. Al fin lograba subirme como pasajero en uno de los elegantes navíos que pensé tendría que contentarme con ver pasar ante mis ojos llevando a otra gente. Y lo debía a la tía Sally y a la madre de Tom, que nos pagaron los billetes para que viajásemos como caballeros, incluso a Jim. Acordarme de eso me hizo pensar que acaso me comprometería revelar a mis amigos la visión que había tenido, acaso me condenaba al infierno con un sueño así. Pero era algo raro, confuso y raro…
—¿Vas a contar lo que soñaste o no, maldita sea!! —exclamó Tom impacientísimo. La verdad es que ahora no me dejaría tranquilo hasta que le describiera cada detalle. Tom Sawyer es así, ya lo sabemos.
—Bueno, les revelaré mi sueño, pero no me responsabilizo, ya saben, no puedo ser culpable de lo que pasa por mi cabeza mientras duermo…
—¡Cuenta ya!
—Estaba yo escuchando el ruido del agua y el sol me calentaba la cabeza y sin duda por eso tuve pensamientos y un sueño tan raro… el caso es que me quedé dormido reflexionando en la buena suerte de nuestro amigo Jim que ya no tendría que ser más esclavo y podría comenzar una nueva vida, pero al mismo tiempo me apenaba que sus hijas y su mujer sigan siendo esclavos, como tantos otros, que quizás se mueran sin ser libres ni un solo día…. Entonces me fui como cayendo por un pozo, pero suavemente, era uno muy profundo, que parecía no tener final, incluso mientras iba desplomando tuve tiempo de echar mano a un bote de miel y de embadurnar un poco en un trozo de queso, que tomé también prestado de una de las estanterías que pasaban junto a mi mientras bajaba y bajaba. Luego me comí el queso con la miel… ¡juro que se me agua la boca recordándolo!, el caso es que al fin dejé el bote bien colocado en otra repisa, pero seguía cayendo, suavecito, así que debí caer por lo menos más de medio día con todas sus horas y minutos, sin embargo al cabo de tanto hundirme en el profundo agujero aparecí en un lugar rarísimo, lleno de gente y de chimeneas y edificios pintados de colores brillantes y calles limpias, en fin, otro mundo. Allí había caballeros blancos y también negros, sí, muy elegantes y pulcros, y todos andaban juntos por la calle… Incluso vi del brazo una mujer negra con un hombre blanco, como si fueran esposos; y un colegio donde había niños negros y blancos estudiando juntos, unos al lado de los otros sin que importara el color de sus caras, y vi varias cosas así, por el estilo, de lo más extraordinarias; y, ¿saben qué? Vi a Jim…
—¿A qué Jim, al Jim que yo soy acaso?
—¡A qué otro Jim habría de haber visto! —lo cortó Tom impaciente y enseguida me preguntó: —¿Qué hacía Jim en tu sueño, Huckleberry?
—Pues Jim debía ser algo así como un rey… porque la gente lo trataba con respeto y le llamaba “Señor Presidente”. El caso es que parece que en mi sueño Jim era el jefe o el rey de esa gente, pero no un rey de los que viven sin trabajar y sacándole el dinero a su pueblo o uno de esos que tuvimos que llevar en nuestra balsa Jim y yo, sino uno bueno, porque la gente se reía y le aplaudía cada cosa que anunciaba, ya que parece que les decía cosas buenas para ellos. No entendí bien lo que estaba prometiendo Jim, en cambio sé que eran cosas elevadas y que a la gente le agradaba escucharlas porque tanto negros como blancos lo oían atentamente y aplaudía y reían y lo vitoreaban como a un héroe de esos de los libros que tú lees, Tom.
—El señorito Huck tiene sueños lindos, ¡sí que los tiene! —exclamó emocionado Jim, que había escuchado mi relato con los ojos fijos en la estela que dejaba tras de sí el vapor a lo largo del Mississippi.
Pero mi admirado Tom Sowyer no lo dejó relamerse con mi fantasía. Se puso en pie y anunció:
—Pues, ¿saben qué les digo, caballeros? —No me gustó que nos llamara “caballeros”, eso significaba que ya estaría tramando algo y que nosotros tendríamos que seguirle la corriente—. Mis queridos amigos, caballeros Huck y Jim, creo que ese sueño es una premonición.
—¿Una pre… qué? ¡Habla claro, Tom, que yo por lo menos aprendí a leer, pero el pobre Jim no va a comprenderte con esas palabrejas que usas.
—Una premonición es como un presagió, un vaticinio, una profecía, un augurio…
Jim se rascó la cabeza y, con la cara más seria y solmene del mundo, señaló:
—Perdone el señorito Tom, pero yo sigo sin entender qué es eso. Será porque soy un negro sin cultura, pero es que, como dice aquí el caballero Huck, esas palabras parecen solo para los libros…
—¡Pues deberían leer ustedes, señores! ¿No quieren prosperar en la vida? Pues lean entonces… A ver, les explico: Una premonición es como un anuncio de algo que va a pasar, solo que no ahora sino en el futuro. Es como cuando vas a pedir consejo a un brujo y te dice lo que debes hacer para invertir correctamente tu dinero y que nadie te engañe. Bueno, pues algo así. El caso es que yo pienso que tú, Jim… Sí, tú, vas a ser una especie de rey o algo semejante, como en el sueño de Huck, si realizas un acto heroico que te gane el favor y la admiración de la gente. Y, ¿saben qué?, yo sé cuál es el acto heroico que más admiración te ganaría y que más te gustaría realizar…
Por mi sueño comenzó esta historia. Tom Sowyer enseguida tenía un plan súper enrevesado y complicadísimo, como es propio de él, y nos lo explicó. ¿Quién iba a negarse a seguir un propósito tan bien pensando como el suyo? El caso es que nada salió como él quería y para colmo ahora Jim ya no está, así que ni héroe ni rey ni nada, un ahogado más en las aguas del Mississippi y ni siquiera pudo disfrutar de su libertad.
—Cambia esa cara, Huckleberry —me ordenó Tom limpiándose los ojos con la manga de su camisa—, ya tendremos tiempo de llorar y honrar a Jim como se merece… Ahora debemos continuar con nuestro plan.
—Bien, ¡aunque me condene al infierno eterno por lo que estamos haciendo, por mi amigo Jim lo haré sin más remordimientos ni más escrúpulos y luego que el Reverendo y el Juez digan lo que quieran…!
—¡Así se habla, Huck! Cumpliremos nuestra promesa a Jim incluso al precio de nuestras vidas.
No estaba en mis planes terminar con mi joven existencia habiéndome liberado al fin de las palizas de mi padre, pero tampoco iba a desdecir a Tom porque a él le sentaría mal, así que hice como que estaba de acuerdo.
Esperamos al Día de Reyes porque esa noche los negros tenían permiso para hacer una fiesta al estilo africano, con tambores y bailes. Habían dispuesto una hoguera y bailaban y se emborrachaban como cada año. En cambio, la verdad es que en vez de alcohol estaban tomando agua, siguiendo las indicaciones de Jim y el plan de Tom para liberar a la familia de nuestro amigo, ya que eran cómplices de la fuga que habíamos organizado.
