domingo, 3 de febrero de 2008

La metáfora contemporánea


Hacia una comprensión de la metáfora contemporánea

Para desentrañar, develar, los misterios de una obra lírica, resulta esclarecedor el estudio de la metáfora como base del sistema poético. De ahí que este breve ensayo pretenda hacer luz sobre la evolución de tal tropo a lo largo de siglos y explicar la complejidad de la metáfora contemporánea, por la utilidad que posee, para la crítica y el ensayismo, su definición y clasificación. Es cierto que el lenguaje literario pertenece en gran medida a lo inefable, pero no podemos conformarnos y, aunque sea como de soslayo, debemos continuar tratando de explicar el misterio del arte y sus efectos en los espectadores. Por demás, el asedio a este tropo es inevitable, ya que es la metáfora la expresión en sí del lenguaje poético, quien lo distingue del lenguaje "literal" una vez que se ha fijado como sentido recto una parte de la figuración que constituye, en su base, todo el lenguaje, reflejo metafórico de la realidad que pretende nombrar y distinguir.
Acerca de la metáfora ha escrito Michel Le Guern en su libro La metáfora y la metonimia: “La retórica tradicional clasificaba a la metáfora entre los tropos que, según la definición de DuMarsais[1], eran <>. Los tropos o, si se prefiere, usos figurados, pueden reducirse en su mayoría a dos grandes categorías: la metáfora y la metonimia”[2]. De manera que Du Marsais define: “La metáfora es una figura por medio de la cual se trasporta, por así decir, el significado propio de una palabra a otro significado que solamente le conviene en virtud de una comparación que reside en la mente”[3].
La retórica tradicional sugiere una clasificación que opondría a la metáfora el grupo formado por la metonimia, la metalepsis y la sinécdoque[4]. En realidad esta clasificación había sido admitida generalmente hasta la publicación de una Rhétorique genérale, por Jacques Dubois [et. al.], ya que para ellos la metáfora se presenta como: “El producto de dos sinécdoques”.[5]
Los antiguos retóricos (Aristóteles, Cicerón, Quintiliano, et. al.) consideraban que la metáfora tenía un papel esencialmente ornamental, por lo que la creían “adorno del lenguaje”. Sin embargo, la lingüística moderna rechaza tal concepción y mantiene que la metáfora es un fenómeno inherente al lenguaje mismo y tiene que ver con su esencia y su origen.
En Institutione Oratoria, Quintiliano exponía: In totum autem metaphora brevior est similitudo. Tesis expuesta antes por Aristóteles en su Retórica, donde defendía que el símil es una clase de metáfora, siendo la diferencia entre ambas figuras solo la aparición o supresión del nexo gramatical comparativo. Esa relación de que hablaba Aristóteles existe en efecto, pero, como se ha visto más modernamente, solo en un tipo de metáfora que tiene por fórmula general un sintagma en cópula con otro, de carácter adjetivo.[6] Pero, ¿qué decir de esta correlación en metáforas contemporáneas como esta de Miguel Hernández, “Me tiraste un limón”? Aquí tanto el verbo “tirar” como el nombre “limón” son sus elementos constitutivos principales y a su vez metáforas o símbolos. No habría posibilidad de construir un símil que condensando origine tal metáfora porque ningún atributo es dominante. Esto se ha visto como “desvío” de la metáfora y es, realmente, una metáfora menos estilizada, más cercana al origen mismo del lenguaje, ya que todo lenguaje, originalmente, es metafórico.
Sucede que se asocia a la metáfora con una debilidad de la expresión seria, una manifestación poco confiable, por lo evasiva de las concreciones; desviación del “sentido recto” del lenguaje. El término mismo “metáfora” es impreciso y salvo con interés didáctico debe intentarse atribuirle unas reglas que serían infinitamente refutadas en la práctica lingüística. Es consenso general, sin embargo, que la función trasformadora característica de la metáfora tradicional (aristotélica) es la analogía o semejanza. Al respecto ha señalado Max Black en su libro Modelos y Metáforas: “De acuerdo con el enfoque sustitutivo, el foco de la metáfora —la palabra o expresión que se use de modo señaladamente metafórico dentro del marco literal— vale para la comunicación de un significado que podría haberse expresado de modo literal”[7] (el subrayado es mío).
Entonces, ¿por qué la metáfora es algo así como un acertijo del autor al lector? Primero, porque no hay un equivalente literal en el lenguaje que exprese eso que pretende significarse mediante la metáfora; y, segundo, ya que sería extenso y hasta nocivo al texto, a su belleza literaria, decir todo lo que se pretende de manera literal o concreta, puesto que el lenguaje carece de la palabra o palabras precisas y sería necesaria una explicación demasiado larga y puede que inútil.
En un contexto dado la palabra foco alcanza un sentido nuevo, distinto a su significado literal, porque el nuevo contexto o marco de la metáfora (según terminología de Max Black) fuerza a la palabra focal a una extensión de su significado. Bien visto, en cualquier metáfora, más que analogía entre términos o palabras se produce una “interacción” (Max Black) por medio de la cual el foco y el vehículo modifican en el contexto su significado literal. Cada uno organiza el significado del otro, determina los rasgos que distinguimos de cada uno y los que desechamos, gracias a la interacción de sus significados. Por otro lado, una metáfora puede involucrar entre sus implicaciones cierto número de metáforas subordinadas, pero que son de implicaciones más tenues por estar en un segundo grado, lo cual se ha denominado “mezcla de metáforas”.
