Por Luis Rafael
Apenas cumplidos los cuarenta años, Luis Rogelio Nogueras (1944-1985), apodado por sus amigos Wichy el Rojo, advierte que ha comenzado el conteo regresivo. Su cabeza de zanahoria, su piel de carmín angustiado bajo el sol antillano, lo deshacían de la vida librándolo de la vejez y salvando su imagen de don Juan tropical, enfant terrible y elegido de los dioses.
Al hospital acuden los amigos de una época marcada por los primeros, convulsos, años de la revolución cubana de 1959; los cómplices de la subversión literaria; los colegas de El Caimán Barbudo; los trovadores y los cineastas; los maestros queridos. Es un lento despegue, un apagamiento del ingenio y de la existencia física del poeta más prometedor de su generación, del incipiente novelista y guionista de cine, el agudo crítico y erudito ensayista. Eliseo Diego, autor fundamental en la generación de Orígenes y admirado maestro de Nogueras, acude también a verlo una tarde diferente en el concierto común de la despedida. Ese día el poeta amante de los heterónimos y los apócrifos que fue Wichy gozó del mejor regalo que podían hacerle. Meses atrás había publicado en una revista habanera un texto lírico que atribuyó a un niño prodigio desconocido, habitante de alguno de los países nórdicos de lengua anglosajona. En una nota señalaba que la traducción al español que presentaba a los lectores se debía a Eliseo Diego, conocido por sus peculiares versiones a nuestra lengua de poetas exóticos. Ahora el autor de Divertimentos, quien no había tomado como agravio la broma de Wichy el Rojo, venía trayéndole como regalo el supuesto poema original en lengua inglesa, este sí debido a su autoría y a su impecable dominio del inglés.
«Cuando Wichy venía, papá y él se encerraban en el escritorio y yo escuchaba sus risas de niños traviesos», me confesó alguna vez Josefina de Diego, la hija de Eliseo, para quien la relación entre Nogueras y su padre fue la constatación de sus intereses literarios y caracteres similares. Y es que el autor de En las oscuras manos del olvido fue uno de los pioneros del cuento fantástico, la búsqueda de una expresión natural pero auténticamente hispánica desde la asimilación de influencias culturales diversas y del juego con el idioma, que Nogueras continúa casi treinta años después y lleva a límites en sus libros publicados antes de su prematura muerte, entre los que destacan: Cabeza de zanahoria (1967), Las quince mil vidas del caminante (1977), Imitación de la vida (1988), El último caso del inspector (1983); y también en La forma de las cosas que vendrán (1988), Hay muchos modos de jugar (1990), Las palabras vuelven (1994), Encicloferia (2000), estos últimos aparecidos póstumamente.
Su más cercano amigo, el también poeta Guillermo Rodríguez Rivera, coautor con Whichy de novelas y ensayos (y de los temidos epitafios que pululaban cual plaga satirizadora de sus contemporáneos), relató: «Siempre creí que iba a vivir bastante más que yo: que llegaría a los noventa, como el pelirrojo Tallet, o quizás a los cien, como el mítico doctor Zen de La forma de las cosas que vendrán. Él mismo, cuando apareció Cabeza de zanahoria, me dijo que su último libro se habría de llamar Testa de copo. Pero se fue sin una cana, con los rojos cabellos de siempre».
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