Lunes, 28 de diciembre de 2009
Por Luis Rafael
Testimoniante y también protagonista de un siglo convulso en la historia de Cuba, eterno inconforme, escéptico de todo, bastón en ristre, José Zacarías Tallet (1893-1989) desandaba las calles de La Habana bajo el sol vespertino, rumbo a la redacción de una revista, a cumplir con su entrega de cada mes. Después de participar en luchas y revueltas estudiantiles; de reaccionar junto a otros jóvenes intelectuales contra la corrupción de la república estrenada en 1902, formando parte de la célebre Protesta de los Trece y del Grupo Minorista; de organizar junto a Rubén Martínez Villena proyectos culturales y educacionales como la Universidad Popular José Martí; sobrevivir a la represión policial y a las revoluciones de 1933 y 1959, al final de su vida uno de los críticos más mordaces de la sociedad cubana mantenía su natural iconoclasta escribiendo la sección de gazapos de la revista Bohemia, desde donde se contentaba con satirizar y aleccionar sobre el uso del idioma. Risueño siempre, no se dejó vencer por la miseria ni por la ancianidad.
Fue Tallet uno de los iniciadores de la llamada poesía negra, también de la poesía social y de la poesía coloquial o conversacionalista. Su original obra lírica, de hálito vanguardista, fue publicada a destiempo, en un volumen que resumía las producciones de varias décadas y que justamente tituló La semilla estéril (1951). Reaccionaba contra los modelos del modernismo rubendariano de los oropeles y las sonatinas, enarbolando una literatura centrada en la realidad cotidiana y el cuestionamiento de los valores éticos y estéticos tradicionales, desde una lacerante actitud crítica y un tono desenfadado. El autor propone una nueva relación entre el sujeto lírico y su contexto histórico-social. Advierte de la decadencia de su clase y de los huracanados tiempos por venir, anuncia y expresa el cambio en los temas y en las formas de la lírica. En su célebre «Proclama», atisbó:
Yo soy el poeta de una casta que se extingue, que lanza sus estertores últimos ahogada por el imperativo de la historia; de una casta de hombres pequeños, inconformes y escépticos, de los cómodos filósofos de «en la duda, abstente», que presienten el alba tras las negruras de la noche pero les falta la fe para velar hasta el confín de la noche.
Desengañado y mordaz, Tallet acierta en un nuevo lenguaje, más natural y prosaico, antipoético si se quiere, que anticipa las búsquedas de la lírica hispanoamericana en las décadas de 1960 y 1970. Sus textos «Elegía diferente», «Poema de la vida cotidiana», «La balada del pan», «Arte poética», «Proclama», «Negro ripiera», «En el banco de la paciencia», son notables por captar la agonía del ser en su enfrentamiento de la fatalidad histórica, por su desacralización del sujeto lírico, su tono a la vez burlón y desencantado, dramático e irónico, que capta una manera de sentir lo cubano nada canónica y más apegada a lo popular.
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