Como parte de su colección «Tus Libros Selección», la Editorial Anaya estrenó una nueva edición de
Las aventuras de Huckleberry Finn, con texto introductorio y apéndice de Luis Rafael, donde el autor hace un juego literario que vincula la "premonición" del negro Jim con la victoria electoral de Barack Obama.
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Presentación
Mark Twain
Samuel Langhorne Clemens (1835-1910), quien más tarde firmaría Mark Twain, era un chico de once años cuando murió su padre y tuvo que ganar el sustento trabajando como aprendiz en una imprenta. El muchacho, de ojos vivaces y mente sagaz, debió quedar deslumbrado por las enormes máquinas que servían para reproducir periódicos y libros. En poco tiempo aprendió el difícil oficio de tipógrafo, que le iniciaría en el mundo literario, y siendo adolescente aún comenzó a soñar con ver su nombre en un periódico. Así que de forma precoz Samuel inició su carrera autoral con relatos breves, en los que se insinuaba el talento que caracterizaría su pródiga y original obra.
El seudónimo con el que sería conocido mundialmente, lo adoptó cuando tenía veinte y ocho años. Había estado trabajando como piloto de barco de vapor en el Mississippi y “mark twain”, que significa “dos brazas de profundidad”, era el calado mínimo necesario para realizar una navegación. Con este “calado mínimo”, capaz de traspasar las aguas turbulentas, Twain fue hábil en retratar su época y en proyectar su literatura al futuro. Hannibal, el puerto fluvial en el río Mississippi donde realizó sus primeros estudios y pasó su niñez, se convirtió en trasfondo para el pueblo ficticio de San Petersburgo, en el que ambienta las aventuras de Tom Sawyer y las de Huckleberry Finn, desde las cuales denuncia la hipocresía humana y el oprobio de la esclavitud, con la que estaba familiarizada su infancia, transcurrida en el entonces Estado esclavista de Missouri.
Como escritor, Twain revolucionó la narrativa en lengua inglesa con su prosa realista, coloquial, cargada de buen humor y pletórica de fantasía. Creador de personajes veraces y vívidos, en cientos de títulos demostró su genio fabulador. Humanista ante todo, su obra destila inteligencia, irreverencia y sátira social, al tiempo que condena la falsedad y la opresión. En San Francisco (California)trabajó como periodista para el Periódico The Californian, pero fue despedido tras varias disputas con los editores, que se negaban a publicar algunos de sus artículos más polémicos, ya que en un tiempo de ignominias y silencios se atrevió a descubrir la discriminación hacia los emigrantes y la brutalidad policial.
Por el humor de su relato La célebre rana saltarina del condado de las Calaveras, compuesto a los treinta años, adquirió fama en su país. Enseguida Mark Twain se convirtió en un autor leído por miles y hasta su muerte a los setenta y cinco años publicó más de 500 volúmenes, entre los que sobresalen, además de Las Aventuras de Tom Sawyer (1876) y Las aventuras de Huckleberry Finn (1884): El robo del elefante blanco (1882), relato detectivesco pletórico de humor; El Príncipe y mendigo (1882), un libro juvenil que basa su trama argumental sobre el intercambio de identidades en la Inglaterra de los Tudor; Vida en el Mississippi (1883), donde combina el recuento de sus experiencias como piloto de barco con una visita al río de su infancia y juventud veinte años después; Un yanqui en la corte del Rey Arturo (1889), sátira a la Inglaterra feudal y crítica de la sociedad americana de su tiempo; Tom Sawyer detective (1897), vuelta de tuerca a uno de sus personajes más populares; Extracto del diario de Adán (1904) y Diario de Adán y Eva (1906), donde ofrece una visión sarcástica de la primera pareja bíblica... Su Autobiografía, publicada póstumamente en 1924 resulta de igual modo un texto delicioso, donde luce la prosa fluida y el estilo humorístico que distingue a sus creaciones.