No creo recomendable la clasificación de Richards, quien habla de tenor y vehículo para referirse a la estructura de las metáforas, porque si estamos de acuerdo en que ambos elementos “interactúan” tal denominación es solo válida para quienes consideran a la metáfora como una sustitución o analogía (metáfora aristotélica).
En sus Soledades, Luis de Góngora dice que la cascada de un arroyo es “cristalina mariposa/ —no alada, sino undosa—“, de manera que no establece ya la analogía a partir de una cualidad. A la clásica referencia sobre la trasparencia del agua, suma Góngora una alusión al despliegue aéreo del torrente, además de aclarar que esta mariposa tiene ondas y no alas. Sin perder el apoyo objetivo y el interés comparativo, Góngora crea la metáfora culterana, caracterizada por una exuberancia analógica que antes no tenía. Ahora bien, la metáfora culterana no supone una alteración esencial de los fundamentos de la metáfora aristotélica, ya que continúa interesada en la semejanza objetiva de lo referente y lo referido.
En cambio, la más contemporánea metáfora, de carácter simbólico o superrealista, desarrolla, como la culterana, múltiples enlaces analógicos, pero ya no se interesa por la semejanza objetiva y solo podemos hallar en ella un sentido emocional que le da la objetividad que no pretendieron sus creadores.
La metáfora aristotélica es llevada a cumbres por el barroco, donde continúa el sentido traslaticio teniendo un gran peso de significación. En cambio, en la literatura moderna, fundamentalmente con las teorías superrealistas o surrealistas, queda modificada junto al sistema tropológico. La metáfora surrealista no busca la comprensión del significado, sino la emoción. Lo que no quiere decir que deje de significar, ya que el receptor puede establecer una cadena de asociaciones entre un símbolo y otro, hallando explicaciones infinitas.
Los escritores superrealistas desearon abolir los controles moral, estético y lógico en sus creaciones, en cambio, desde el subconsciente establecieron controles de la misma índole, de ahí que sus textos signifiquen, aunque no hayan sido concebidos con tal finalidad. Cuando el poeta escribe no es consciente de usar controles, sin embargo desde su subconsciente están funcionando en la construcción de cadenas de sentido simbólico, como una fuerza centrípeta que da significación y carácter comunicativo a sus metáforas y al texto en su conjunto, a pesar de las intenciones centrífugas del poeta surrealista.
La ecuación de la metáfora surrealista pudiéramos representarla del siguiente modo A [=B=C=] emoción de C en la conciencia [=D=E=] E, donde A y E son dos palabras o símbolos vinculados por una cadena asociativa cuya extensión [B=C=D=E] dependerá del texto y el receptor, y en cuya interacción se afectan tanto A como E, por su colocación en paralelo, ya que estableceremos cadenas simbólicas de acuerdo con los vínculos que sus semas posean y nos inspiren.
Esta metáfora es la más practicada en el siglo XX y no podremos hablar, sino figurativamente, de tenor y vehículo en un tropo indivisible como la moderna metáfora esgrimida por la Vanguardia, aunque anunciada, anticipada en la revolución de la literatura modernista.
Simon Freud creía que para que existiese un símbolo debía haber una relación entre el simbolizador y lo simbolizado y por eso habló de cadenas simbólicas en los casos en que no veía tales relaciones, en cambio, con la metáfora surrealista esta relación parece desaparecer, ya que no responde a la lógica sino a una cadena de asociaciones emotivas durante la cual se pierde el vínculo conceptual de los símbolos relacionados que establecen su empatía mediante un elemento invisible de la relación. Los símbolos en su asociación no son conscientes sino a nivel del conocimiento, que les busca una explicación de acuerdo con el contexto en que aparezcan. La lógica y la objetividad son refutadas por el superrealismo en que, primariamente, interesa la emoción. La realidad verdadera del poeta surrealista son las asociaciones creadas en el texto, contrapuestas a las leyes de la realidad. De ahí que la evolución de la poesía contemporánea tenga que ver con la interiorización de la realidad que aparece en este tipo de lenguaje tropológico, respuesta a la crisis de la razón físico matemática, establecida desde el siglo XIV y criticada por el Romanticismo, en que el sujeto trata de hallar un sitio para el individuo en la sociedad.
Tal evolución presenta un hito en los finales del siglo XIX con el surgimiento en Francia de la poesía pura, innovadora de la metáfora que luego se practica en las letras castellanas a partir de la revolución modernista, iniciada por José Martí desde la década del 80 del pasado siglo, primero con sus crónicas periodísticas y luego con su libro de versos Ismaelillo, de 1882. Justamente, con el Modernismo se produce en Hispanoamérica una renovación de los recursos expresivos de la lengua en cuya base está la nueva metáfora. Cuanto vino después ha sido la continuación, con aciertos y desaciertos, de una senda ya iniciada. Llegados a este punto continúan empleándose, por supuesto, las diversas variantes de la metáfora, pero se generaliza el uso de la metáfora superrealista. El lector contemporáneo es más inteligente que nunca; la literatura ha ofrecido, con su renovación tropológica, un reto a su razón, también a su sinrazón, y la posibilidad inusitada de la reescritura personal de sus contenidos.


