No poner al individuo en el centro de interés conduciría a la autodestrucción, a la nada y a la liquidación del planeta, por eso a fines del siglo XX se hace necesario el resurgimiento de la ética humanista del bien común. Sabemos ya que la globalización y el neoliberalismo han supuesto para varias regiones del mundo una nueva colonización. La cultura contemporánea, sustentada por los medios masivos, los grandes monopolios de la información, Internet y demás espacios de “virtualidad” y globalización, si bien es capaz de traspasar las fronteras además puede ser dañina y contaminadora cuando se fundamenta sobre la lógica del mercado, el consumo, la ganancia y la competencia.
La cultura convertida en una industria más se rige por las leyes del mercado y valora únicamente lo vendible, rentable y competitivo. De ahí que el narcicismo se hace paradigma, la postura prometeica resulta relegada por su cercanía a las concepciones políticas socialistas, su implicación con la solidaridad y su defensa del sacrificio en pos de los otros, algo que en el egoísmo neoliberal, poco práctico y hasta utópicamente inviable.
Hoy en día, en cambio, podemos afirmar que la globalización no logra imponer sus modelos hegemónicos, aunque varias veces pone a la cultura al servicio de los medios masivos dominados por el poderoso caballero Don Dinero. Para los monopolios internacionales de la cultura, el arte tiene solo valor simbólico, comercial, sin embargo para los pueblos puede ser una tabla de salvación, un reducto para la conservación de la identidad y para la generación de preguntas y respuestas, también como expresión soberana y autóctona. El neoliberalismo intenta imponer un mercado único y un pensamiento único, sustentado sobre principios racistas y que intenta avasallar a los países pobres, tanto en lo político como en lo cultural. El nuevo colonialismo aprovecha a la cultura puesta al servicio de los medios masivos de comunicación, para exportar sus paradigmas. De ahí que como reacción a la globalización cultural, las identidades locales se refuercen, a partir de la conciencia del peligro que sufren. Esto conduce en unos casos al folclorismo y en otros a la búsqueda de una expresión auténtica, identitaria y con valores trascendentes. El neoliberalismo y la posmodernidad promulgan una cultura individualista y narcisista, egocéntrica y ligada a los medios masivos que la promueven y mercantilizan.
Se hace patente que la ciudad, en tanto símbolo del desarrollo y de la vida moderna, más que metrópoli es mega metrópoli, un conglomerado difícil de manejar, sanear y gobernar, donde las personas se alían en ghettos étnicos y sociales y grupos de poder contrapuestos. Las diferencias entre ricos y pobres, Primer y Tercer Mundos, están presentes en cualquier urbe contemporánea. Una ciudad como París ofrece el fuerte contraste de sus barrios periféricos para negros descendientes o emigrados de los habitantes en las antiguas colonias y el centro cosmopolita invadido por el glamur; incluso entre el dantesco espacio del metro y la belleza de los bulevares que discurren sobre los túneles malolientes y atestados de trabajadores presurosos que no tienen tiempo que perder en el disfrute de los espacios públicos diseñados para la clase media cada vez más exigua. Si hasta la segunda mitad del siglo pasado la clase alta y la media habitaba la ciudad como espacio humano privilegiado, lleno de opciones para el disfrute, problemas de hoy como la contaminación, el ruido, el hacinamiento, la falta de aparcamientos y la violencia, hacen que los más ricos y privilegiados huyan de la ella hacia barriadas de las afueras o espacios naturales a salvo de la anarquía y el desorden incontrolados.
El historiador Ángel Lombardi plantea que con la amenaza a las Torres Gemelas de Nueva York en 1993 y su posterior destrucción el 11 de septiembre de 2001 “el mundo entró oficialmente en la era del miedo”. Desde entonces la violencia “se generaliza y no conoce límites, la inseguridad es general y los medios de destrucción se privatizan y democratizan”,[1] lo que incluye el desarrollo de armamentos letales para la humanidad como las bombas atómicas. Ante el crecimiento del terrorismo, alentado por la pobreza extrema, las desigualdades, el fanatismo y los odios de raza y condición, los gobiernos resultan impotentes. La prueba es que “súper potencias” como los EE.UU. resulten por primera vez heridas sin que puedan resolver el problema de la seguridad en su propio territorio. Ni escudo anti misiles ni grandes desarrollos armamentistas logran contener las manifestaciones crecientes del terrorismo. Se hace necesario un nuevo orden mundial, una actitud revolucionaria ante los problemas de la humanidad, porque solo si vuelve a prender la esperanza en los relegados y excluidos, ante la perspectiva de alcanzar la igualdad y la fraternidad, el mundo se pacificará y será capaz de construir un mejor futuro.
La estrategia militar de los EE.UU. ha demostrado su ineficacia para terminar con una situación que desangra a la humanidad y alienta el fanatismo y el nacionalismo, la xenofobia y el odio. En los inicios del siglo XXI existe conciencia de que para resolver los problemas del mundo de hoy tales como el terrorismo y la pobreza se hace necesario “estabilizar geopolíticamente al planeta sobre una economía con rostro humano y una sociedad que retome el curso de la solidaridad y la fraternidad efectiva”.[2] El mundo del fin de la guerra fría y de la uni-polaridad generada por la caída del socialismo real, en que EE.UU. lucía potente y hegemónico, cambió rápidamente. La aparición del terrorismo como alternativa de los marginados, la resistencia en Afganistán o Irak, dan fe de un universo donde cada vez la fuerza puede menos y donde la diplomacia y la justicia deben dar soluciones para la paz cimentada en el reparto equitativo de los recursos naturales y de las riquezas. El abismo cada vez más profundo entre Primer y Tercer mundos, Norte y Sur, desarrollados y subdesarrollados, la ignorancia de la historia de la humanidad, generan desequilibrios y el desprestigio de un modelo de desarrollo fundado en la expoliación del otro y el egoísmo.
Si el capitalismo creó una filosofía del “yo” sin el “nosotros” y el socialismo real pretendió imponer un modelo del “nosotros” sin el “yo”, el Neomodernismo intenta resolver el dilema mediante la conciliación y se apropia de las herramientas del mundo global para difundir su nueva utopía. Y es que la Neomodernidad no renuncia a los postulados de la Modernidad sino que trata de superarlos, adaptándolos a las nuevas situaciones globales. Toma conciencia de la fragilidad del universo, de la necesidad de proteger al mundo de la depredación mercantilista. Busca un nuevo pluralismo universal, una nueva democracia, más libertad individual y solidaridad. Se opone al individualismo consumista y egoísta de la Posmodernidad. Desea hallar respuestas más allá de la ciencia y del culto a lo espiritual, desde diversos caminos que incluyen las prácticas esotéricas hasta un nuevo auge de la religión o la exploración de corrientes espiritualistas orientales y cósmicas.
