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Miércoles, 27 de octubre de 2010
José de la Luz y Caballero al sol de la justicia
Por Luis Rafael
Cuando José Martí escribió en sus Versos Sencillos que deseaba morir «de cara al sol» no hablaba del «astro rey» sino del sol de la justicia, a que consagró su existencia el Apóstol cubano y que guió la vida y la obra de su predecesor José de la Luz y Caballero (La Habana, 1800-1862), quien afirmó: «Antes quisiera ver yo desplomadas, no digo las instituciones de los hombres, sino las estrellas todas del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de la justicia, ese sol del mundo moral».
Hijo de una familia acomodada que tenía en propiedad un ingenio y una hacienda, el joven desdeñó el destino burgués y se pronunció contra las injusticias y los dogmas. Tutelado primero por su tío, el teólogo José Agustín Caballero, a los doce años aprendió latín y filosofía en el convento de San Francisco y alcanzó el título de bachiller en Filosofía con apenas diecisiete. Inclinado al sacerdocio, ingresa en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, donde años más tarde se gradúa de bachiller en Leyes y donde Félix Varela fue su maestro y guía, quien le anima a profundizar en la filosofía renovadora del siglo xviii. Con Varela, se pronuncia contra los métodos de enseñanza escolásticos y contra el clero español, que vivía de espaldas a la realidad de la esclavitud y la explotación. Decepcionado de la institución religiosa, Luz se decide por la docencia y en 1824 gana por oposición la plaza de director de la Cátedra de Filosofía del Seminario de San Carlos, que antes habían ocupado Varela y el pensador José Antonio Saco, condiscípulo suyo, quien también en su obra evidencia las inquietudes reformadoras más allá de la docencia. Porque si Luz y Caballero defendió el método explicativo de instrucción, lo hizo no solo por oponerse a la escolástica sino porque sabía que la instrucción y la moral eran vías transformadoras de la sociedad.
Espíritu ilustrado, Luz y Caballero llegó a dominar varios idiomas; viajó por Egipto y Siria. En EE.UU. conoció al poeta Longefellow; en Escocia, al novelista Walter Scott; en Francia, al sabio Couvier; en Dresde, a Goethe. Se relacionó además con Washington Irving, el canciller inglés Henrique Brougham, el físico Gay-Lussac, el sabio Alejandro de Humboldt. Participó en las tertulias de Alejandro Dumas y compartió con Cuvier y Michelet. De regreso a Cuba en 1831 vuelve a vincularse a la educación y escribe para varias publicaciones de la época. Al año siguiente trabaja en el Colegio de San Cristóbal, del que llegaría a ser director y donde aplica el sistema explicativo en la enseñanza. Por criticar la trata de esclavos sería acusado de «soliviantar a los negros» y lo involucraron en una conspiración que fue reprimida ferozmente por el gobierno colonial de la isla en 1844, conocida como «La Escalera». Demostrada su inocencia, continúa su labor pedagógica convirtiéndose en el «silencioso fundador» de la Patria, según José Martí, quien reconoció en él al maestro de la generación de cubanos que habría de ganar «la libertad que sólo brillaría sobre sus huesos». Sus obras aparecieron en diarios y revistas pero en forma de libro solo póstumamente. Explicó Martí que si Luz no se ocupó nunca de publicar sus escritos fue porque consagró su tiempo a «lo más difícil, que es hacer hombres». Aunque la doctrina de José de la Luz y Caballero repercutió en los movimientos políticos cubanos del siglo xix (anexionismo, reformismo, autonomismo e independentismo), iba más allá de la política centrándose en la defensa de la justicia y del pensamiento propio, de la ética y la moral que debían erigir una Cuba mejor.
Miércoles, 27 de octubre de 2010
José de la Luz y Caballero al sol de la justicia
Por Luis Rafael
Cuando José Martí escribió en sus Versos Sencillos que deseaba morir «de cara al sol» no hablaba del «astro rey» sino del sol de la justicia, a que consagró su existencia el Apóstol cubano y que guió la vida y la obra de su predecesor José de la Luz y Caballero (La Habana, 1800-1862), quien afirmó: «Antes quisiera ver yo desplomadas, no digo las instituciones de los hombres, sino las estrellas todas del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de la justicia, ese sol del mundo moral».
Hijo de una familia acomodada que tenía en propiedad un ingenio y una hacienda, el joven desdeñó el destino burgués y se pronunció contra las injusticias y los dogmas. Tutelado primero por su tío, el teólogo José Agustín Caballero, a los doce años aprendió latín y filosofía en el convento de San Francisco y alcanzó el título de bachiller en Filosofía con apenas diecisiete. Inclinado al sacerdocio, ingresa en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, donde años más tarde se gradúa de bachiller en Leyes y donde Félix Varela fue su maestro y guía, quien le anima a profundizar en la filosofía renovadora del siglo xviii. Con Varela, se pronuncia contra los métodos de enseñanza escolásticos y contra el clero español, que vivía de espaldas a la realidad de la esclavitud y la explotación. Decepcionado de la institución religiosa, Luz se decide por la docencia y en 1824 gana por oposición la plaza de director de la Cátedra de Filosofía del Seminario de San Carlos, que antes habían ocupado Varela y el pensador José Antonio Saco, condiscípulo suyo, quien también en su obra evidencia las inquietudes reformadoras más allá de la docencia. Porque si Luz y Caballero defendió el método explicativo de instrucción, lo hizo no solo por oponerse a la escolástica sino porque sabía que la instrucción y la moral eran vías transformadoras de la sociedad.
Espíritu ilustrado, Luz y Caballero llegó a dominar varios idiomas; viajó por Egipto y Siria. En EE.UU. conoció al poeta Longefellow; en Escocia, al novelista Walter Scott; en Francia, al sabio Couvier; en Dresde, a Goethe. Se relacionó además con Washington Irving, el canciller inglés Henrique Brougham, el físico Gay-Lussac, el sabio Alejandro de Humboldt. Participó en las tertulias de Alejandro Dumas y compartió con Cuvier y Michelet. De regreso a Cuba en 1831 vuelve a vincularse a la educación y escribe para varias publicaciones de la época. Al año siguiente trabaja en el Colegio de San Cristóbal, del que llegaría a ser director y donde aplica el sistema explicativo en la enseñanza. Por criticar la trata de esclavos sería acusado de «soliviantar a los negros» y lo involucraron en una conspiración que fue reprimida ferozmente por el gobierno colonial de la isla en 1844, conocida como «La Escalera». Demostrada su inocencia, continúa su labor pedagógica convirtiéndose en el «silencioso fundador» de la Patria, según José Martí, quien reconoció en él al maestro de la generación de cubanos que habría de ganar «la libertad que sólo brillaría sobre sus huesos». Sus obras aparecieron en diarios y revistas pero en forma de libro solo póstumamente. Explicó Martí que si Luz no se ocupó nunca de publicar sus escritos fue porque consagró su tiempo a «lo más difícil, que es hacer hombres». Aunque la doctrina de José de la Luz y Caballero repercutió en los movimientos políticos cubanos del siglo xix (anexionismo, reformismo, autonomismo e independentismo), iba más allá de la política centrándose en la defensa de la justicia y del pensamiento propio, de la ética y la moral que debían erigir una Cuba mejor.
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