Las aventuras de Huckelberry Finn (1884), secuela de Tom Sawyer, ha sido considerada por la crítica la obra maestra de Mark Twain. Aunque repleta de humor y exuberancia narrativa, no deja de denunciar los efectos de la crueldad en un tiempo de esclavitud e hipocresía social, por lo que se erige en un paradigma de las preocupaciones humanística del escritor. El libro, narrado desde la perspectiva inocente de Huckleberry, un chico semianalfabeto y algo tonto, juega con la ironía y la parodia que su autor aprendió de textos tan amadas por él como el Don Quijote de Miguel de Cervantes. El escenario en que transcurren sus imaginativos episodios son los márgenes del río Mississippi, el ambiente infantil del autor en Missouri, para entonces un Estado violento y semisalvaje, donde la religión y la justicia estaban al servicio de los esclavistas. De ahí que el tema subyacente de la novela sea el de la discriminación racial, que denuncia a través del personaje del esclavo fugado Jim, quien se convierte en el compañero ideal de Huck en sus quijotescas aventuras.
A los 35 años, el escritor contrajo matrimonio con Olivia Langdon, su gran pasión, a quien escribió innumerables cartas de amor, incluso más de una cada día durante más de un año. Olivia era hija de un rico con quien simpatizaba Twain, ya que ayudó a escapar a decenas de esclavos como parte de la red de liberación llamada "Ferrocarril subterráneo". Al principio Olivia no prestó atención al escritor, pero terminó enamorándose de él. La pareja fue feliz pese a que la vida del novelista no era fácil y debió hacer giras por varios países para ganar el sustento, ya que sus charlas llegaron a cotizarse bien por su amenidad e ingenio.
Al final de su existencia, asediado por las deudas y las desgracias familiares, Mark Twain recorrió el mundo escribiendo y dictando conferencias. Para entonces era un autor famoso internacionalmente y fue merecedor de varios reconocimientos, entre los que sobresale el doctorado Honoris Causa por la "Universidad de Oxford". Sin embargo, el aventurero americano, que en su juventud fue minero en Nevada, negociante de maderas, soldado de la Confederación durante en la Guerra de Secesión Americana, piloto de barco, periodista e impresor, no pudo resistir las últimas estocadas que le deparaba el destino: el fallecimiento sucesivo de su amada esposa y de sus hijos (solo una hija le sobrevivió), apagó el fulgor de sus ojos y lo hizo caer en una crisis que desembocó en su propia muerte, en su casa de Stormfield, el 21 de abril de 1910.
Apéndice:
La “premonición” de Huckleberry Finn
Cuando Tom se asomó entre la maleza, con la cara tiznada por el hollín y los ojos que parecían dos ascuas hirviendo entre lágrimas que le chorreaban dejando al descubierto su cara blanca, supe que la cosa no había salido bien. Ya me imaginaba que su plan, por ser tan bueno y enredado, podría fallar.
—Mira, Huck, no tenemos tiempo para demasiadas palabras, solo te comunico que hemos tenido un grave problema… Jim se cayó al río… y no consiguió salir.
—¿Qué dices? ¡Quieres decir que Jim, el bueno de Jim, se ahogó? ¿Es eso lo que estás tratando de decirme, Tom Sawyer?