En la Neomodernidad hay mayor conciencia ecológica y un deseo de conservación de la naturaleza incluso a costa del crecimiento económico. Se revalorizan la cultura regional, las identidades locales y las minorías étnicas. Los partidos y las autoridades políticas, así como las jerarquías cimentadas por la injusta distribución social, pierden legitimidad. El hombre se siente más que nunca “ciudadano del mundo” y el mundo parece “aldea planetaria”. La cultura se proyecta de forma trasnacional y dinamita los nacionalismos y fanatismos del pasado. Plantea el poeta cubano José Kozer que el siglo XX puede evaluarse de formas disímiles. Para él ha sido maravilloso porque en solo cien años “se han ventilado muchas basuras” y “ha conseguido mucho, muchísimo”, por eso le parece “venerable”, “pese a sus Hitlers, pese a sus Stalins, a sus guerras, a su porquería”. ¿Por qué? Ha sido el período en que saltaron los límites, que desmontó la pirámide de las jerarquías, “ha enfrentado por primera vez y dentro de la casa a un hombre con una mujer, a un padre con un hijo, a un heterosexual con un homosexual, a un pobre con un rico”.[3]
Los medios de comunicación que la globalización puso al servicio de su dominio neocolonial serán usados por el neomodernista para crear redes alternativas de flujo informativo y artístico. Internet ofrece un canal de enlace entre la gente interesada en ir más allá de las visiones oficiales de los monopolios informativos. Los “blogs” permiten publicar y exponer un arte disímil al que se desea imponer, desinteresado de los patrones que asigna la “industria cultural” a escala planetaria. Los mismos medios que inducen a la alienación y a la masificación cultural, se convierten entonces en plataformas para el intercambio, en arma para la denuncia, el mensaje alternativo y el arte de la protesta. Frente al debilitamiento del poder del Estado moderno, emerge el nuevo poder de la sociedad civil neomoderna, creadora de vínculos múltiples buscando aliados en todos los rincones del planeta. Resurge la conciencia de lucha por el “bien común” y como señala el teólogo progresista Gregorio Iriarte: “Frente al desprestigio de los partidos políticos y del sindicalismo como instancias mediadoras de participación ciudadana, se hace necesaria una nueva forma de participación en la política”.[4]
En la entrevista de 2001 que ha hemos citado, declaraba Kozer, autor inserto de lleno en la Neomodernidad, que la nueva perspectiva que se abre para el arte está aún filtrada por concepciones del pasado pero sin el lastre de los arquetipos:
[…] hay otro fenómeno que cada vez participa más de la Modernidad y es que las vacas sagradas van desapareciendo porque el mundo deja de ser un mundo aristocrático, y a medida que el mundo se democratiza […]. Al ocurrir esto, por primera vez en la historia de la literatura veo yo un fenómeno importantísimo. Es que –en lugar de monstruos o vacas sagradas, grandes cabezas, grandes figuras a las que estamos acostumbrados desde siempre y que convertimos en el canon– encontramos ahora por primera vez una serie de escritores que son uno inter pares, que son personas trabajando en un sistema democratizado, donde lo que fundamenta ese sistema es la igualdad, y no hay ya carreras de caballos de si fulano es mejor que mengano o mengana es mejor que fulano.[5]
Estos “inter pares” son los artistas neomodernos, a veces cómplices y marginales. En la Neomodernidad el escritor vuelve a la actitud testamentaria, individual, ajena a mercados y mecenazgos, evadida de la lectura y lectora ante todo —relectora de nuestro devenir. Los paradigmas y los cánones desaparecen o se relativizan. La Academia y el Mercado, en franca contradicción, desentienden el devenir del arte, que retorna a su raíz mística y elitista, enajenada de los medios de comunicación y promoción financiados por la clase dominante, desdeñosa de la cultura. La búsqueda del escritor ya no está encaminada a un ideal sino al valor genésico de la palabra y a sus evocaciones significantes, en su prometeica misión de comunicar, de iluminar a los demás mediante el fuego de la inteligencia y la belleza.
El artista, desarraigado en un mundo cada vez más global y ajeno, desconfía de su existencia misma y se aferra al idioma, nexo con la realidad, que desandamos provisoriamente. El escritor desangra la vida en cada texto, desustanciándose y singularizándose, en su intento de comprender el mundo y de traducirlo a la materia idiomática, llama de ocultos significados. Esta será la marca del fecundo resurgimiento del Modernismo en la literatura hispanoamericana, superada su tabula de oro y convertido el poeta en un enajenado cualquiera, a quien desdeñan los poderosos y a veces también la masa que no le comprende, aunque sus palabras la salven y la expresen.
En fechan tan temprana como el año 1907 escribió Rubén Darío en El Canto errante un texto dedicado “A los nuevos poetas de las Españas” donde prevé un panorama de enfrentamientos por motivos estéticos ajenos al público, a los no iniciados, y auguraba una pervivencia de hermandad de poetas creada por el Modernismo:
Quedamos, pues, en que la hermandad de los poetas no ha decaído, y aun pudiera renovar algún trecenazgo. Asuntos estéticos acaloran las simpatías y las antipatías. Las violencias o las injusticias provocan naturales reacciones. Los más absurdos propósitos se confunden con generosas campañas de ideas. Mucha parte del público no sabe de lo que se trata, pues los encargados de informarla no desean, en su mayoría, informarse a sí mismos. El diletantismo de otros es poco eficaz en la mediocracia pensante. Una afligente audacia confunde mal aprendidos nombres y mal escuchadas nociones del vivir de tales o cuales centros intelectuales extranjeros. Los nuevos maestros se dedican, más que a luchar en compañía de las nuevas falanges, al cultivo de lo que los teólogos llaman appetitus inordinatus propriae excellentiae.[6]
Si durante los siglos XIX y XX en occidente vivimos la confrontación “entre Parménides y Heráclito”, “la Metafísica del Ser y la Dialéctica del Devenir”, “la Piedra y el Río”, la “Inmovilidad (del Eterno Retorno) y la Historia”,[7] en el siglo XXI se intenta entronizar la idea del fin de la historia y fin del socialismo, como utopías articuladas en el discurso dialéctico del progreso humano. Desde el punto de vista de las ciencias sociales, Alfonso Sastre propone llamar al nuevo período la “neohistoria, precursora de nuevos y grandes acontecimientos” que se enfrenta a “la Piedra” filosófica de la llamada “posmodernidad”.[8] El futuro de la humanidad depende de la superación lógica del período llamado “posmoderno”, que vale en tanto “época de reflexión y autocracia” al período histórico de la “neohistoria”, “época de nuevas creaciones y de grandes acontecimientos”.[9] Al respecto, al final de su ensayo “Seis tesis y media a modo de una filosofía válida para el año que viene por lo menos (Algo sobre los nuevos horizontes históricos)”, leído en Caracas en 2005, el filósofo marxista se pregunta con ironía y revelando sus esperanzas de cambio al contexto de restricciones con que abre el siglo XXI:
Nos gustaría saber, pues somos muy ignorantes en esta materia, sobre todo en economía, si estamos viviendo en una crisis grave del neoliberalismo, que fuera ya nuncio de un final no muy lejano de su hegemonía mundial (o sea, de sus alcances planetarios), y si entonces estamos al fin pisando el alba —o cerca de ella— de una democracia participativa de alcances así mismo planetarios, capaz de conducir a la humanidad por esperanzadores caminos que nos lleve a lo que Kant llamó la paz perpetua, que, claro está, no será la pacificación tan postulada aún por gentes que se dicen y creen progresistas, y que es en suma la paz de que gozan los muertos en los cementerios, sino que se establecerá sobre las bases de la justicia, es decir, en un mundo otro por el que siempre se batieron las mejores armas y las mejores letras.[10]
La nueva alianza de “armas” y de “letras” comienza a vislumbrarse ya en la lucha emprendida tanto por políticos como por intelectuales y artistas en general, en pos de la paz y la justicia, de un mundo mejor, de un planeta habitable y un universo de convivencia. Los cambios que se esbozan están siendo anunciados por un arte que retoma las búsquedas modernas y las adapta al contexto actual. Nuevamente el arte se anticipa. Si el Modernismo martiano enarboló la cultura propia frente a modelos coloniales y extranjeros, y Rubén Darío manifestó su deseo de que los hispanos continuáramos hablando español frente a la avalancha neocolonizadora de la cultura norteamericana, que nos haría “callar” y “llorar”, el Neomodernismo surge como reacción al mundo global mercantilizado y “desustanciador” de la realidad, donde el individuo y el arte mismo quedan relegados a entes pasivos o participantes en la juerga económica.