—Con nuestro dinero pude comprar 16 animales —refirió Tom—, pero como en el río perdimos tres yeguas, ahora solo quedan trece. Los dejé amarrados en el monte. El problema es que no sé si tú y yo seremos capaces de hacerlos subir a las balsas para remontar el río con los negros.
—Mira, Tom Sawyer… ¡Diablos, siento tener que decirte esto! Ya sé que no será el procedimiento adecuado para una fuga, pero en estos momentos no debemos atender tanto a las formas porque si no la cosa se vendrá al traste y terminaremos como el pobre Jim… Pienso que mejor eliminamos la parte en que los negros tendrían que remontar el río con los caballos en las balsas hasta estar cerca de Cairo. Primero, porque no lograremos subir los caballos y los negros en las balsas; y, segundo, porque eso no es práctico.
—¿Práctico, dices? ¡Qué sabes tú de lo que es práctico, Huckleberry Finn!
Tom estaba indignado, caminaba de un lado a otro con las manos cruzadas detrás de la espalda, pero antes de que dijera algo más lo corté:
—Vamos a subir a los negros en los caballos y que se fuguen a donde nadie les pida papeles. En cuanto sus dueños vean que faltan irán a buscarlos en la dirección de Cairo, pero si van a otra parte, donde nadie les pida papeles… ¿Por qué un papel tendrá que complicar tanto la vida de la gente?
Tom estuvo un momento reflexionando y enseguida añadió:
—Acepto… pero con una condición, vamos a liberar a todos los negros y no solo a la familia de Jim…
—¡Qué dices? Si liberamos a todos los negros quién hará la colada, quién labrará la tierra y todo eso…
—Que cada uno se labre su propia tierra, Huck. Yo creo que todos los negros tienen el mismo derecho a ser liberados y no solo la familia de Jim, como acordamos en principio.
—El señorito, como siempre, tiene razón… Por su boca habla un hombre sabio…
Nos sobresaltó escuchar el susurro en medio de la oscuridad. Era nada menos que la voz de Jim, quien se apareció de pronto entre la maleza, con los pelos chorreando agua y llenos de yerbajos del río, que colgaban hasta sus pies dándole un aspecto bastante espantoso.
Ya me temía que su espíritu se nos apareciera de un momento a otro, pero la verdad es que no esperaba que hiciese su presentación tan rápido. El fantasma de Jim se nos acercó más y no pude evitar la flojera en las piernas y que mis dientes batieran en sinfonía, aterrado como estaba. Hice la señal de la cruz y agarrándome al brazo de Tom exclamé:
—¡Oh, Jim, no nos hagas daño! ¡Mira que hemos sido tus amigos!
Tom y yo íbamos a echarnos a correr porque no hay garantía de que el fantasma de un hombre sea tu amigo como lo fue el hombre mismo; en cambio Jim, o su fantasma o lo que fuera, pareció tener una “premonición” de esas que decía Tom y nos cortó el camino diciendo:
—¡No soy un fantasma, les aseguro que no!
Se quitó los yerbajos de la cabeza y para que le creyéramos nos dijo que lo pellizcáramos y así, si le dolía, sabríamos que no estaba muerto...
Yo no me hubiera atrevido, pero Tom le dio un buen pellizco en un brazo y Jim se quejó:
—¡Ay, señorito, no tenía que hacerlo tan fuerte! ¡Sí que duele, sí!
—¿Entonces no te ahogaste en el río, Jim? ¡Mi viejo amigo! —y no pude contenerme y lo abracé pese a que estaba empapado y sucio de barro.
Jim se reía como si le hicieran cosquillas, mostrando su blanca y enorme dentadura, que le iluminaba la cara. Al fin dijo:
—¡No, claro que no estoy muerto! Sé nadar por debajo del agua y aunque la corriente me arrastró río abajo, pude llegar a la orilla y ¡aquí estoy!.. Los escuché hablando de liberar a todos los negros y no solo a mi familia… ¡Eso me parece justo, muy justo, sí señor!
Tom intervino entonces:
—¡No solo es un acto de justicia que liberemos a todos los negros, sino que será una aventura sin duda trascendental, que dará qué hablar, que nos hará famosos y hasta se escribirá en algún libro!
—Y nos condenará al infierno eterno… por lo menos eso me decía el Juez. El Reverendo también, me explicó una vez que quien ayuda a un negro fugado de su amo es tan pecador como el mismo negro… ¡No quiero ni pensar en lo que dirán cuando se enteren de lo que pretendemos hacer!
—¡Ya está bien, Huck! ¿No te das cuenta de que eso lo decían porque no les conviene quedarse sin sus negros? Ya verás cómo tendrán que ponerse a trabajar y hacer ellos mismos lo que hasta ahora les hicieron sus esclavos…
Me imaginé al Juez, con peluca y con la lengua afuera, sudando y corriendo de un lado para otro haciendo la colada, cocinando y limpiando, y me reí para mis adentros. ¡Estaba seguro de que cuando tuviera que lavar él mismo su ropa no andaría insistiéndome tanto para que me cambiara y me bañara y anduviera limpio! ¡Buen plan el de Tom! Sí, liberaríamos a los negros y de paso me libraría de la presión del Juez y del Reverendo y de sus deseos de civilizarme.
—Bien —dijo Tom sacándome de mis ensoñaciones—, haremos lo siguiente: Jim tomará prestada alguna ropa vieja y sombreros y los rellenará de paja y hará unos muñecos como si fueran los negros mismos. Luego los llevará hasta la fogata y los irá cambiando por los negros, uno a uno. Huck y yo nos tiznaremos un poco más con el hollín hasta que parezcamos negros y tomaremos el lugar del que toca el tambor y de los bailarines. Así, todos creerán que sus esclavos continúan disfrutando de la fiesta y no sospecharán que se fugan liderados por Jim, quien a partir de hoy se convertirá en un héroe… ¡Qué aventura! Sin duda dará qué hablar y nos hará famosos.
—¿Pero, Tom, cómo van a escapar casi treinta negros en solo trece caballos?
—Tranquilo, Huck, eso ya lo había previsto… —Tom se quedó como reflexionado un momento, por lo que sospeché que de “previsto” nada: estaba buscando una solución al problema, que solo ahora advertía. Pero su cabeza era rápida, así que enseguida respondió: —En cada caballo pueden subir uno o dos negros, son ya un promedio de veinte, los restantes usarán las balsas que tenemos ocultas en la orilla del río.
—Me parece un buen plan, ¡un maravilloso plan! —Exclamó Jim y nos abrazó a los dos con gran solemnidad—: Estoy orgulloso de ustedes, caballeros, muy orgulloso… sin vuestro auxilio esos pobres negros morirían siendo eslavos, sin saber lo que es ser libre. Gracias a ustedes yo los guiaré hasta donde nadie pueda atraparlos de nuevo y haré de ellos hombres y mujeres de bien, que vivan de su trabajo y críen a sus hijos en libertad.
Jim sabía de qué hablaba porque él mismo nació esclavo y ahora era libre. Además, era tanto o más generoso que Tom y yo, ya que se arriesgaba a que lo colgaran por liberar a los demás negros. ¿Sería Jim como uno de esos héroes de los libros que leía Tom?