—No sé si se ahogó… Solo que fuimos y tomamos prestadas (como tú dices), las balsas, para transportar los caballos y las yeguas y, bueno, entonces como las bestias le tenían miedo al agua se empezaron a encabritar y Jim dijo que no se querían subir en la balsa porque tenían demasiado brío y sus ojos podían ver debajo del agua los espíritus de los muertos en el Mississippi y que por eso se asustaban. Le dije que habría que subirlas a las balsas para que no dejaran huellas y porque no de otro modo lo habría hecho un héroe, pero Jim gritó que él no quería ser héroe si tenía que remontar el río con aquellos caballos encabritados. Entonces lo amenacé con delatarlo, le dije que contaría nuestro plan al Juez y lo ahorcarían por secundar a dos chiquillos traviesos como nosotros… Ya sé que está mal. ¡Yo no iba a delatarlo, Huck, claro que no! Lo que pasa es que Jim se negaba a seguir mi fabuloso plan maestro y tuve que amenazarlo para que me hiciera caso y que no se revelara. Sin embargo, cuando logró subir un par de yeguas, una se encabritó y los troncos comenzaron a moverse y la balsa se soltó y, no pude evitarlo Huck, el caso es que de pronto Jim estaba solo en medio del río con tres yeguas, sobre la balsa que se movía y yo diciéndole que tomara el remo y se acercara a la orilla, pero cuando fue por el remo una yegua le dio una cos y lo tiró al agua… Jim se agarró de la soga, en cambio la muy bruta venga a patear y se voltearon y cayeron al río las tres bestias y también Jim. Entonces sí que se armó una buena, porque las yeguas no querían ahogarse y pateaban y nadaban desesperadas para que la corriente no los arrastrara y entre tanto chapoteo perdí de vista a Jim y no sé si pudo salir de debajo del agua… El caso es que no lo vi más y lo más probable es que Jim muriera como un héroe, Huck. Por eso, tú y yo, nosotros, Huck, vamos a honrarlo realizando el plan y cumpliendo su deseo…
El relato de Tom me dejó mudo. Imaginaba la escena y a Jim inconsciente bajo el agua, hinchándose como un pez muerto. ¡Pobre, pobre, Jim! Él que quería ser un héroe y liberar a su familia de la esclavitud… Y lo peor es que yo me sentía culpable porque esta desdichada aventura empezó por mi sueño “premonitorio”, que así decía Tom. Si no es por ese sueño endemoniado a Tom Sowyer no se le habría ocurrido su magnífico plan y Jim estaría vivito y coleando, disfrutando de la libertad después de haber nacido y estado tanto tiempo como esclavo.
Sí, porque la tarde en que los tres regresábamos a nuestro pueblo a bordo de un imponente vapor me quedé adormilado con el ruido del aspa, que impulsaba el barco chorreando agua, y cuando desperté les conté a Tom y a Jim:
—¡Esto sí que es maravilloso! He tenido un sueño de lo más raro, pero parecía verdad…
—Tú y tus sueños —protestó Tom porque le había interrumpido la siesta—. ¿Maravilloso, dices? Ni que hubieras visto lo que Don Quijote en la cueva de Montesinos o uno de los episodios que relataba la princesa Sherezada.
—¡Bueno, Tom!! No sé quiénes son esos que mencionas, ni el Don ni la princesa de nombre raro —me defendí—, pero puedo asegurarles que acabo de tener un sueño muy raro, el más extraño que haya tenido en la vida; y soy de los que no duermo un minuto sin soñar por lo menos cosas que podrían ocurrir en años…
—¡Anda ya!! ¡Tú y tus ocurrencias!
—Que sí, que si les cuento lo que soñé se van a quedar lo menos una buena hora boquiabiertos. Pero, no, debe ser una tontería, mejor me quedo callado y a dormir…
Yo sabía que Tom había picado y por eso me hice de rogar. Jim y él me miraban curiosos y en silencio, esperando que no pudiera soportarlo y comenzara a hablar, pero me resistí, hasta que Tom se volvió hacia mí como una fiera:
—¡Pues cuenta de una vez, Huckleberry Finn, que logras impacientarme siempre con tanto preámbulo! Y como ya lograste que me despertara del todo… A ver, ¿qué sueño tan maravilloso es ese?
Comprobé que estábamos solos en la cubierta y que nadie más podría escuchar mi historia. No quería que nos echaran al agua como a tres fardos molestos, se estaba a gusto viajando en un vapor, donde hasta de comer nos daban y nos trataban con muchos miramientos. Al fin lograba subirme como pasajero en uno de los elegantes navíos que pensé tendría que contentarme con ver pasar ante mis ojos llevando a otra gente. Y lo debía a la tía Sally y a la madre de Tom, que nos pagaron los billetes para que viajásemos como caballeros, incluso a Jim. Acordarme de eso me hizo pensar que acaso me comprometería revelar a mis amigos la visión que había tenido, acaso me condenaba al infierno con un sueño así. Pero era algo raro, confuso y raro…
—¿Vas a contar lo que soñaste o no, maldita sea!! —exclamó Tom impacientísimo. La verdad es que ahora no me dejaría tranquilo hasta que le describiera cada detalle. Tom Sawyer es así, ya lo sabemos.