Luis Rafael
Abril, 2000





Bibliografía Básica:


1. Black, Max: Modelos y metáforas, Ed. Técnos, Madrid, 1966
2. DuMarsais: Traité des Tropes, tomo 1, Ed. Aznar, Madrid, 1800
3. Le Guern, Miguel: La metáfora y la metonimia, Ed. Cátedra, Madrid, 1976
4. Martínez Amador, Emilio M: Diccionario Gramatical y de dudas del idioma, Ed. Ramón Sopena, S.A. , Barcelona, 1974
5. Tato, Juan Luis y G. Espada: Semántica de la metáfora, Ed. Instituto de Estudios Alicantinos, Alicante, España, 1975
[1] Du Marsais: Traité des Tropes, t.I, 4. (Tratado de los tropos, traducción de José Miguel Aléa (2 vols.), Madrid, Aznar, 1800, p. 22
[2] Le Guern, Miguel: La metáfora y la metonimia, Ediciones Cátedra, Madrid, 1976, p.13.
[3] Du Marsais: Ob. Cit, p. 15
[4] El artículo “metonimia” del Dictionnaire de Littré dice: “Metonimia ef. Término de retórica. Figura por medio de la cual se coloca una palabra en lugar de otra cuyo significado da a entender. En este sentido general la metonimia sería un nombre común a todos los tropos; pero se la reduce a los siguientes: 1ro. la causa por el efecto; 2do. el efecto por la causa; 3ro. el continente por el contenido; 4to. el nombre de lugar o la cosa se hace por la propia cosa; 5to. el signo por la cosa significada; 6to. el nombre abstracto pro el concreto; 7mo. las partes del cuerpo consideradas como albergue de los sentimientos o de las pasiones, por esas pasiones y esos sentimientos; y 8vo. el apellido del dueño de la casa por la propia casa; el antecedente por el consecuente.”
Metalepsis:
“Es una figura retórica que consiste “en tomar el antecedente por el consiguiente, o al contrario. Por esta figura se traslada a veces el sentido, no de una sola palabra, como por la metonimia, sino el de toda una oración” (Martínez Amador, E.M: Diccionario gramatical y de dudas del idioma, Ed Ramón Sopena, S.A., Barcelona, 1974, p. 869
Sinécdoque:
“La sinécdoque es, pues, una especie de metonimia, por medio de la cual se da un significado particular a una palabra que, en sentido propio, tiene un significado más general; o al contrario, se da un significado general a una palabra que, en sentido propio, sólo tiene un significado particular. En una palabra: en la metonimia yo tomo un nombre por otro, mientras que en la sinécdoque tomo el más por el menos o el menos por el más.” (Du Maurier: Ob. Cit. , p.II, p.4)
[5] Le Guern, Michel: Ob. Cit., p.15

[6] Tato, Juan Luis y G. Espada: Semántica de la metáfora. Ed. Instituto de Estudios Alicantinos, Alicante, 1975, p.32

[7] Black, Max: Modelos y metáforas, Ed. Técnos, Madrid, 1966, p. 42

Metáfora y ritmo en Martí y Guillén



Continuidad de la renovación poética hispanoamericana:
La metáfora y el ritmo en José Martí y Nicolás Guillén