Incluso el Papa Juan Pablo II se involucró en la lucha contra una “globalización” inhumana y egoísta, y lanzó la consigna de que era necesario “globalizar la solidaridad”. Planteó también: “La iglesia apuesta por un crecimiento económico unido a otros valores, para que ese crecimiento sea equitativo, estable y respetuoso con las personas y con todos los pueblos”.[11] El panorama generado por la globalización es cada vez más dramático, pero también esperanzador. Filósofos e intelectuales contemporáneos debates sobre el reto de buscar alternativas para un mejor futuro; y para algunos la solución está en devolver al Estado su papel regulador frente al mercado y sus leyes selváticas, cambiar el modelo neoliberal de la economía y sistematizas planes de crecimiento y desarrollo a mediano y largo plazo. Parece haber consenso en que para combatir las injusticias sociales, las desigualdades, la discriminación, la destrucción del medio ambiente se hace necesario devolver a los Estados el poder regulador, como garantes de la justicia social, como reguladores del mercado.
Humanizar la globalización es un reto para el mundo de hoy, de ahí que existan diferentes movimientos mundiales que se planteen la exploración de soluciones, que van desde la llamada “Alternativa de la Tercera Vía”, que no se cuestiona al capitalismo como sistema pero pretende hacerlo menos “salvaje” hasta la “Alternativa Post-Capitalista”, que propone “organizar la economía sobre bases diferentes al capitalismo y a la economía de libre mercado”.[12] El Foro Social Mundial efectuado en la ciudad de Porto Alegre con la consigna “Un mundo mejor es posible” forma parte de esta última tendencia, que no solo se pretende la superación del capitalismo desde el punto de vista de su injusta ordenación económica sino también desde el punto de vista político y ético.
De nuevo surge el debate entre los dos modelos de Modernidad: la interesada en el bienestar de unos pocos, desinteresada de la justicia; y la Modernidad que se plantea la utopía de un mundo más humano equitativo, equilibrado y digno. Pero la etapa histórica es diferente, ya que entre el final del siglo XX y el inicio del XXI la opinión pública toma conciencia cada vez más de que debe devolverse al Estado su poder para luchar por el control democrático, contra la pobreza, la corrupción, etc., y regular la sociedad, al tiempo que asumir el papel de garante de los objetivos sociales y ecológicos. Los enormes gastos en compra de armamento, tanto de países pobres como de potencias mundiales, deben ser destinados a la lucha contra el hambre y para la erradicación de las desigualdades. Por eso, la resistencia más patente a la “globalización” y sus modelos surge desde la cultura, en la defensa de la identidad propia, mediante el rechazo a quienes pretenden convertirla en una mercancía, desconociendo sus valores ligados a la belleza y a la expresión de sentimientos sublimes y trascendentes.
La cultura del individualismo, donde la apariencia vale más que la esencia, vinculada al éxito, a la rentabilidad y la competitividad, desustanciadora y sin identidad, que promueve la postmodernidad es expresión de la globalización neoliberal y a sus principios se enfrenta la cultura de la Neomodernidad, propuesta por los artistas e intelectuales que no desean participar del juego mercantilista y que no renuncian a la construcción de utopías de futuro. Martí señaló a fines del siglo XIX que debía lucharse por “equilibrar” al mundo y hoy su mensaje es vigente. La necesidad del rescate de la ética, la solidaridad y la justicia, resulta clave para el porvenir. El debate es entre la bestia y el ser humano, las ambiciones más egoístas, antihumanas y antisolidarias, y la caridad, la justicia y la solidaridad.
Porque con la globalización entran al ruedo social nuevos valores, sin raíz pero con frutos tentadores, la música, la moda, los modelos impuestos por una sociedad de consumo y aparente bienestar. Las aspiraciones de los jóvenes para las que no hay respuesta en la sociedad, parecen solo realizables fuera de la política. Cambiar el contexto deja de ser interesante. Con la pérdida de valores y el rechazo a la identidad nacional en pos de una globalización desustanciadora y falsa se impone la renuncia de los artistas a participar del juego político. El compromiso del arte, aunque sea con el nacionalismo, es evadido. Hastiados de la manipulación y desengañados por la “desustanciación” de la cultura, cada vez más dominada por el mercado, los artistas se refugian en el ensimismamiento, en una cultura que desea hablar al futuro, ya que el presente solo aplaude su implementación laudatoria, creaciones efímeras y que sean capaces de venderse con éxito y rentabilizarse en la bolsa.
Se impone entonces la contra-utopía de una nueva noción de lo imaginario como universo reconstructor de la realidad, monologante en el presente y acaso dialogante con el mañana. El filósofo progresista Alfonso Sastre desea que surja una vía alternatica dentro de la cual la utopía y la ciencia no se enfrenten y la imaginación, “como instancia casi metafísicamente diferente de la fantasía”, sea capaz de romper el dueto “Razón-Imaginación”.[13] En esta “batalla de ideas” por recomponer el futuro, para Sastre necesariamente “socialista”, Martí “desde su glorioso pasado” tendrá que acompañarnos.[14]
Para Sartre y algunos intelectuales de izquierda, por tanto, los inicios del siglo XXI son la hora de desarrollar “nuevas utopías”.[15] Y es que el retoño de la utopía se aprecia ya en el contexto global de nuestro tiempo. Como consecuencia de la aplicación de modelos neoliberales y de la disminución del papel regulador del Estado, en el segundo semestre del año 2008 presenciamos el desplome de las bolsas mundiales, iniciado por el descalabro de la economía norteamericana y su modelo neoliberal. El estallido de la burbuja inmobiliaria, iniciado en EE.UU. y que resultó “efecto dominó” igualmente en Europa, condujo a una cada vez más acelerada y profunda crisis del paradigma seguido por las economías más boyantes del mundo. Dar nuevamente protagonismo al Estado, volver al modelo del Estado de Bienestar, del gobierno que vele por los intereses de todas las clases y represente en lo posible a cada individuo, vuelve a ser entonces un ideal. Se toma conciencia sobre la importancia del Estado como garante de conquistas sociales, entre muchas: el empleo y la seguridad social. Los líderes tienen ahora el reto de salvar las economías del mundo, más que nunca conectadas, y existe consenso universal sobre la necesidad de que el Estado se mantenga como regulador del sistema, que medie para que los intereses especulativos y del mercado no afecten el equilibrio.