—Bueno, les revelaré mi sueño, pero no me responsabilizo, ya saben, no puedo ser culpable de lo que pasa por mi cabeza mientras duermo…
—¡Cuenta ya!
—Estaba yo escuchando el ruido del agua y el sol me calentaba la cabeza y sin duda por eso tuve pensamientos y un sueño tan raro… el caso es que me quedé dormido reflexionando en la buena suerte de nuestro amigo Jim que ya no tendría que ser más esclavo y podría comenzar una nueva vida, pero al mismo tiempo me apenaba que sus hijas y su mujer sigan siendo esclavos, como tantos otros, que quizás se mueran sin ser libres ni un solo día…. Entonces me fui como cayendo por un pozo, pero suavemente, era uno muy profundo, que parecía no tener final, incluso mientras iba desplomando tuve tiempo de echar mano a un bote de miel y de embadurnar un poco en un trozo de queso, que tomé también prestado de una de las estanterías que pasaban junto a mi mientras bajaba y bajaba. Luego me comí el queso con la miel… ¡juro que se me agua la boca recordándolo!, el caso es que al fin dejé el bote bien colocado en otra repisa, pero seguía cayendo, suavecito, así que debí caer por lo menos más de medio día con todas sus horas y minutos, sin embargo al cabo de tanto hundirme en el profundo agujero aparecí en un lugar rarísimo, lleno de gente y de chimeneas y edificios pintados de colores brillantes y calles limpias, en fin, otro mundo. Allí había caballeros blancos y también negros, sí, muy elegantes y pulcros, y todos andaban juntos por la calle… Incluso vi del brazo una mujer negra con un hombre blanco, como si fueran esposos; y un colegio donde había niños negros y blancos estudiando juntos, unos al lado de los otros sin que importara el color de sus caras, y vi varias cosas así, por el estilo, de lo más extraordinarias; y, ¿saben qué? Vi a Jim…
—¿A qué Jim, al Jim que yo soy acaso?
—¡A qué otro Jim habría de haber visto! —lo cortó Tom impaciente y enseguida me preguntó: —¿Qué hacía Jim en tu sueño, Huckleberry?
—Pues Jim debía ser algo así como un rey… porque la gente lo trataba con respeto y le llamaba “Señor Presidente”. El caso es que parece que en mi sueño Jim era el jefe o el rey de esa gente, pero no un rey de los que viven sin trabajar y sacándole el dinero a su pueblo o uno de esos que tuvimos que llevar en nuestra balsa Jim y yo, sino uno bueno, porque la gente se reía y le aplaudía cada cosa que anunciaba, ya que parece que les decía cosas buenas para ellos. No entendí bien lo que estaba prometiendo Jim, en cambio sé que eran cosas elevadas y que a la gente le agradaba escucharlas porque tanto negros como blancos lo oían atentamente y aplaudía y reían y lo vitoreaban como a un héroe de esos de los libros que tú lees, Tom.
—El señorito Huck tiene sueños lindos, ¡sí que los tiene! —exclamó emocionado Jim, que había escuchado mi relato con los ojos fijos en la estela que dejaba tras de sí el vapor a lo largo del Mississippi.
Pero mi admirado Tom Sowyer no lo dejó relamerse con mi fantasía. Se puso en pie y anunció:
—Pues, ¿saben qué les digo, caballeros? —No me gustó que nos llamara “caballeros”, eso significaba que ya estaría tramando algo y que nosotros tendríamos que seguirle la corriente—. Mis queridos amigos, caballeros Huck y Jim, creo que ese sueño es una premonición.
