miércoles, 1 de diciembre de 2010

Rinconete sobre Reina María Rodríguez

Rinconete > Literatura
Viernes, 17 de septiembre de 2010


Reina María Rodríguez, en su azotea
Por Luis Rafael

A diferencia de la torre de marfil donde se confinaban los poetas evadidos, la azotea de Reina María Rodríguez (La Habana, 1952) es un faro desde el cual la poesía vigila la ciudad, fotografiando los capiteles rotos y el azoro de la gente que vaga ensimismada. La azotea-casa de Reina, construida sobre el apartamento de su madre a partir de materiales reciclados de los edificios derruidos de Centro Habana, abre sus ventanas como «pestañas de madera» para revelar los signos del cambio en una urbe donde hierros y símbolos lucen la corrosión del salitre y pierden su antigua sustancia. No en balde dice la autora en un poema que «las vigas», que soportaban «tanto peso», parecen flaquear, ladeadas, como la vida: «observamos las vigas que soportan tanto peso / mi vida está ladeada / los demás colocan travesaños / apoyo el centro de la mano contra el muro / y el arco agita / la humedad el vicio de la herrumbre».

Junto a Raúl Hernández Novás, José Kozer, Ángel Escobar, et ál., Reina expresa en su poesía de la década del ochenta un cambio de la lírica cubana, que continúa los caminos del coloquialismo pero desde una voz más íntima, evadiendo la épica colectiva y centrándose en la hipersensibilidad del artista que, tal como sucedió a inicios del siglo xx, vuelve a sentirse al margen de la historia y se desinhibe en sus versos. En los noventa, su obra refleja la crisis de los paradigmas y la decadencia del llamado «Periodo Especial» cubano, luego de la caída del «Campo Socialista» y de la frustración que trae consigo el fracaso de unos ideales que alentaron a su generación. Justamente en esta década, dando continuidad a una tradición de tertulias que tiene en Cuba ilustres precedentes, en la azotea habanera de Reina María se constituyó una peculiar reunión literaria, al margen de los espacios oficiales. Sobre La Habana, avistando tanques de agua, tejados, palomares y decrépitas redes eléctricas, en medio de apagones, los escritores de la corte de Reina leían sus textos y conversaban, en la ilusión de resistir al tiempo. Un tiempo que no es jamás el mismo, que cambia en las décadas y en el modo en que se relaciona con la artista, tomando diferente fisonomía desde el cuaderno en que se dio a conocer Cuando una mujer no duerme (1980), pasando por Para un cordero blanco (1984), En la arena de Padua (1991), Páramos (1993), Travelling (1995), La foto del invernadero (1998), Te daré de comer como a los pájaros (2000)… Galardonada varias veces con premios como el Casa de las Américas (1984 y 1998), el Julián del Casal (1980 y 1993), el de la Revista Plural de México (1992), en 1999 recibió la Orden de Artes y Letras de Francia y en Cuba varios reconocimientos de la crítica. Su obra aparece en antologías y ha sido traducida a una decena de lenguas, por su original modo de dar testimonio, de evocar el pasado y de expresar la intimidad de lo cotidiano, en la descripción de su mundo interno, sus tribulaciones y sensaciones íntimas. Su poesía consigue trasmitir los ambientes y las ansiedades de su época, expuestos con naturalidad, dejando espacio para la reflexión y la memoria. Con un lenguaje coloquial que intenta construir imágenes y alegorías más que metáforas, Reina María Rodríguez actualiza el intimismo para describir lo erótico del cuerpo y el impacto del tiempo, abordar la soledad, el amor y el sexo, desde su propio sujeto lírico o mediante personajes que crea y en los que se desdobla, trepada a su azotea, oteando un horizonte de edificios cercados por el mar.

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