Los negros fueron machándose uno a uno hasta quedar solo el que tocaba el tambor y los que bailaban alrededor de la hoguera. Yo sustituí a uno de los bailarines del mejor modo que pude, haciendo piruetas junto al fuego para parecérmeles, aun a sabiendas de que jamás lograría emular con ellos en lo que al baile se refiere. En cambio, cuando Tom sustituyó al negro de los tambores pensé que yo mismo no lo habría hecho tan mal…
Si nadie se percató de la falsa, o sospechó de la mala música que tocaban aquella noche los negros; de que los que estaban reunidos alrededor de la hoguera eran muñecos, el bailarín yo mismo y el tamborilero el peor de la historia, fue porque el pueblo se había congregado en el templo para escuchar a un predicador de lo más simpático, que en vez de hablarles del infierno les hacía reír y que decían era autor de varios libros que se vendían bien, casi como golosinas. A este cómico predicador, quien luego supe se llamaba Mark Twain, debemos que la gente se mantuviera entretenida con sus cuentos y chistes. De modo que no descubrieron que los negros se habían fugado hasta demasiadas horas después, cuando fue imposible seguirles la pista, aun con perros. Y es que Jim, que no era tonto como algunas veces pensé, había dispersado a los negros, los hizo cruzar el río con los caballos para que los perros perdieran el rastro y dejó hasta pistas y huellas falsas.
Por mi parte juro que casi caigo muerto esa noche de tantos brincos y cabriolas como tuve que hacer para que pensaran que era uno de los bailarines negros y, sobre todo, por tener que soportar tanto tiempo la tortura del tamborileo de Tom Sawyer quien, justo es admitirlo, es un chico más que inteligente y sus planes son siempre fantásticos, pero en eso de llevar un ritmo lo supera hasta el llanto de un bebé.