—¿Una pre… qué? ¡Habla claro, Tom, que yo por lo menos aprendí a leer, pero el pobre Jim no va a comprenderte con esas palabrejas que usas.
—Una premonición es como un presagió, un vaticinio, una profecía, un augurio…
Jim se rascó la cabeza y, con la cara más seria y solmene del mundo, señaló:
—Perdone el señorito Tom, pero yo sigo sin entender qué es eso. Será porque soy un negro sin cultura, pero es que, como dice aquí el caballero Huck, esas palabras parecen solo para los libros…
—¡Pues deberían leer ustedes, señores! ¿No quieren prosperar en la vida? Pues lean entonces… A ver, les explico: Una premonición es como un anuncio de algo que va a pasar, solo que no ahora sino en el futuro. Es como cuando vas a pedir consejo a un brujo y te dice lo que debes hacer para invertir correctamente tu dinero y que nadie te engañe. Bueno, pues algo así. El caso es que yo pienso que tú, Jim… Sí, tú, vas a ser una especie de rey o algo semejante, como en el sueño de Huck, si realizas un acto heroico que te gane el favor y la admiración de la gente. Y, ¿saben qué?, yo sé cuál es el acto heroico que más admiración te ganaría y que más te gustaría realizar…
Por mi sueño comenzó esta historia. Tom Sowyer enseguida tenía un plan súper enrevesado y complicadísimo, como es propio de él, y nos lo explicó. ¿Quién iba a negarse a seguir un propósito tan bien pensando como el suyo? El caso es que nada salió como él quería y para colmo ahora Jim ya no está, así que ni héroe ni rey ni nada, un ahogado más en las aguas del Mississippi y ni siquiera pudo disfrutar de su libertad.
—Cambia esa cara, Huckleberry —me ordenó Tom limpiándose los ojos con la manga de su camisa—, ya tendremos tiempo de llorar y honrar a Jim como se merece… Ahora debemos continuar con nuestro plan.
—Bien, ¡aunque me condene al infierno eterno por lo que estamos haciendo, por mi amigo Jim lo haré sin más remordimientos ni más escrúpulos y luego que el Reverendo y el Juez digan lo que quieran…!
—¡Así se habla, Huck! Cumpliremos nuestra promesa a Jim incluso al precio de nuestras vidas.
No estaba en mis planes terminar con mi joven existencia habiéndome liberado al fin de las palizas de mi padre, pero tampoco iba a desdecir a Tom porque a él le sentaría mal, así que hice como que estaba de acuerdo.
Esperamos al Día de Reyes porque esa noche los negros tenían permiso para hacer una fiesta al estilo africano, con tambores y bailes. Habían dispuesto una hoguera y bailaban y se emborrachaban como cada año. En cambio, la verdad es que en vez de alcohol estaban tomando agua, siguiendo las indicaciones de Jim y el plan de Tom para liberar a la familia de nuestro amigo, ya que eran cómplices de la fuga que habíamos organizado.
—Con nuestro dinero pude comprar 16 animales —refirió Tom—, pero como en el río perdimos tres yeguas, ahora solo quedan trece. Los dejé amarrados en el monte. El problema es que no sé si tú y yo seremos capaces de hacerlos subir a las balsas para remontar el río con los negros.
—Mira, Tom Sawyer… ¡Diablos, siento tener que decirte esto! Ya sé que no será el procedimiento adecuado para una fuga, pero en estos momentos no debemos atender tanto a las formas porque si no la cosa se vendrá al traste y terminaremos como el pobre Jim… Pienso que mejor eliminamos la parte en que los negros tendrían que remontar el río con los caballos en las balsas hasta estar cerca de Cairo. Primero, porque no lograremos subir los caballos y los negros en las balsas; y, segundo, porque eso no es práctico.
—¿Práctico, dices? ¡Qué sabes tú de lo que es práctico, Huckleberry Finn!