De ahí que hasta un gobernante de derechas como el mandatario francés Nicolás Sarkozy (también en su carácter de presidente de turno de la Unión Europea) afirmara en octubre de 2008 que la “crisis actual debe incitarnos a refundar el capitalismo”, lo que significa “salir del mito de la infalibilidad del mercado”. En la Cumbre de la Francofonía, celebrada en Québec, explicó el presidente galo que “el mundo va mal”, y por lo tanto hay que “refundar un capitalismo más respetuoso del hombre”. Agregó que hay que terminar con un capitalismo financiero dirigido sólo a la búsqueda desenfrenada de la ganancia a corto plazo, un capitalismo basado sobre la especulación y la renta. Vuelve a hablarse de la ética en la economía, en los principios sociales de la justicia, la responsabilidad moral y social.[16]
A raíz de la crisis económica y del hundimiento del modelo neoliberal incluso en los países altamente industrializados y de sociedades posindustriales, se toma conciencia en que la aparente y defendida “democracia neoliberal” no es más que la tiranía del mercado, que afecta a la sociedad e incluso al arte. Las fuerzas progresistas, la izquierda desmoralizada con la pérdida de sus paradigmas, con la caída del “socialismo real” que pretendió imbricar razón y Modernidad, toma fuerza nuevamente en el enfrentamiento a un capitalismo que lejos de evolucionar hacia el perfeccionamiento del bienestar tendió hacia la “ley de la selva” del neoliberalismo.
El reciente resultado de las elecciones para presidente de los EE.UU., en que por vez primera gana el cargo un descendiente de afroamericano y hombre demócrata con un proyecto alternativo, demuestra que estamos viviendo una transformación de las políticas neoliberales adoptadas en la década de 1980. Barack Hussein Obama (Honolulu, 4 de agosto de 1961) no solo ha vencido en las elecciones del 4 de noviembre de 2008 al candidato republicano John McCain y será el primer afroamericano en ejercer el cargo, su victoria electoral supone la toma de conciencia mundial y del electorado norteamericano sobre la necesidad de mudanza de arquetipos.
¿Será el presidente del cambio y de la esperanza, de un mejor futuro? Solo el tiempo podrá decirlo, sin embargo “en el cambio y la esperanza” fundó su campaña y a ellos votaron los electores. Hace apenas una década su programa habría fracasado, ahora sus acciones son seguidas con entusiasmo tanto por los norteamericanos como por los ciudadanos de todas las latitudes.
A inicios de este milenio, el filósofo español Alfonso Sastre, tomando como basamento una obra paradigmática del pensamiento y la cultura occidental, El Don Quijote, explicaba que cuando Cervantes pone en boca de su protagonista ciertos parlamentos en defensa de la utopía en el discurso a los cabreros “expresa filosofía en general y ética en particular”. Los métodos del Quijote pueden ser inadecuados, pero su deseo de imponer justicia en una “edad de hierro” no carece de valor.[17] En el discurso citado, coloca Cervantes las siguientes razones en la boca de su protagonista: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a los que los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces lo que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de ‘tuyo’ y ‘mío’. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes”.[18] Al respecto, dice Sastre: “¡Pobre don Quijote! ¡Irrisorio, irrisorio! Pero también, a ver cómo lo digo, mucho cuidado con lo de la irrisoriedad de don Quijote”.[19] Porque en contraste con la realidad, la utopía surge como crítica a lo existente y anticipa lo posible solo en el futuro. Que el arte de hoy no pueda ni pretenda presentar métodos sociales, no quiere decir que renuncie a modelar utopías de mundos posibles, contrapuestos a los que la historia y la filosofía intentan entronizar como fronteras al sueño.
Frente al nihilismo, la desesperanza, el individualismo, la intolerancia y el fanatismo, el individuo neomodernista se replantea la modernización, la sociedad y el futuro, con el deseo de aferrarse al sueño prometeico de un porvenir más digno y equitativo, de un mundo “equilibrado” y unas sociedades justas, con las mínimas desigualdades posibles. Luego del impase que provocó la crisis de la izquierda y la aceptación del discurso esterilizando de la posmodernidad, hay un resurgimiento de la esperanza. Arde de nuevo el fuego de la entrega, deslumbran la llama de la solidaridad. Hoy son muchos los que pese a las evidencias apocalípticas exclaman: “Un futuro mejor es posible”.[20]
[1] Ángel Lombardi, Memoria del siglo XX, ob. cit, p. 28.
[2] Ibídem, p. 86.
[3] Declaraciones de José Kozer en una entrevista realizada por la profesora española Asunción Horno-Delgado en Hallandale Florida, el 14 de agosto de 2001.
[4] Gregorio Iriarte, La globalización, el neo-liberalismo y la post-Modernidad, ob.cit., p. 111.
[5] Declaraciones de José Kozer en una entrevista realizada por la profesora española Asunción Horno-Delgado en Hallandale Florida, el 14 de agosto de 2001.
[6] Rubén Darío, El Canto errante (1907), O.C, ob. cit., p. 76.
[7] Alfonso Sastre, De la posmodernidad…, ob. cit., p. 72.
[8] Ibídem, p. 73.
[9] Ibídem, p. 73.
[10] Ibídem, p. 169.
[11] Juan Pablo II, citado por Gregorio Iriarte, La globalización, el neo-liberalismo y la post-Modernidad, ob.cit., p. 39.
[12] Gregorio Iriarte, La globalización, el neo-liberalismo y la post-modernidad, ob.cit., pp. 29-31.
[13] Alfonso Sastre, De la posmodernidad…, ob. cit., p. 35.
[14] Ibídem, p. 36.
[15] Ibídem, p. 40.
[16] Nicolás Sarkozy, declaraciones citadas en varios medios de prensa. Tomo la referencia de la web: //www.kaosenlared.net/noticia/nicolas-sarkozy-crisisis-debe-servirnos-para-refundar-capitalismo
[17] Alfonso Sastre, De la posmodernidad…, ob. cit., pp. 62-63.
[18] Ibídem, pp. 63-64.
[19] Ibídem, pp. 64-65.