Cualquiera puede advertir que la renovación poética en Hispanoamérica es hija de la tradición literaria española y latina. Sin embargo, algunos estudiosos de nuestras literaturas, al concentrarse en ciertos fenómenos o autores, suelen olvidar la tradición sobre la que se fundamenta lo hecho y lo por venir, de ahí que incurran en interpretaciones equívocas al enjuiciar los valores de una u otra obra, de uno u otro autor. Por eso haré algunas aclaraciones al inicio de este ensayo dedicado, básicamente, a mostrar la conexión que existe, no solo desde lo temático sino desde la forma, entre la obra de José Martí y la de Nicolás Guillén.
En trabajos anteriores he definido y explicado algunas de las características de la literatura de José Martí, por eso no creo oportuno volver a escribir lo ya expuesto.[1] Solo me referiré ahora a dos renovaciones formales que puede apreciar cualquier lector en los escritos de Martí: metáfora y ritmo. El lenguaje empleado por él en su literatura es, por muchas razones, contemporáneo. Su novedad tropológica hoy resulta casi imperceptible porque desde el Modernismo no hemos hecho más que explotar esa nueva metáfora, de carácter sintético y surreal, que no pierde casi nunca la naturalidad, contrario a lo que sucede en la mayoría de los superrealistas, gracias a que está tamizada por el filtro estético de un intelectual que se sabe innovador pero también hombre de su tiempo y ser social capaz de incidir en su medio y cambiarlo. El compromiso social es básico en la concepción modernista de José Martí y lo salva de los antagonismos que se producen entre románticos y surrealistas, también en algunos modernistas, en relación con la sociedad y la época en que viven.
Es admitido que el iniciador de la modernidad literaria en el mundo occidental fue Charles Baudelaire, con su libro Flores del mal, donde se hace coherente, por vez primera, una práctica lingüística contemporánea gracias a la nueva metáfora que empieza a desarrollar. Existen varios criterios para subdividir las épocas literarias, pero acaso sea la evolución del lenguaje tropológico el marcador más elocuente de los saltos en la carrera de las letras por alcanzar la contemporaneidad. Pueden plantearse tres revoluciones en la tropología literaria. En un ensayo al respecto, propuse la denominación de metáfora aristotélica, metáfora culterana o barroca y metáfora superrealista, atendiendo a los tres momentos en que se renovó el uso de la tropología[2]. Surge la literatura moderna, a partir del Parnasianismo de Baudelaire y del simbolismo, enarbolado por sus discípulos Verlaine y Rimbaud, gracias a la modificación total que se produce en el sistema tropológico con el nacimiento de la metáfora superrealista, que no busca la comprensión del significado, sino la emoción. Lo que no quiere decir que deje de significar, ya que el receptor puede establecer una cadena de asociaciones entre un símbolo y otro, hallando explicaciones infinitas.
El uso de esta novadora tropología pasa del francés al castellano con la revolución modernista, iniciada por José Martí desde la década del 80 del siglo XIX, primero con sus crónicas periodísticas y luego con su libro de versos Ismaelillo, de 1882. Cuando Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, usan en sus textos la metáfora superreal, les interesa transgredir la realidad hasta abolir el significado de la literatura. Martí emplea la misma metáfora pero para potenciar los significados, lo cual puede ser una explicación de los valores tropológicos múltiples de sus discursos que, sin embargo, no se enajenan de la realidad sino que pretenden estetizarla y mejorarla por medio del arte.

Con el Modernismo se produce en Hispanoamérica una renovación de los recursos expresivos de la lengua en cuya base está la nueva metáfora, que posibilita al lector una reescritura de los contenidos literarios, que puede dar lugar a interpretaciones diversas y divergentes. Pero no solo inicia en la lengua castellana, el Modernismo martiano, un nuevo uso tropológico sino que rescata y explora, de forma inusitada, el ritmo en la prosa y en la lírica.
Durante demasiado tiempo, algunos críticos hispanoamericanos han planteado que si bien José Martí es el gran revolucionario de la lengua española en el siglo XIX y el iniciador del Modernismo, su continuador, Rubén Darío, fue quien llevó a cumbres la renovación en el terreno de la poesía, por su talento para los juegos y variaciones melódicas. En cambio, si bien el nicaragüense pulió como nadie en nuestra lengua el verso, creo que debemos hacer justicia también a José Martí advirtiendo que la supuesta menor perfección formal de su poesía no es tal, y que una vez más a Darío lo traicionó su amor por la literatura gala. Tal certeza se basa sobre la evidencia de que la exploración lírica en Darío avanza, principalmente, hacia el trabajo con la melodía y en José Martí a la experimentación con el ritmo.
Sucede que si bien el francés es un idioma eminentemente melódico, lo que obliga al desarrollo poético en tal sentido, el castellano es una lengua rítmica y es el ritmo el valor que se impone explorar con mayores aciertos para la composición de un verso más natural y polivalente, dentro del sistema de nuestra lengua. Como explica Tomás Navarro en su libro Métrica Española, en un idioma como el francés, el acento de intensidad disminuyó su relieve y atenuó sus efectos prosódicos, de ahí que desarrollara una versificación fundada, principalmente, en las circunstancias formales del metro. En cambio, el español, idioma en que se manifiesta un sistema de acentuación de líneas precisas, ha destacado los recursos del ritmo en la composición de los versos.
Esta diferenciación, que tiene que ver con las condiciones fonológicas de cada lengua, determina que el francés produjera una métrica que se distingue por su tecnicismo y melodía, en tanto que el español ha enriquecido especialmente las experiencias de su versificación mediante el cultivo del ritmo. Tomás Navarro platea en su libro ya citado:

Es evidente la necesidad de considerar las circunstancias del verso dentro del campo particular del idioma respectivo. Aplicar al estudio de una métrica extranjera el criterio de los hábitos adquiridos en la lengua propia es situarse en un equivocado punto de vista. Ofrecen ejemplo reciente a este propósito las palabras de un profesor francés que advierte en la técnica del verso español cierta espontaneidad descuidada, junto a las manifestaciones de un crítico hispanoamericano en cuya opinión la versificación francesa se caracteriza por la pobreza rítmica.[3]

Como plantea este autor, ambas apreciaciones pueden parecer exactas dentro de la comparación en que cada una se funda, pero olvidan que las modalidades métricas a que se refieren, no obstante proceder de la misma fuente, cifran su perfección en valores distintos, en concordancia con la evolución fonética de cada lengua. Por eso es hora de que aclaremos que si bien José Martí no realiza considerables innovaciones dentro de la melodía sí trabaja con precisión el ritmo, lo que hace de su versificación un producto genuino dentro de la tradición literaria del español.
Martí, gracias a su conocimiento profundo de la literatura de los Siglos de Oro y de las literaturas francesas e inglesas, principalmente, es capaz de asentar su innovación modernista también en la lírica, volviendo la atención al ritmo, descuidado por los románticos hispanoamericanos quienes, también por influencia francesa, prefirieron ahondar en las limitadas posibilidades melódicas de la versificación española. La armonía de los vocablos, acentos, sonidos y rimas, están dentro de su propósito renovador, que enriquece el verso en lo formal al tiempo que suma temas, actualidad estética y ética. Es así que, por ejemplo, José Martí, en su libro Ismaelillo, vuelve a emplear modalidades métricas de la tradición clásica española pero con un novedoso uso de la metáfora y un inusitado trabajo rítmico, que lejos de provocar un enrarecimiento o afectación de su poesía, la acerca al coloquio. Nunca antes un poeta expresó tan extraordinariamente su amor filial ni creó imágenes tan elocuentes de la añoranza por el hijo amado, quien, por demás, representa a las generaciones futuras llamadas a fundar una nueva vida acorde con ideales elevados.
El Ismaelillo es un poemario integrado por quince composiciones escritas en versos de arte menor, en el cual se sigue la huella de los antiguos cancioneros populares españoles, de poetas medievales como el Marqués de Santillana, de renacentistas como Juan Vicente y Juan de la Encina, y de románticos como Gustavo Adolfo Bécquer. En cambio, este libro bien asentado en la tradición, es capaz de renovar la poesía en lengua española por el tratamiento temático y formal renovador.
En la fase final del romanticismo varios poetas dejan a un lado el respeto por la estrofa y la rima. El verso libre surge como aspiración a la limpidez poética, no mediada por trabas formales. El norteamericano Walt Whitman, es uno de los primeros escritores que desarrolla un verso libre, colindante incluso con la prosa, ya que elimina no solo la métrica y la rima sino también la preocupación por la melodía y los acentos. Es por eso que, en su caso, más acertadamente se habla de versolibrismo, modalidad impulsada también por los simbolistas franceses y que Martí emplea en algunos de sus textos, aboliendo prácticamente la melodía, sin embargo con un uso magistral del ritmo, indispensable para la poesía en castellano.
El verso libre, tal y como lo populariza el Apóstol cubano en su libro, no solo cuida del ritmo acentual y silábico producido por la proporcionada regularidad de los tiempos marcados, sino, fundamentalmente, la armonía interior que evidencia la agudeza estética del poeta. Esta clase de ritmo exige de parte del autor una fina sensibilidad expresiva y un perfecto dominio del material lingüístico; además, no excluye la presencia de cualquier metro, de la rima o de la estrofa, como sucede en el cuaderno Versos Libres, de José Martí, formado por 44 poemas endecasílabos sin rima.
Ahora bien, el poemario en que se plasma la madurez expresiva de Martí y de la nueva literatura modernista, en tanto renovación de formas y contenidos, en tanto nueva metáfora y acertado trabajo rítmico, autobiografía del Apóstol cubano y legado de valor poético y ético, es Versos Sencillos, como sus Versos Libres publicado póstumamente, ya que estas 46 composiciones sin título, donde predomina la cuarteta y la redondilla, le dan cierto aire popular, con el propósito, explícito en su prólogo, “de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras”.[4]
Los Versos Sencillos no solo representan la mejor manera de conciliar “el sentimiento” con las “formas llanas y sinceras”, sino la coronación de una revolución formal que otorga contemporaneidad a la literatura hispanoamericana.