Luis Rafael
Madrid, diciembre de 2008.

martes, 2 de marzo de 2010

Rinconete sobre Daína Chaviano


Lunes, 1 de marzo de 2010


Daína Chaviano y la ciencia ficción

Por Luis Rafael

Cuentan sus amigos que la adolescente Daína Chaviano (La Habana, 1957) era fantasiosa y creía en su universo mágico al punto de pintar avisos para los extraterrestres en la azotea de su casa de la calle 68 en el barrio habanero de Miramar. Por entonces comenzó a escribir poemas eróticos y publicó sus primeros cuentos. A los veintidós recibe el Premio David de Ciencia Ficción por Los mundos que amo, una colección de relatos escritos entre los 15 y los 19 años, que tuvo un éxito extraordinario en la Isla, al punto de ser adaptado a la radio y, en una versión como fotonovela, vender doscientos mil ejemplares en menos de dos meses, iniciando el boom de la ciencia ficción en Cuba.
Recuerdo que me ponían de ejemplo de escritora precoz a Daína, cuando comencé a frecuentar el Instituto Cubano del Libro; también que mi hermana y mis primos (lectores de la ciencia ficción rusa que nos llegaba a raudales gracias a las publicaciones soviéticas) se pasaron los libros de la joven escritora, que contrastaban con la literatura del realismo socialista. Amoroso planeta (cuentos, 1983), Historias de hadas para adultos (noveletas, 1986), Fábulas de una abuela extraterrestre (novela, 1988; Premio Internacional de Fantasía Goliardos, México 2003) y El abrevadero de los dinosaurios (cuentos, 1990) gustaron a adolescentes, jóvenes y adultos; y abrieron el camino a la popularización de un género que si bien había tenido precedentes en Cuba era marginal.(1)
Licenciada en Lengua y Literatura Inglesa, Chaviano se nutrió de autores europeos y anglosajones como Margaret Atwood, Milan Kundera, Ray Bradbury, Michael Ende, J. R. R. Tolkien. En su narrativa se aprecia la mixtura entre lo fantástico y lo científico, su búsqueda de respuestas más allá de las apariencias de la realidad, de la que se evade intencionalmente.
Apasionada de mitologías y creadora de seres fabulosos, Daína confiesa que se plantea la literatura desde la fantasía y la ciencia ficción porque no ve el mundo «únicamente a través del prisma de lo terrenal». Sin embargo, llega un momento en que la artista opta por salir de Cuba y en 1991 se establece en EE. UU., donde continúa escribiendo apegada a lo fabuloso, aunque adentrándose en asuntos contemporáneos y volviendo los ojos a la Isla. En 1998 recibió en España el Premio Azorín de Novela, por El hombre, la hembra y el hambre, que forma parte del ciclo «La Habana Oculta», con el que desea «experimentar fusionando elementos de la literatura convencional con elementos fantásticos», y al que también pertenecen Casa de juegos (1999), Gata encerrada (2001) y La isla de los amores infinitos (2006), esta última galardonada con la Medalla de Oro en el certamen Florida Book y traducida a más de veinte idiomas.
Aunque su narrativa trascienda la ciencia ficción, prevalece el elemento fantástico y la interpretación mágica de la realidad, con que se arma para asumir la vida y eludir los problemas «terrenales». De ahí que la obra de Daína Chaviano permitiera a tantos lectores huir del maniqueísmo y la ideologización hacia parajes poblados por seres mágicos y mundos donde, al cabo de guerras y disímiles catástrofes, florece el porvenir.
(1-Nota: En 1964 se edita una colección de cuentos que llevó por título ¿A dónde van los cefalomos?, de Ángel Arango, decano de la ciencia-ficción cubana por su perseverancia en el cultivo del género. Más tarde irrumpieron otros autores interesados en la ciencia-ficción y se crearon premios para incentivar su cultivo, como el David de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y el de la revista Juventud Técnica, que propician su desarrollo y reconocimiento internacional mediante premios y ediciones extranjeras. Fueron varios los cubanos que incursionaron en la ciencia ficción. Uno de los más importantes sería el periodista y narrador Óscar Hurtado (La Habana, 1919-1977), considerado «el padre de la ciencia ficción cubana», que también escribió textos fantásticos, policíacos y de terror y cuyo nombre llevó el taller literario que dirigía Daína Chaviano en la década del ochenta.)