[20] Este lema, retomador de la utopía del mejor futuro, fue el enarbolado por las fuerzas progresistas y los grupos alternativos al poder hegemónico mundial en el Foro Social Mundial que se celebró en la ciudad brasileña de Porto Alegre en 2005.
La cultura convertida en una industria más se rige por las leyes del mercado y valora únicamente lo vendible, rentable y competitivo. De ahí que el narcicismo se hace paradigma, la postura prometeica resulta relegada por su cercanía a las concepciones políticas socialistas, su implicación con la solidaridad y su defensa del sacrificio en pos de los otros, algo que en el egoísmo neoliberal, poco práctico y hasta utópicamente inviable.
Hoy en día, en cambio, podemos afirmar que la globalización no logra imponer sus modelos hegemónicos, aunque varias veces pone a la cultura al servicio de los medios masivos dominados por el poderoso caballero Don Dinero. Para los monopolios internacionales de la cultura, el arte tiene solo valor simbólico, comercial, sin embargo para los pueblos puede ser una tabla de salvación, un reducto para la conservación de la identidad y para la generación de preguntas y respuestas, también como expresión soberana y autóctona. El neoliberalismo intenta imponer un mercado único y un pensamiento único, sustentado sobre principios racistas y que intenta avasallar a los países pobres, tanto en lo político como en lo cultural. El nuevo colonialismo aprovecha a la cultura puesta al servicio de los medios masivos de comunicación, para exportar sus paradigmas. De ahí que como reacción a la globalización cultural, las identidades locales se refuercen, a partir de la conciencia del peligro que sufren. Esto conduce en unos casos al folclorismo y en otros a la búsqueda de una expresión auténtica, identitaria y con valores trascendentes. El neoliberalismo y la posmodernidad promulgan una cultura individualista y narcisista, egocéntrica y ligada a los medios masivos que la promueven y mercantilizan.
Se hace patente que la ciudad, en tanto símbolo del desarrollo y de la vida moderna, más que metrópoli es mega metrópoli, un conglomerado difícil de manejar, sanear y gobernar, donde las personas se alían en ghettos étnicos y sociales y grupos de poder contrapuestos. Las diferencias entre ricos y pobres, Primer y Tercer Mundos, están presentes en cualquier urbe contemporánea. Una ciudad como París ofrece el fuerte contraste de sus barrios periféricos para negros descendientes o emigrados de los habitantes en las antiguas colonias y el centro cosmopolita invadido por el glamur; incluso entre el dantesco espacio del metro y la belleza de los bulevares que discurren sobre los túneles malolientes y atestados de trabajadores presurosos que no tienen tiempo que perder en el disfrute de los espacios públicos diseñados para la clase media cada vez más exigua. Si hasta la segunda mitad del siglo pasado la clase alta y la media habitaba la ciudad como espacio humano privilegiado, lleno de opciones para el disfrute, problemas de hoy como la contaminación, el ruido, el hacinamiento, la falta de aparcamientos y la violencia, hacen que los más ricos y privilegiados huyan de la ella hacia barriadas de las afueras o espacios naturales a salvo de la anarquía y el desorden incontrolados.
El historiador Ángel Lombardi plantea que con la amenaza a las Torres Gemelas de Nueva York en 1993 y su posterior destrucción el 11 de septiembre de 2001 “el mundo entró oficialmente en la era del miedo”. Desde entonces la violencia “se generaliza y no conoce límites, la inseguridad es general y los medios de destrucción se privatizan y democratizan”,[1] lo que incluye el desarrollo de armamentos letales para la humanidad como las bombas atómicas. Ante el crecimiento del terrorismo, alentado por la pobreza extrema, las desigualdades, el fanatismo y los odios de raza y condición, los gobiernos resultan impotentes. La prueba es que “súper potencias” como los EE.UU. resulten por primera vez heridas sin que puedan resolver el problema de la seguridad en su propio territorio. Ni escudo anti misiles ni grandes desarrollos armamentistas logran contener las manifestaciones crecientes del terrorismo. Se hace necesario un nuevo orden mundial, una actitud revolucionaria ante los problemas de la humanidad, porque solo si vuelve a prender la esperanza en los relegados y excluidos, ante la perspectiva de alcanzar la igualdad y la fraternidad, el mundo se pacificará y será capaz de construir un mejor futuro.
La estrategia militar de los EE.UU. ha demostrado su ineficacia para terminar con una situación que desangra a la humanidad y alienta el fanatismo y el nacionalismo, la xenofobia y el odio. En los inicios del siglo XXI existe conciencia de que para resolver los problemas del mundo de hoy tales como el terrorismo y la pobreza se hace necesario “estabilizar geopolíticamente al planeta sobre una economía con rostro humano y una sociedad que retome el curso de la solidaridad y la fraternidad efectiva”.[2] El mundo del fin de la guerra fría y de la uni-polaridad generada por la caída del socialismo real, en que EE.UU. lucía potente y hegemónico, cambió rápidamente. La aparición del terrorismo como alternativa de los marginados, la resistencia en Afganistán o Irak, dan fe de un universo donde cada vez la fuerza puede menos y donde la diplomacia y la justicia deben dar soluciones para la paz cimentada en el reparto equitativo de los recursos naturales y de las riquezas. El abismo cada vez más profundo entre Primer y Tercer mundos, Norte y Sur, desarrollados y subdesarrollados, la ignorancia de la historia de la humanidad, generan desequilibrios y el desprestigio de un modelo de desarrollo fundado en la expoliación del otro y el egoísmo.
Si el capitalismo creó una filosofía del “yo” sin el “nosotros” y el socialismo real pretendió imponer un modelo del “nosotros” sin el “yo”, el Neomodernismo intenta resolver el dilema mediante la conciliación y se apropia de las herramientas del mundo global para difundir su nueva utopía. Y es que la Neomodernidad no renuncia a los postulados de la Modernidad sino que trata de superarlos, adaptándolos a las nuevas situaciones globales. Toma conciencia de la fragilidad del universo, de la necesidad de proteger al mundo de la depredación mercantilista. Busca un nuevo pluralismo universal, una nueva democracia, más libertad individual y solidaridad. Se opone al individualismo consumista y egoísta de la Posmodernidad. Desea hallar respuestas más allá de la ciencia y del culto a lo espiritual, desde diversos caminos que incluyen las prácticas esotéricas hasta un nuevo auge de la religión o la exploración de corrientes espiritualistas orientales y cósmicas.