Tom estaba indignado, caminaba de un lado a otro con las manos cruzadas detrás de la espalda, pero antes de que dijera algo más lo corté:
—Vamos a subir a los negros en los caballos y que se fuguen a donde nadie les pida papeles. En cuanto sus dueños vean que faltan irán a buscarlos en la dirección de Cairo, pero si van a otra parte, donde nadie les pida papeles… ¿Por qué un papel tendrá que complicar tanto la vida de la gente?
Tom estuvo un momento reflexionando y enseguida añadió:
—Acepto… pero con una condición, vamos a liberar a todos los negros y no solo a la familia de Jim…
—¡Qué dices? Si liberamos a todos los negros quién hará la colada, quién labrará la tierra y todo eso…
—Que cada uno se labre su propia tierra, Huck. Yo creo que todos los negros tienen el mismo derecho a ser liberados y no solo la familia de Jim, como acordamos en principio.
—El señorito, como siempre, tiene razón… Por su boca habla un hombre sabio…
Nos sobresaltó escuchar el susurro en medio de la oscuridad. Era nada menos que la voz de Jim, quien se apareció de pronto entre la maleza, con los pelos chorreando agua y llenos de yerbajos del río, que colgaban hasta sus pies dándole un aspecto bastante espantoso.
Ya me temía que su espíritu se nos apareciera de un momento a otro, pero la verdad es que no esperaba que hiciese su presentación tan rápido. El fantasma de Jim se nos acercó más y no pude evitar la flojera en las piernas y que mis dientes batieran en sinfonía, aterrado como estaba. Hice la señal de la cruz y agarrándome al brazo de Tom exclamé:
—¡Oh, Jim, no nos hagas daño! ¡Mira que hemos sido tus amigos!
Tom y yo íbamos a echarnos a correr porque no hay garantía de que el fantasma de un hombre sea tu amigo como lo fue el hombre mismo; en cambio Jim, o su fantasma o lo que fuera, pareció tener una “premonición” de esas que decía Tom y nos cortó el camino diciendo:
—¡No soy un fantasma, les aseguro que no!
Se quitó los yerbajos de la cabeza y para que le creyéramos nos dijo que lo pellizcáramos y así, si le dolía, sabríamos que no estaba muerto...
Yo no me hubiera atrevido, pero Tom le dio un buen pellizco en un brazo y Jim se quejó:
—¡Ay, señorito, no tenía que hacerlo tan fuerte! ¡Sí que duele, sí!
—¿Entonces no te ahogaste en el río, Jim? ¡Mi viejo amigo! —y no pude contenerme y lo abracé pese a que estaba empapado y sucio de barro.
Jim se reía como si le hicieran cosquillas, mostrando su blanca y enorme dentadura, que le iluminaba la cara. Al fin dijo:
—¡No, claro que no estoy muerto! Sé nadar por debajo del agua y aunque la corriente me arrastró río abajo, pude llegar a la orilla y ¡aquí estoy!.. Los escuché hablando de liberar a todos los negros y no solo a mi familia… ¡Eso me parece justo, muy justo, sí señor!
Tom intervino entonces:
—¡No solo es un acto de justicia que liberemos a todos los negros, sino que será una aventura sin duda trascendental, que dará qué hablar, que nos hará famosos y hasta se escribirá en algún libro!
—Y nos condenará al infierno eterno… por lo menos eso me decía el Juez. El Reverendo también, me explicó una vez que quien ayuda a un negro fugado de su amo es tan pecador como el mismo negro… ¡No quiero ni pensar en lo que dirán cuando se enteren de lo que pretendemos hacer!
—¡Ya está bien, Huck! ¿No te das cuenta de que eso lo decían porque no les conviene quedarse sin sus negros? Ya verás cómo tendrán que ponerse a trabajar y hacer ellos mismos lo que hasta ahora les hicieron sus esclavos…
Me imaginé al Juez, con peluca y con la lengua afuera, sudando y corriendo de un lado para otro haciendo la colada, cocinando y limpiando, y me reí para mis adentros. ¡Estaba seguro de que cuando tuviera que lavar él mismo su ropa no andaría insistiéndome tanto para que me cambiara y me bañara y anduviera limpio! ¡Buen plan el de Tom! Sí, liberaríamos a los negros y de paso me libraría de la presión del Juez y del Reverendo y de sus deseos de civilizarme.