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Rinconete sobre Rafael Alcides


Lunes, 15 de febrero de 2010
El alma de Quijote de Rafael Alcides

Por Luis Rafael

Una emotiva tarde habanera, de esas que sellan la memoria con luz de fuego, conocí al poeta Rafael Alcides Pérez (Barrancas, 1933). Anónimo como acostumbra a presentarse, estaba en el público que asistía al lanzamiento de mi poema-libro Colómbico, celebrado en un luminoso salón del habanero Hotel Inglaterra. Lo supe casi al momento de marcharme, luego de firmar unos cuantos autógrafos a amigos y desconocidos, cuando el poeta y crítico Virgilio López Lemus, que había hecho el elogio de mi libro, se acercó con Alcides y me lo presentó. «Es un imprescindible para la poesía cubana», aseveró López Lemus y Alcides sonrió condescendiendo. Callaba, apenas atrevía algún comentario. Su mirada, sin embargo, escrutaba cada gesto, como su poesía.
Nacido en el oriental pueblo de Barrancas, Alcides se trasladó a Holguín para cursar el bachillerato y de allí a La Habana, donde se graduó como químico industrial. Trashumante desde joven, viajó a México, Estados Unidos, Argentina, Chile, Uruguay, Venezuela, escribiendo poemas aquí y allá, como quien saca fotos. Miembro de la llamada «generación del cincuenta», que se afilia al proyecto revolucionario cubano liderado por Fidel Castro y que pretendió desterrar de la Isla la explotación y las desigualdades, Rafael Alcides puso su literatura al «servicio» de la ideología nacionalista y justiciera, escribió versos diáfanos, cercanos y comprensibles para el pueblo, que marcaron su poética, coloquial, a veces coral, otras intimista e interrogadora, donde da testimonio de su presente y defiende el porvenir. En estos años de sueños y esperanzas, trabajó como productor, director y escritor de radio y dio a conocer el nuevo canon lírico conversacional en artículos y reseñas para las revistas Unión, Casa de las Américas, La Gaceta de Cuba, y en su programa radiofónico En su lugar la poesía. Entonces era un autor reconocido en su valía, que publicó los cuadernos de versos: Himnos de montaña, 1962; La pata de palo, 1967.
La historia, sin embargo, se encargó de recortar las alas a los sueños y sobrevino la década de 1970 con sus censuras y desmesuras. Al cabo del silencio editorial, resurgió la obra lírica de Alcides en la década de los ochenta, con poemarios que hablan de un cambio de temas y de abordajes, donde el poeta se vuelve cuestionador, duda, levanta su voz disidente y busca respuestas en la épica de lo cotidiano. Se atreve con temas y cuestionamientos que hablan de esa «alma de Quijote» que reconoce tener y que le lleva a enfrentarse a «molinos de viento» sabiendo que pueden lanzarlo al polvo, ante la mirada indiferente de los sanchificados. El artista decide replegarse y escribir desde el margen. Su compromiso con la justicia, le condena al «insilio», que sin embargo asume desde la creencia en que un poeta es una criatura «encargada de testimoniar el día de hoy y anunciar el de mañana». Sus textos expresan la ironía de quien sabe que su obra no niega sino afirma. Agradecido como un perro, 1983; Y se mueren y vuelven y se mueren, 1988; Noche en el recuerdo, 1989; Nadie, 1993, participan de su discurso rebelde, de su fe humanista y su deseo de comunicación, también evidentes en la antología publicada en España por Renacimiento y titulada GMT (Sevilla, 2009), que recoge textos escritos entre 1963 y 2008. Y es que con cada poema Rafael Alcides galopa en Clavileño, soñando una ínsula utópica que le conquista su verso sincero y su actitud de Quijote.