En la Neomodernidad hay mayor conciencia ecológica y un deseo de conservación de la naturaleza incluso a costa del crecimiento económico. Se revalorizan la cultura regional, las identidades locales y las minorías étnicas. Los partidos y las autoridades políticas, así como las jerarquías cimentadas por la injusta distribución social, pierden legitimidad. El hombre se siente más que nunca “ciudadano del mundo” y el mundo parece “aldea planetaria”. La cultura se proyecta de forma trasnacional y dinamita los nacionalismos y fanatismos del pasado. Plantea el poeta cubano José Kozer que el siglo XX puede evaluarse de formas disímiles. Para él ha sido maravilloso porque en solo cien años “se han ventilado muchas basuras” y “ha conseguido mucho, muchísimo”, por eso le parece “venerable”, “pese a sus Hitlers, pese a sus Stalins, a sus guerras, a su porquería”. ¿Por qué? Ha sido el período en que saltaron los límites, que desmontó la pirámide de las jerarquías, “ha enfrentado por primera vez y dentro de la casa a un hombre con una mujer, a un padre con un hijo, a un heterosexual con un homosexual, a un pobre con un rico”.[3]
Los medios de comunicación que la globalización puso al servicio de su dominio neocolonial serán usados por el neomodernista para crear redes alternativas de flujo informativo y artístico. Internet ofrece un canal de enlace entre la gente interesada en ir más allá de las visiones oficiales de los monopolios informativos. Los “blogs” permiten publicar y exponer un arte disímil al que se desea imponer, desinteresado de los patrones que asigna la “industria cultural” a escala planetaria. Los mismos medios que inducen a la alienación y a la masificación cultural, se convierten entonces en plataformas para el intercambio, en arma para la denuncia, el mensaje alternativo y el arte de la protesta. Frente al debilitamiento del poder del Estado moderno, emerge el nuevo poder de la sociedad civil neomoderna, creadora de vínculos múltiples buscando aliados en todos los rincones del planeta. Resurge la conciencia de lucha por el “bien común” y como señala el teólogo progresista Gregorio Iriarte: “Frente al desprestigio de los partidos políticos y del sindicalismo como instancias mediadoras de participación ciudadana, se hace necesaria una nueva forma de participación en la política”.[4]
En la entrevista de 2001 que ha hemos citado, declaraba Kozer, autor inserto de lleno en la Neomodernidad, que la nueva perspectiva que se abre para el arte está aún filtrada por concepciones del pasado pero sin el lastre de los arquetipos:
[…] hay otro fenómeno que cada vez participa más de la Modernidad y es que las vacas sagradas van desapareciendo porque el mundo deja de ser un mundo aristocrático, y a medida que el mundo se democratiza […]. Al ocurrir esto, por primera vez en la historia de la literatura veo yo un fenómeno importantísimo. Es que –en lugar de monstruos o vacas sagradas, grandes cabezas, grandes figuras a las que estamos acostumbrados desde siempre y que convertimos en el canon– encontramos ahora por primera vez una serie de escritores que son uno inter pares, que son personas trabajando en un sistema democratizado, donde lo que fundamenta ese sistema es la igualdad, y no hay ya carreras de caballos de si fulano es mejor que mengano o mengana es mejor que fulano.[5]
Estos “inter pares” son los artistas neomodernos, a veces cómplices y marginales. En la Neomodernidad el escritor vuelve a la actitud testamentaria, individual, ajena a mercados y mecenazgos, evadida de la lectura y lectora ante todo —relectora de nuestro devenir. Los paradigmas y los cánones desaparecen o se relativizan. La Academia y el Mercado, en franca contradicción, desentienden el devenir del arte, que retorna a su raíz mística y elitista, enajenada de los medios de comunicación y promoción financiados por la clase dominante, desdeñosa de la cultura. La búsqueda del escritor ya no está encaminada a un ideal sino al valor genésico de la palabra y a sus evocaciones significantes, en su prometeica misión de comunicar, de iluminar a los demás mediante el fuego de la inteligencia y la belleza.
El artista, desarraigado en un mundo cada vez más global y ajeno, desconfía de su existencia misma y se aferra al idioma, nexo con la realidad, que desandamos provisoriamente. El escritor desangra la vida en cada texto, desustanciándose y singularizándose, en su intento de comprender el mundo y de traducirlo a la materia idiomática, llama de ocultos significados. Esta será la marca del fecundo resurgimiento del Modernismo en la literatura hispanoamericana, superada su tabula de oro y convertido el poeta en un enajenado cualquiera, a quien desdeñan los poderosos y a veces también la masa que no le comprende, aunque sus palabras la salven y la expresen.
En fechan tan temprana como el año 1907 escribió Rubén Darío en El Canto errante un texto dedicado “A los nuevos poetas de las Españas” donde prevé un panorama de enfrentamientos por motivos estéticos ajenos al público, a los no iniciados, y auguraba una pervivencia de hermandad de poetas creada por el Modernismo:
Quedamos, pues, en que la hermandad de los poetas no ha decaído, y aun pudiera renovar algún trecenazgo. Asuntos estéticos acaloran las simpatías y las antipatías. Las violencias o las injusticias provocan naturales reacciones. Los más absurdos propósitos se confunden con generosas campañas de ideas. Mucha parte del público no sabe de lo que se trata, pues los encargados de informarla no desean, en su mayoría, informarse a sí mismos. El diletantismo de otros es poco eficaz en la mediocracia pensante. Una afligente audacia confunde mal aprendidos nombres y mal escuchadas nociones del vivir de tales o cuales centros intelectuales extranjeros. Los nuevos maestros se dedican, más que a luchar en compañía de las nuevas falanges, al cultivo de lo que los teólogos llaman appetitus inordinatus propriae excellentiae.[6]
Si durante los siglos XIX y XX en occidente vivimos la confrontación “entre Parménides y Heráclito”, “la Metafísica del Ser y la Dialéctica del Devenir”, “la Piedra y el Río”, la “Inmovilidad (del Eterno Retorno) y la Historia”,[7] en el siglo XXI se intenta entronizar la idea del fin de la historia y fin del socialismo, como utopías articuladas en el discurso dialéctico del progreso humano. Desde el punto de vista de las ciencias sociales, Alfonso Sastre propone llamar al nuevo período la “neohistoria, precursora de nuevos y grandes acontecimientos” que se enfrenta a “la Piedra” filosófica de la llamada “posmodernidad”.[8] El futuro de la humanidad depende de la superación lógica del período llamado “posmoderno”, que vale en tanto “época de reflexión y autocracia” al período histórico de la “neohistoria”, “época de nuevas creaciones y de grandes acontecimientos”.[9] Al respecto, al final de su ensayo “Seis tesis y media a modo de una filosofía válida para el año que viene por lo menos (Algo sobre los nuevos horizontes históricos)”, leído en Caracas en 2005, el filósofo marxista se pregunta con ironía y revelando sus esperanzas de cambio al contexto de restricciones con que abre el siglo XXI:
Nos gustaría saber, pues somos muy ignorantes en esta materia, sobre todo en economía, si estamos viviendo en una crisis grave del neoliberalismo, que fuera ya nuncio de un final no muy lejano de su hegemonía mundial (o sea, de sus alcances planetarios), y si entonces estamos al fin pisando el alba —o cerca de ella— de una democracia participativa de alcances así mismo planetarios, capaz de conducir a la humanidad por esperanzadores caminos que nos lleve a lo que Kant llamó la paz perpetua, que, claro está, no será la pacificación tan postulada aún por gentes que se dicen y creen progresistas, y que es en suma la paz de que gozan los muertos en los cementerios, sino que se establecerá sobre las bases de la justicia, es decir, en un mundo otro por el que siempre se batieron las mejores armas y las mejores letras.[10]
La nueva alianza de “armas” y de “letras” comienza a vislumbrarse ya en la lucha emprendida tanto por políticos como por intelectuales y artistas en general, en pos de la paz y la justicia, de un mundo mejor, de un planeta habitable y un universo de convivencia. Los cambios que se esbozan están siendo anunciados por un arte que retoma las búsquedas modernas y las adapta al contexto actual. Nuevamente el arte se anticipa. Si el Modernismo martiano enarboló la cultura propia frente a modelos coloniales y extranjeros, y Rubén Darío manifestó su deseo de que los hispanos continuáramos hablando español frente a la avalancha neocolonizadora de la cultura norteamericana, que nos haría “callar” y “llorar”, el Neomodernismo surge como reacción al mundo global mercantilizado y “desustanciador” de la realidad, donde el individuo y el arte mismo quedan relegados a entes pasivos o participantes en la juerga económica.
