viernes, 3 de abril de 2009

El barroco de Severo Sarduy


Tomado de Rinconete. Cervantes Virtual



Por: Luis Rafael

En el número VII de la revista Jácara (1998) publicamos tres décimas de Severo Sarduy (Camagüey, Cuba, 1937-París, 1993), copiadas por su hermana Mercedes. En ellas, el iconoclasta y polémico autor hacía su peculiar elogio de la piña, el mamey y el folclor cubano, inspirador de su barroco. Lezama Lima, maestro y paradigma estilístico de Sarduy, defendió que mediante el barroco el arte podía acercarse a la compleja realidad y reflejarla. Severo, nacido en el oriente cubano y con un bisabuelo de apellido Macao, incorpora a la mixtura de la identidad nacional el elemento asiático, desde su temprana fascinación por la cultura china. Pero, su acercamiento al universo oriental y al budismo tibetano, resulta diferente del lezamiano o de la fascinación de Julián del Casal y de otros tantos modernistas de Hispanoamérica, porque se alimenta de la interrogación y de la conciencia de que lo asiático estaba en las raíces de nuestra identidad.
Severo emprendió viajes al Medio Oriente y expediciones a China y la India, en busca de respuestas para sus inquietudes existenciales, y llegó a incorporar la sensibilidad asiática a su literatura, que rompe fronteras de representación como espacio idóneo para hibridaciones y mestizajes (véase el documental de Cervantes TV sobre la exposición «El Oriente de Severo Sarduy», celebrada en la sede central del Instituto Cervantes en 2008). Sabedor de que la huella china va más allá del irremplazable plato de arroz en la mesa cubana, en el soneto Mensaje a Changó (1986) conecta a Buda con la deidad del panteón afro con quien se sincretiza. Su obra literaria y plástica, al cabo, descubre las «oscuras afinidades» constatables entre la tradición oriental y la isleña; y dinamita las fronteras entre el pensamiento asiático y el occidental, conformando una propuesta barroca y conciliadora. Sin embargo, en un panorama dominado por «lo español» y «lo africano», los elementos orientales deben rastrearse en las sutilezas, con las que articula su discurso el autor de los ensayos Escrito sobre un cuerpo (1969) y Barroco (1974).
Luego del triunfo de la revolución de 1959, Sarduy colaboró en Diario libre y Lunes de revolución, hasta que viajó a París en 1960 para realizar estudios de Historia del Arte y nunca regresó a su país. En Francia estuvo vinculado al círculo de pensadores y escritores que hicieron la revista Tel Quel y trabajó como lector en Editions du Seuil y como redactor en la Radiotelevisión francesa. Pero desde París, ciudad donde murió de sida en 1993, soñó a Cuba y edificó su poética barroca. De donde son los cantantes (1967), el libro que lo da a conocer y arranca elogios de Lezama, resulta un pastiche donde conjuga desde el humor y la irreverencia inteligente, las culturas española, africana y china, nutridoras de la singularidad y del carácter cubano. Las relaciones entre Oriente y Occidente, van a definir además las propuestas de Cobra (Premio Médecis, 1972) y Maitreya (1978), volumen que marca su madurez estilística y que evidencia la particularidad transcultural y sincrética de su barroco. Sus textos posteriores, Colibrí (1984) y Cocuyo (1990), retornan a las fuentes de «lo cubano» desde una perspectiva abierta e integradora, que rompe con cánones y desata la inhibición y la duda más allá de la propuesta argumental. Autor de una veintena de libros, Severo Sarduy es pionero en la defensa de la cultura china como fuente nutridora de la cubana. Su empeño literario abrió sendas para replanteos de «lo cubano» y estudios históricos y antropológicos que le dan la razón a sus intuiciones artísticas y sus certezas barrocas.


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