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Rinconete sobre Alberto Garrandés


Viernes, 22 de enero de 2010


Alberto Garrandés, al fluir traslúcido del agua y el sol

Por Luis Rafael

Alberto Garrandés (La Habana, 1960) no solo es un escritor constante, que ha publicado varias novelas y cuentos notables, sino el crítico que se encarga de ubicar a su generación en la cima de la tradición literaria reciente. Ha sido el primero en reseñar y antologar las obras de sus contemporáneos, el primero en proponer un cambio para el canon de la narrativa cubana de finales del siglo xx, pero también uno de los autores que más importancia han otorgado al lenguaje para describir la complejidad del universo cubano. Deudor del barroco lezamiano y de la transculturación de Fernando Ortiz, continúa las mixturas de Severo Sarduy. En sus ensayos y textos narrativos esgrime una literatura cubana que se apropia de lo universal para hacerse contemporánea y dialogar con lo mejor de la cultura de Occidente.
Crítico incansable, Garrandés suele colaborar en revistas culturales cubanas como Unión, La Gaceta de Cuba, Anuario de Literatura y Lingüística y Revista de Literatura Cubana, así como en Crítica (México), Lateral (España) y Cuadernos del Sur (España). Editor y bibliotecario, es un lector caníbal que comenzó estudiando la obra de Borges en sus años de universitario y ha publicado hasta el momento una veintena de libros. Reverente de autores «raros», transgresores como su maestro Ezequiel Vieta, se ha detenido asimismo en las obras de Miguel Collazo, Lino Novás Calvo, José Lezama Lima, James Joyce, Vladimir Nabokov, J. K. Huysmans, Miguel de Unamuno, Samuel Beckett. Entre sus ensayos sobresalen: Ezequiel Vieta y el bosque cifrado (1993), La poética del límite (1994), Síntomas (1999), Silencio y destino (1996, 2002), Los dientes del dragón (1999) y Presunciones (2005). Ha publicado varios libros de cuentos y novelas, donde su fino humor y sus demonios eróticos transparentan una peculiar visión sobre el cuerpo y la condición humana, al cabo transfiguraciones de la realidad: Capricho habanero (1998), Fake (2003, Premio La Llama Doble 2002 de novela erótica), así como los libros de relatos Artificios (1993), Salmos paganos (1996) y Cibersade (2001). En 1996 ganó el Premio de Cuento La Gaceta de Cuba. Ha obtenido varias veces el Premio Nacional de la Crítica; en 2005 el Premio de Novela Plaza Mayor; y en 2007 el Premio de Novela Alejo Carpentier, por Las potestades incorpóreas.
La imaginación simbólica, las ficciones en torno a lo erótico y la sexualidad, el barroco y el realismo dentro de la ciudad como espacio de palabras, hacen que su prosa, neo-barroca y llena de destellos lingüísticos, sustente un mundo ajeno al ambiente a veces agobiante del trópico. La mirada expresionista, reverberante de espejismos y evocadora de presencias fantasmales, ofrece el enraizamiento sobre el duro peñasco de lo cotidiano. Como antes Julián del Casal, habanero de nacimiento y de vocación, con su obra Alberto Garrandés hace su peculiar homenaje a la ciudad en que habita y cuyos secretos aprende cada día en su paso anónimo por calles y barrios detenidos en el mediodía del tiempo, al fluir traslúcido del agua y el sol.