Incluso el Papa Juan Pablo II se involucró en la lucha contra una “globalización” inhumana y egoísta, y lanzó la consigna de que era necesario “globalizar la solidaridad”. Planteó también: “La iglesia apuesta por un crecimiento económico unido a otros valores, para que ese crecimiento sea equitativo, estable y respetuoso con las personas y con todos los pueblos”.[11] El panorama generado por la globalización es cada vez más dramático, pero también esperanzador. Filósofos e intelectuales contemporáneos debates sobre el reto de buscar alternativas para un mejor futuro; y para algunos la solución está en devolver al Estado su papel regulador frente al mercado y sus leyes selváticas, cambiar el modelo neoliberal de la economía y sistematizas planes de crecimiento y desarrollo a mediano y largo plazo. Parece haber consenso en que para combatir las injusticias sociales, las desigualdades, la discriminación, la destrucción del medio ambiente se hace necesario devolver a los Estados el poder regulador, como garantes de la justicia social, como reguladores del mercado.
Humanizar la globalización es un reto para el mundo de hoy, de ahí que existan diferentes movimientos mundiales que se planteen la exploración de soluciones, que van desde la llamada “Alternativa de la Tercera Vía”, que no se cuestiona al capitalismo como sistema pero pretende hacerlo menos “salvaje” hasta la “Alternativa Post-Capitalista”, que propone “organizar la economía sobre bases diferentes al capitalismo y a la economía de libre mercado”.[12] El Foro Social Mundial efectuado en la ciudad de Porto Alegre con la consigna “Un mundo mejor es posible” forma parte de esta última tendencia, que no solo se pretende la superación del capitalismo desde el punto de vista de su injusta ordenación económica sino también desde el punto de vista político y ético.
De nuevo surge el debate entre los dos modelos de Modernidad: la interesada en el bienestar de unos pocos, desinteresada de la justicia; y la Modernidad que se plantea la utopía de un mundo más humano equitativo, equilibrado y digno. Pero la etapa histórica es diferente, ya que entre el final del siglo XX y el inicio del XXI la opinión pública toma conciencia cada vez más de que debe devolverse al Estado su poder para luchar por el control democrático, contra la pobreza, la corrupción, etc., y regular la sociedad, al tiempo que asumir el papel de garante de los objetivos sociales y ecológicos. Los enormes gastos en compra de armamento, tanto de países pobres como de potencias mundiales, deben ser destinados a la lucha contra el hambre y para la erradicación de las desigualdades. Por eso, la resistencia más patente a la “globalización” y sus modelos surge desde la cultura, en la defensa de la identidad propia, mediante el rechazo a quienes pretenden convertirla en una mercancía, desconociendo sus valores ligados a la belleza y a la expresión de sentimientos sublimes y trascendentes.
La cultura del individualismo, donde la apariencia vale más que la esencia, vinculada al éxito, a la rentabilidad y la competitividad, desustanciadora y sin identidad, que promueve la postmodernidad es expresión de la globalización neoliberal y a sus principios se enfrenta la cultura de la Neomodernidad, propuesta por los artistas e intelectuales que no desean participar del juego mercantilista y que no renuncian a la construcción de utopías de futuro. Martí señaló a fines del siglo XIX que debía lucharse por “equilibrar” al mundo y hoy su mensaje es vigente. La necesidad del rescate de la ética, la solidaridad y la justicia, resulta clave para el porvenir. El debate es entre la bestia y el ser humano, las ambiciones más egoístas, antihumanas y antisolidarias, y la caridad, la justicia y la solidaridad.
Porque con la globalización entran al ruedo social nuevos valores, sin raíz pero con frutos tentadores, la música, la moda, los modelos impuestos por una sociedad de consumo y aparente bienestar. Las aspiraciones de los jóvenes para las que no hay respuesta en la sociedad, parecen solo realizables fuera de la política. Cambiar el contexto deja de ser interesante. Con la pérdida de valores y el rechazo a la identidad nacional en pos de una globalización desustanciadora y falsa se impone la renuncia de los artistas a participar del juego político. El compromiso del arte, aunque sea con el nacionalismo, es evadido. Hastiados de la manipulación y desengañados por la “desustanciación” de la cultura, cada vez más dominada por el mercado, los artistas se refugian en el ensimismamiento, en una cultura que desea hablar al futuro, ya que el presente solo aplaude su implementación laudatoria, creaciones efímeras y que sean capaces de venderse con éxito y rentabilizarse en la bolsa.
Se impone entonces la contra-utopía de una nueva noción de lo imaginario como universo reconstructor de la realidad, monologante en el presente y acaso dialogante con el mañana. El filósofo progresista Alfonso Sastre desea que surja una vía alternatica dentro de la cual la utopía y la ciencia no se enfrenten y la imaginación, “como instancia casi metafísicamente diferente de la fantasía”, sea capaz de romper el dueto “Razón-Imaginación”.[13] En esta “batalla de ideas” por recomponer el futuro, para Sastre necesariamente “socialista”, Martí “desde su glorioso pasado” tendrá que acompañarnos.[14]
Para Sartre y algunos intelectuales de izquierda, por tanto, los inicios del siglo XXI son la hora de desarrollar “nuevas utopías”.[15] Y es que el retoño de la utopía se aprecia ya en el contexto global de nuestro tiempo. Como consecuencia de la aplicación de modelos neoliberales y de la disminución del papel regulador del Estado, en el segundo semestre del año 2008 presenciamos el desplome de las bolsas mundiales, iniciado por el descalabro de la economía norteamericana y su modelo neoliberal. El estallido de la burbuja inmobiliaria, iniciado en EE.UU. y que resultó “efecto dominó” igualmente en Europa, condujo a una cada vez más acelerada y profunda crisis del paradigma seguido por las economías más boyantes del mundo. Dar nuevamente protagonismo al Estado, volver al modelo del Estado de Bienestar, del gobierno que vele por los intereses de todas las clases y represente en lo posible a cada individuo, vuelve a ser entonces un ideal. Se toma conciencia sobre la importancia del Estado como garante de conquistas sociales, entre muchas: el empleo y la seguridad social. Los líderes tienen ahora el reto de salvar las economías del mundo, más que nunca conectadas, y existe consenso universal sobre la necesidad de que el Estado se mantenga como regulador del sistema, que medie para que los intereses especulativos y del mercado no afecten el equilibrio.