El vanguardismo cubano, a diferencia de lo que sucedió en otros países de Hispanoamérica, no arrasa con el legado modernista sino que lo continúa, eso sí, en su vertiente formal. En cambio, en el caso de Nicolás Guillén lo formal está condicionado por lo temático, de ahí que su obra, incluso sus primeros libros, se torne trascendente y más notable que la mayoría de la literatura vanguardista, cuyo cometido fue innovar y no precisamente comunicar, por lo que sirvió de asiento para mejores realizaciones literarias, una vez que el torbellino de la vanguardia se asentó y quedó decantado del lastre de la originalidad pretendida.
También puede decirse que en Cuba hubo tantos vanguardismos como vanguardistas. Trascienden las búsquedas formales, desde sus estilos y diversas maneras, Mariano Brull, Regino Pedroso, José Zacarías Tallet, Manuel Navarro Luna, Regino Botti, Eugenio Florit, Emilio Ballagas, Félix Pita Rodríguez, et. al. Creo justo reconocer que casi la totalidad de los autores del período que han pasado a la historia de la literatura cubana trascienden el vanguardismo en sí, porque son capaces de redescubrir la tradición literaria a que pertenecen y de darle continuidad con una obra más depurada, menos extranjerizante y por lo tanto de mayor autenticidad.
Dentro de esta nómina de poetas imprescindibles a nuestras letras, Nicolás Guillén es uno de los que primero encuentra la senda de la innovación desde la tradición. Este acierto lo debe, en bastante medida, al conocimiento de la literatura española y de la obra de José Martí, donde aprende el valor del ritmo para la versificación en castellano y donde descubre una metáfora novadora, surrealista, simbolista, pero más natural que la metáfora forzada a ser por los distintos ismos de la vanguardia.
El autor de Motivos del Son, Sones para soldados y turistas, Songoro Cosongo, El gran Zoo, Por el mar de las Antillas, etcétera, tampoco se dejó deslumbrar por los manifiestos vanguardistas donde se pretendía constituir un arte de lo absurdo, divorciar a la literatura del significado y del lector. Incluso en sus momentos de más radicalización en el trabajo tropológico y formal de la poesía, mantiene la raíz en la significación, que para él es lo esencial porque desde temprano estuvo consciente del valor de la poesía no solo en tanto expresión de la sensibilidad de un artista que, a fin de cuentas, es un hombre más en medio de la masa de individuos que conforman el país.
Es así que en cada una de las etapas de su lírica, Guillén no hace sino variaciones sobre dos categorías esenciales a su poética, el ritmo y la metáfora. Si seguimos la catalogación que la crítica tradicional de su poesía ha desarrollado, podemos decir que en su primer período, equívocamente denominado posmodernista,[5] hay un predominio de la metáfora sobre el ritmo; en su segundo período, de la poesía son, se aprecia una apoteosis del ritmo que linda con la música; en su tercer período, denominado negrista, comienza a trabajar más el ritmo en combinación con una tropología más contemporánea; en su cuarto período, de poesía social, vuelve el cultivo de la metáfora surrealista en conciliación con un ritmo acompasado y vigoroso que supone la decantación de sus búsquedas dentro de los valores fonéticos de la lengua española.
Entre los elementos fundamentales de la poética de Guillén puede apreciarse, a pesar de sus búsquedas constantes, sus constantes renovaciones, una continuidad de sentido temático y un equilibrio entre la forma y el contenido. Retoma a Lope de Vega, a Quevedo y a Góngora, el Espronceda de la “Canción del pirata”. Sin embargo su actitud no es Barroca ni Romántica, aunque haya en su obra elementos del Neobarroco y del Neorromanticismo, puesto que su lírica tiende a la relación con los clásicos en una reinterpretación contemporánea.
Desde su libro Motivos del son, en 1930, el poeta muestra su original interpretación de lo nacional y de lo cubano, a pesar del marcado acento anecdótico de este cuaderno que por sí solo le habría ganado un lugar en la historia literaria cubana. Pero enseguida aparece Sóngoro Cosongo, especie de radiografía del mundo del negro y de la mulatez cubana; West Indies LTd., libro de relieve antillano y continental donde demuestra que cala cada vez más hondo en el ser y en una poesía que apunta hacia el ideal martiano de un arte capaz de salvar lo mejor de nuestra cultura y dinamitar el camino hacia el futuro, hacia la irrealizada utopía americana.
Ha explicado Desiderio Navarro cómo en Motivos del son el efecto onomatopéyico de percusión de tambor no depende solo de la organización fónica del texto porque cada pieza es una estilización de las letras de los sones. El propio Guillén manifestó que sus “poemas-sones” estaban basados sobre la técnica de esa clase de baile que se caracteriza por el papel fundamental que desempeña la percusión. Sucede que el ritmo en Motivos está ligado a la fuerza percutida del tambor afrocubano. En sus textos posteriores se aprecia cada vez menos folcklorismo y más asimilación cultural. En lo adelante predominaron “motivos” más nacionales, porque se aprecia mejor la asimilación de las influencias europeas de nuestra simiente, el mestizaje lingüístico de las antillas y de América, filtrado por lo particularmente cubano.
José Martí nos aleccionó sobre cómo crear una literatura continental aprovechando lo mejor del legado de nuestros ancestros y los aciertos de las literaturas extrajeras. Guillén, con su obra, repite esta lección y logra hacer de su lírica no la expresión de un individuo aislado, de un grupo aislado dentro de la sociedad, sino la expresión del Ser que conforma la sociedad y la nacionalidad toda. Su voz es la voz del pueblo y por eso su poesía remite a la neopopularización del lenguaje literario que también emprende Martí, a la captación de los valores fonéticos de nuestra manera de expresarnos. De ahí que haya en sus versos una tendencia al acento agudo, al octosílabo, a la brevedad del enunciado, todas ellas características del español hablado en Cuba.
La lírica de Nicolás Guillén es hija legítima de la renovación modernista que inició José Martí, puesto que entronca con una lírica que identifica al poeta con la revolución, no solo en el terreno del arte. Su tono vanguardista es mesurado y no se desvía en una enajenación de la forma como sucede a la mayoría de los escritores que siguen esta tendencia. En la obra de Guillén no existe la despreocupación formal que han querido ver algunos, más bien hay cierto desdén hacia la métrica y la rima en pos de la naturalidad que, sin embargo, está condicionada por un uso metafórico novedoso y por el cuidado y la agudeza del ritmo.