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Rinconete sobre Luis Rogelio Nogueras


Jueves, 14 de enero de 2010

Luis Rogelio Nogueras, Wichy el Rojo

Por Luis Rafael

Apenas cumplidos los cuarenta años, Luis Rogelio Nogueras (1944-1985), apodado por sus amigos Wichy el Rojo, advierte que ha comenzado el conteo regresivo. Su cabeza de zanahoria, su piel de carmín angustiado bajo el sol antillano, lo deshacían de la vida librándolo de la vejez y salvando su imagen de don Juan tropical, enfant terrible y elegido de los dioses.
Al hospital acuden los amigos de una época marcada por los primeros, convulsos, años de la revolución cubana de 1959; los cómplices de la subversión literaria; los colegas de El Caimán Barbudo; los trovadores y los cineastas; los maestros queridos. Es un lento despegue, un apagamiento del ingenio y de la existencia física del poeta más prometedor de su generación, del incipiente novelista y guionista de cine, el agudo crítico y erudito ensayista. Eliseo Diego, autor fundamental en la generación de Orígenes y admirado maestro de Nogueras, acude también a verlo una tarde diferente en el concierto común de la despedida. Ese día el poeta amante de los heterónimos y los apócrifos que fue Wichy gozó del mejor regalo que podían hacerle. Meses atrás había publicado en una revista habanera un texto lírico que atribuyó a un niño prodigio desconocido, habitante de alguno de los países nórdicos de lengua anglosajona. En una nota señalaba que la traducción al español que presentaba a los lectores se debía a Eliseo Diego, conocido por sus peculiares versiones a nuestra lengua de poetas exóticos. Ahora el autor de Divertimentos, quien no había tomado como agravio la broma de Wichy el Rojo, venía trayéndole como regalo el supuesto poema original en lengua inglesa, este sí debido a su autoría y a su impecable dominio del inglés.
«Cuando Wichy venía, papá y él se encerraban en el escritorio y yo escuchaba sus risas de niños traviesos», me confesó alguna vez Josefina de Diego, la hija de Eliseo, para quien la relación entre Nogueras y su padre fue la constatación de sus intereses literarios y caracteres similares. Y es que el autor de En las oscuras manos del olvido fue uno de los pioneros del cuento fantástico, la búsqueda de una expresión natural pero auténticamente hispánica desde la asimilación de influencias culturales diversas y del juego con el idioma, que Nogueras continúa casi treinta años después y lleva a límites en sus libros publicados antes de su prematura muerte, entre los que destacan: Cabeza de zanahoria (1967), Las quince mil vidas del caminante (1977), Imitación de la vida (1988), El último caso del inspector (1983); y también en La forma de las cosas que vendrán (1988), Hay muchos modos de jugar (1990), Las palabras vuelven (1994), Encicloferia (2000), estos últimos aparecidos póstumamente.
Su más cercano amigo, el también poeta Guillermo Rodríguez Rivera, coautor con Whichy de novelas y ensayos (y de los temidos epitafios que pululaban cual plaga satirizadora de sus contemporáneos), relató: «Siempre creí que iba a vivir bastante más que yo: que llegaría a los noventa, como el pelirrojo Tallet, o quizás a los cien, como el mítico doctor Zen de La forma de las cosas que vendrán. Él mismo, cuando apareció Cabeza de zanahoria, me dijo que su último libro se habría de llamar Testa de copo. Pero se fue sin una cana, con los rojos cabellos de siempre».

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Rinconete sobre José Zacarías Tallet