De ahí que hasta un gobernante de derechas como el mandatario francés Nicolás Sarkozy (también en su carácter de presidente de turno de la Unión Europea) afirmara en octubre de 2008 que la “crisis actual debe incitarnos a refundar el capitalismo”, lo que significa “salir del mito de la infalibilidad del mercado”. En la Cumbre de la Francofonía, celebrada en Québec, explicó el presidente galo que “el mundo va mal”, y por lo tanto hay que “refundar un capitalismo más respetuoso del hombre”. Agregó que hay que terminar con un capitalismo financiero dirigido sólo a la búsqueda desenfrenada de la ganancia a corto plazo, un capitalismo basado sobre la especulación y la renta. Vuelve a hablarse de la ética en la economía, en los principios sociales de la justicia, la responsabilidad moral y social.[16]
A raíz de la crisis económica y del hundimiento del modelo neoliberal incluso en los países altamente industrializados y de sociedades posindustriales, se toma conciencia en que la aparente y defendida “democracia neoliberal” no es más que la tiranía del mercado, que afecta a la sociedad e incluso al arte. Las fuerzas progresistas, la izquierda desmoralizada con la pérdida de sus paradigmas, con la caída del “socialismo real” que pretendió imbricar razón y Modernidad, toma fuerza nuevamente en el enfrentamiento a un capitalismo que lejos de evolucionar hacia el perfeccionamiento del bienestar tendió hacia la “ley de la selva” del neoliberalismo.
El reciente resultado de las elecciones para presidente de los EE.UU., en que por vez primera gana el cargo un descendiente de afroamericano y hombre demócrata con un proyecto alternativo, demuestra que estamos viviendo una transformación de las políticas neoliberales adoptadas en la década de 1980. Barack Hussein Obama (Honolulu, 4 de agosto de 1961) no solo ha vencido en las elecciones del 4 de noviembre de 2008 al candidato republicano John McCain y será el primer afroamericano en ejercer el cargo, su victoria electoral supone la toma de conciencia mundial y del electorado norteamericano sobre la necesidad de mudanza de arquetipos.
¿Será el presidente del cambio y de la esperanza, de un mejor futuro? Solo el tiempo podrá decirlo, sin embargo “en el cambio y la esperanza” fundó su campaña y a ellos votaron los electores. Hace apenas una década su programa habría fracasado, ahora sus acciones son seguidas con entusiasmo tanto por los norteamericanos como por los ciudadanos de todas las latitudes.
A inicios de este milenio, el filósofo español Alfonso Sastre, tomando como basamento una obra paradigmática del pensamiento y la cultura occidental, El Don Quijote, explicaba que cuando Cervantes pone en boca de su protagonista ciertos parlamentos en defensa de la utopía en el discurso a los cabreros “expresa filosofía en general y ética en particular”. Los métodos del Quijote pueden ser inadecuados, pero su deseo de imponer justicia en una “edad de hierro” no carece de valor.[17] En el discurso citado, coloca Cervantes las siguientes razones en la boca de su protagonista: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a los que los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces lo que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de ‘tuyo’ y ‘mío’. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes”.[18] Al respecto, dice Sastre: “¡Pobre don Quijote! ¡Irrisorio, irrisorio! Pero también, a ver cómo lo digo, mucho cuidado con lo de la irrisoriedad de don Quijote”.[19] Porque en contraste con la realidad, la utopía surge como crítica a lo existente y anticipa lo posible solo en el futuro. Que el arte de hoy no pueda ni pretenda presentar métodos sociales, no quiere decir que renuncie a modelar utopías de mundos posibles, contrapuestos a los que la historia y la filosofía intentan entronizar como fronteras al sueño.
Frente al nihilismo, la desesperanza, el individualismo, la intolerancia y el fanatismo, el individuo neomodernista se replantea la modernización, la sociedad y el futuro, con el deseo de aferrarse al sueño prometeico de un porvenir más digno y equitativo, de un mundo “equilibrado” y unas sociedades justas, con las mínimas desigualdades posibles. Luego del impase que provocó la crisis de la izquierda y la aceptación del discurso esterilizando de la posmodernidad, hay un resurgimiento de la esperanza. Arde de nuevo el fuego de la entrega, deslumbran la llama de la solidaridad. Hoy son muchos los que pese a las evidencias apocalípticas exclaman: “Un futuro mejor es posible”.[20]
[1] Ángel Lombardi, Memoria del siglo XX, ob. cit, p. 28.
[2] Ibídem, p. 86.
[3] Declaraciones de José Kozer en una entrevista realizada por la profesora española Asunción Horno-Delgado en Hallandale Florida, el 14 de agosto de 2001.
[4] Gregorio Iriarte, La globalización, el neo-liberalismo y la post-Modernidad, ob.cit., p. 111.
[5] Declaraciones de José Kozer en una entrevista realizada por la profesora española Asunción Horno-Delgado en Hallandale Florida, el 14 de agosto de 2001.
[6] Rubén Darío, El Canto errante (1907), O.C, ob. cit., p. 76.
[7] Alfonso Sastre, De la posmodernidad…, ob. cit., p. 72.
[8] Ibídem, p. 73.
[9] Ibídem, p. 73.
[10] Ibídem, p. 169.
[11] Juan Pablo II, citado por Gregorio Iriarte, La globalización, el neo-liberalismo y la post-Modernidad, ob.cit., p. 39.
[12] Gregorio Iriarte, La globalización, el neo-liberalismo y la post-modernidad, ob.cit., pp. 29-31.
[13] Alfonso Sastre, De la posmodernidad…, ob. cit., p. 35.
[14] Ibídem, p. 36.
[15] Ibídem, p. 40.
[16] Nicolás Sarkozy, declaraciones citadas en varios medios de prensa. Tomo la referencia de la web: //www.kaosenlared.net/noticia/nicolas-sarkozy-crisisis-debe-servirnos-para-refundar-capitalismo
[17] Alfonso Sastre, De la posmodernidad…, ob. cit., pp. 62-63.
[18] Ibídem, pp. 63-64.
[19] Ibídem, pp. 64-65.
[20] Este lema, retomador de la utopía del mejor futuro, fue el enarbolado por las fuerzas progresistas y los grupos alternativos al poder hegemónico mundial en el Foro Social Mundial que se celebró en la ciudad brasileña de Porto Alegre en 2005.
1 comentario:
Esta disertación es buenísima, aunque cae un poco en el maniqueísmo postmodernista racial
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