Por la obra de Nicolás Guillén pasan de nuevo las viejas estructuras estróficas y métricas de la tradición castellana, la silva, el soneto, la balada, la elegía, la redondilla, etcétera, refrescadas por las ganancias y giros de la poesía contemporánea. Y es este uno de los mayores méritos de su obra, la innovación desde la tradición, la continuidad en ascenso de la tradición modernista de la literatura hispanoamericana. El autor de la “Elegía a Jesús Menéndez” no solo hizo alarde de un conocimiento y dominio técnico magistral de la lírica sino que también puso en su poesía nuevos temas y nuevas maneras de expresar su tiempo y los sentimientos de su época, los valores de su cultura y de su nacionalidad.


Luis Rafael
10 octubre de 2001


[1] Al respecto, véase mi ensayo El Modernismo martiano, nuestro Modernismo, Edición electrónica de CubaLiteraria (www.cubaliteraria.com) o el mismo trabajo, abreviado, en la revista literaria Jácara, Nueva Época, año V, 2001, # 9, pp. 29-42.
[2] En el ensayo referido, de título “Hacia una comprensión de la metáfora contemporánea”, expliqué cómo la metáfora empleada antes del barroco era del tipo aristotélico porque suponía una especie de símil sin nexo comparativo; que en el barroco, la metáfora aristotélica se potencia gracias a que la analogía entre sus elementos constitutivos se hace múltiple y, por tanto, polisémica; y que a partir de Baudelaire y del simbolismo surge una nueva metáfora desinteresada del vínculo objetivo entre sus elementos de base, ya que pretende abolir la realidad y la significación.
[3] Tomás Navarro: Métrica Española, Edición Revolucionaria, La Habana, 1968, p. 8.
[4] José Martí: Poesía Completa, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p. 87.
[5] “Equívocamente” posmodernista porque, como he explicado en otros trabajos, no creo que deba hablarse de posmodernismo en un momento en el cual, realmente, se retorna al primer Modernismo o Modernismo martiano. La confusión de la crítica se debe a que el Modernismo se conceptuó según los limitados aciertos de la obra del primer Darío y no desde sus múltiples posibilidades, éticas y estéticas, enunciadas en la obra de José Martí, reconocido más tarde como el verdadero iniciador del Modernismo.