—Bien —dijo Tom sacándome de mis ensoñaciones—, haremos lo siguiente: Jim tomará prestada alguna ropa vieja y sombreros y los rellenará de paja y hará unos muñecos como si fueran los negros mismos. Luego los llevará hasta la fogata y los irá cambiando por los negros, uno a uno. Huck y yo nos tiznaremos un poco más con el hollín hasta que parezcamos negros y tomaremos el lugar del que toca el tambor y de los bailarines. Así, todos creerán que sus esclavos continúan disfrutando de la fiesta y no sospecharán que se fugan liderados por Jim, quien a partir de hoy se convertirá en un héroe… ¡Qué aventura! Sin duda dará qué hablar y nos hará famosos.
—¿Pero, Tom, cómo van a escapar casi treinta negros en solo trece caballos?
—Tranquilo, Huck, eso ya lo había previsto… —Tom se quedó como reflexionado un momento, por lo que sospeché que de “previsto” nada: estaba buscando una solución al problema, que solo ahora advertía. Pero su cabeza era rápida, así que enseguida respondió: —En cada caballo pueden subir uno o dos negros, son ya un promedio de veinte, los restantes usarán las balsas que tenemos ocultas en la orilla del río.
—Me parece un buen plan, ¡un maravilloso plan! —Exclamó Jim y nos abrazó a los dos con gran solemnidad—: Estoy orgulloso de ustedes, caballeros, muy orgulloso… sin vuestro auxilio esos pobres negros morirían siendo eslavos, sin saber lo que es ser libre. Gracias a ustedes yo los guiaré hasta donde nadie pueda atraparlos de nuevo y haré de ellos hombres y mujeres de bien, que vivan de su trabajo y críen a sus hijos en libertad.
Jim sabía de qué hablaba porque él mismo nació esclavo y ahora era libre. Además, era tanto o más generoso que Tom y yo, ya que se arriesgaba a que lo colgaran por liberar a los demás negros. ¿Sería Jim como uno de esos héroes de los libros que leía Tom?
Los negros fueron machándose uno a uno hasta quedar solo el que tocaba el tambor y los que bailaban alrededor de la hoguera. Yo sustituí a uno de los bailarines del mejor modo que pude, haciendo piruetas junto al fuego para parecérmeles, aun a sabiendas de que jamás lograría emular con ellos en lo que al baile se refiere. En cambio, cuando Tom sustituyó al negro de los tambores pensé que yo mismo no lo habría hecho tan mal…
Si nadie se percató de la falsa, o sospechó de la mala música que tocaban aquella noche los negros; de que los que estaban reunidos alrededor de la hoguera eran muñecos, el bailarín yo mismo y el tamborilero el peor de la historia, fue porque el pueblo se había congregado en el templo para escuchar a un predicador de lo más simpático, que en vez de hablarles del infierno les hacía reír y que decían era autor de varios libros que se vendían bien, casi como golosinas. A este cómico predicador, quien luego supe se llamaba Mark Twain, debemos que la gente se mantuviera entretenida con sus cuentos y chistes. De modo que no descubrieron que los negros se habían fugado hasta demasiadas horas después, cuando fue imposible seguirles la pista, aun con perros. Y es que Jim, que no era tonto como algunas veces pensé, había dispersado a los negros, los hizo cruzar el río con los caballos para que los perros perdieran el rastro y dejó hasta pistas y huellas falsas.
Por mi parte juro que casi caigo muerto esa noche de tantos brincos y cabriolas como tuve que hacer para que pensaran que era uno de los bailarines negros y, sobre todo, por tener que soportar tanto tiempo la tortura del tamborileo de Tom Sawyer quien, justo es admitirlo, es un chico más que inteligente y sus planes son siempre fantásticos, pero en eso de llevar un ritmo lo supera hasta el llanto de un bebé.
Luis Rafael
Madrid, diciembre de 2008.