Lunes, 28 de diciembre de 2009


José Zacarías Tallet, poeta del escepticismo y la ironía

Por Luis Rafael

Testimoniante y también protagonista de un siglo convulso en la historia de Cuba, eterno inconforme, escéptico de todo, bastón en ristre, José Zacarías Tallet (1893-1989) desandaba las calles de La Habana bajo el sol vespertino, rumbo a la redacción de una revista, a cumplir con su entrega de cada mes. Después de participar en luchas y revueltas estudiantiles; de reaccionar junto a otros jóvenes intelectuales contra la corrupción de la república estrenada en 1902, formando parte de la célebre Protesta de los Trece y del Grupo Minorista; de organizar junto a Rubén Martínez Villena proyectos culturales y educacionales como la Universidad Popular José Martí; sobrevivir a la represión policial y a las revoluciones de 1933 y 1959, al final de su vida uno de los críticos más mordaces de la sociedad cubana mantenía su natural iconoclasta escribiendo la sección de gazapos de la revista Bohemia, desde donde se contentaba con satirizar y aleccionar sobre el uso del idioma. Risueño siempre, no se dejó vencer por la miseria ni por la ancianidad.
Fue Tallet uno de los iniciadores de la llamada poesía negra, también de la poesía social y de la poesía coloquial o conversacionalista. Su original obra lírica, de hálito vanguardista, fue publicada a destiempo, en un volumen que resumía las producciones de varias décadas y que justamente tituló La semilla estéril (1951). Reaccionaba contra los modelos del modernismo rubendariano de los oropeles y las sonatinas, enarbolando una literatura centrada en la realidad cotidiana y el cuestionamiento de los valores éticos y estéticos tradicionales, desde una lacerante actitud crítica y un tono desenfadado. El autor propone una nueva relación entre el sujeto lírico y su contexto histórico-social. Advierte de la decadencia de su clase y de los huracanados tiempos por venir, anuncia y expresa el cambio en los temas y en las formas de la lírica. En su célebre «Proclama», atisbó:
Yo soy el poeta de una casta que se extingue, que lanza sus estertores últimos ahogada por el imperativo de la historia; de una casta de hombres pequeños, inconformes y escépticos, de los cómodos filósofos de «en la duda, abstente», que presienten el alba tras las negruras de la noche pero les falta la fe para velar hasta el confín de la noche.
Desengañado y mordaz, Tallet acierta en un nuevo lenguaje, más natural y prosaico, antipoético si se quiere, que anticipa las búsquedas de la lírica hispanoamericana en las décadas de 1960 y 1970. Sus textos «Elegía diferente», «Poema de la vida cotidiana», «La balada del pan», «Arte poética», «Proclama», «Negro ripiera», «En el banco de la paciencia», son notables por captar la agonía del ser en su enfrentamiento de la fatalidad histórica, por su desacralización del sujeto lírico, su tono a la vez burlón y desencantado, dramático e irónico, que capta una manera de sentir lo cubano nada canónica y más apegada a lo popular.

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Rinconete sobre Miguel del Carrión


Jueves, 17 de diciembre de 2009


Miguel del Carrión y su defensa moral de la mujer

Por Luis Rafael

Nadie como Miguel del Carrión (1875-1929) para describir el mundo femenino. En sus narraciones publicadas en Cuba durante los años iniciales del siglo xx y en sus obras inéditas demostró un conocimiento inusual de la sicología y los conflictos de la mujer, trazando vívidas caracterizaciones de sus personajes. Particularmente en las novelas Las honradas (1917) y Las impuras (1919), donde sus protagonistas femeninas arrastradas por la pasión amorosa revelan un universo de contradicciones sociales, al tiempo que encarnan dos paradigmas: la «burguesa honrada» y la «pobre impura». No en vano la aparición de Las honradas conmocionó a la sociedad habanera de su época y Las impuras estuvo durante varios años prohibida para las castas solteras, hasta alcanzar reconocimiento y convertirse en una de las obras literarias más exitosas, con numerosas ediciones, versiones teatrales, radiales y televisivas.
Bajo el influjo del realismo positivista y de la literatura de Emile Zolà, Carrión se adentró en la intimidad de sus personajes para demostrar las contradicciones y pasiones que arrasan al ser humano, fundamentalmente en su relación con un tema para entonces tabú: el sexo. Victoria, la protagonista de Las honradas, se casa con un hombre al que no ama y quien no despierta en ella la atracción sexual que sin embargo llega a sentir por un ser soberbio y vanidoso que se convertirá en su amante y finalmente la rechazará. Los vericuetos emocionales de Victoria, que solo mediante el adulterio conoce una efímera felicidad y se realiza sexualmente, sirven al autor para exponer su tesis sobre los derechos morales de la mujer frente a una sociedad castrante y machista. Por su parte, la sufrida protagonista de Las impuras, Teresa, pese a su rectitud moral y al estoicismo con que asume su liberación, aplastada por la intransigencia de su hermano y de su amante, es vencida por un mundo al que renunció para dar cauces a un amor «ilícito», que la condenaba y empuja a prostituirse.
Algunos críticos han defendido que Las impuras sea continuación de Las honradas porque retoma varios personajes y situaciones de la primera, aunque cada pieza presenta independencia argumental y cumple diferente objetivo. Lo cierto es que Las honradas saca a la luz el relato de «la caída» de una mujer que gracias a su talento para enmascarar los sentimientos y ocultar su infidelidad incluso del esposo engañado disfrutará del reconocimiento social erigiéndose como paradigma de la moral burguesa; mientras que en Las impuras apreciamos la crueldad de una sociedad intransigente que condena a la mujer solo por la valentía con que expuso sus sentimientos negándose a seguir las reglas de la falsedad y la conveniencia. Apegado al realismo y hombre crítico con su tiempo, socavado por los males de una república caricaturesca donde la farsa electoral y los desmanes político-administrativos eran de conocimiento público, Miguel del Carrión aprovecha estas novelas para hacer una radiografía del cinismo de una sociedad que hacía silencio ante la corrupción y admitía el sometimiento femenino.

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