La Florida, en los orígenes de "lo cubano"

La Florida, en los orígenes de lo cubano

—I—
La isla de Cuba, hacia los años finales del siglo XVI se estrenaba como factoría. Desde 1511, fecha en que el Adelantado Diego Velázquez comienza la conquista, hasta 1770, cuando se inicia la transformación de factoría en colonia, con el gobierno progresista de Don Luis de las Casas, irá potenciándose el desarrollo económico y social. En las décadas iniciales del siglo XVI se establecen las primeras villas y se produce una notable migración de peninsulares a estas tierras. Aquí el oro andaba a ras del suelo y la naturaleza podía ofrecer sustento a sus habitantes sin necesidad de cultivo, según la leyenda creada por Cristóbal Colón y que agigantan los europeos esperanzados en una vida próspera, lejos de la pobreza y la opresión de las clases que se encumbran cada vez más mediante su linaje o fortunas debidas al comercio y al desarrollo burgués. En 1511 es creada la primera población de Cuba, Baracoa; en 1513, Bayamo; luego vendrán Sancti Spíritus, Trinidad, Puerto Príncipe, La Habana y Santiago de Cuba, durante 1514. Sin embargo, luego de la muerte de Fernando el Católico, quien intentó extraer grandes riquezas del Nuevo Mundo para costear los gastos de su reinado, y con la coronación en 1517 de Carlos V, más interesado en ganar ventaja a otras potencias europeas extendiendo la conquista, varios centenares de aquellos primeros pobladores marchan a expediciones como la de México, que lidera Hernán Cortés, dejando la Isla prácticamente despoblada.
Pronto se vería, sin embargo, que tales campañas militares no siempre acarreaban glorias, y varios hidalgos y caza fortunas preferirán la paz de la soporífera colonia caribeña a los riesgos de las expediciones. Va acrecentándose entonces el desarrollo de la economía en Cuba, con la introducción del ganado ante la merma de las minas de oro, metal que pronto quedará prácticamente agotado. Aunque pasarán algunas décadas para que los últimos encomenderos se dieran por vencidos, luego de diezmar la débil población aborigen forzada a trabajos, en un destino que clausuraba su pasado casi paradisíaco.
El comercio de “criollos” y españoles radicados en la Isla con las potencias europeas enemigas de España, desde finales del XVI creció y contribuyó al enriquecimiento de los primeros habitantes. Entonces arriban a nuestras costas hombres de mayor cultura, artesanos, orfebres, carpinteros ebanistas, cocineros, religiosos… En 1526, Carlos V dispone el envío de indígenas a España para convertirlos en maestros y que cumplieran una labor educativa al regresar a las Antillas. Jóvenes criollos, de familias con suficientes recursos, marchan a estudiar a la península; se crean seminarios y escuelas, especialmente por las órdenes de los jesuitas, franciscanos y dominicos. Por fuentes históricas sabemos que a comienzos del siglo XVII existían ya en La Habana “un lector de filosofía, tres catedráticos y un regente en un colegio de franciscanos”.[1]
Es previsible que en medio de la ebullición cultual, surgieran escritores aficionados, poetas o cronistas de la época; sin embargo, hasta el momento los esfuerzos por ubicar textos escritos durante los siglos XVI y XVII no han mostrado antecedentes al Espejo de Paciencia, descubierto en el siglo XIX por el historiador del “círculo delmontino” José Antonio Echeverría y escrito supuestamente en 1608. Tampoco existen notables alusiones a la Isla y las costumbres de sus habitantes, con excepción de las realizadas por el propio Adelantado Diego Velázquez en sus Cartas de Relación sobre la Conquista de Cuba o las del Padre Las Casas y otros cronistas de Indias, a su paso por las Antillas.
Es en este contexto que arriba a nuestras costas, directamente en la Villa Primada, Baracoa, donde plantara Cristóbal Colón la Cruz de la Parra, un viajero de nombre Alonso Gregorio de Escobedo, confesor de la orden de San Francisco procedente de la provincia de Andalucía, quien a su vocación religiosa sumaba una notable inclinación literaria. Cierto que no era un poeta, pero sí un hombre culto, tenaz y talentoso, que se empeñó en reseñar su viaje hacia La Florida de forma fidedigna, para mejor servicio de sus contemporáneos y de la posteridad. Eligió la poesía y llegó a componer, con éxito irregular, 138 octavas reales que suman más de veintiún mil versos. Después de tanto trabajo, parece que hubo entusiasmo con la idea de “dar a la luz” la magna obra y algún éxito tendrían en tales menesteres puesto que el manuscrito que de esta se conserva, presenta las evidencias de ser un texto en “proceso editorial”, con el orden acostumbrado de introducción, sonetos de alabanza al autor y demás etcéteras necesarios para ser llevado a la imprenta.
Mala suerte tendría el bueno de Fray Alonso, porque otros con menos talento y orden, y hasta más páginas, lograron su sueño de tintas multiplicadas, en cambio, él no. En los casi cuatro siglos que han pasado desde entonces, tal empresa editorial no ha sido posible. Será cosa de la mala estrella…
Por eso lamento que este comentario solo preceda una parte de dicha obra, al menos la parte que más concierne a los cubanos, y espero que algún día el texto íntegro de La Florida se publique, hecho realidad multiplicada por obra de la imprenta o de Internet. De momento, quisiera anotar que aunque recientemente se anunció el descubrimiento del manuscrito en la Biblioteca Nacional de España, con sede en Madrid, son varios los estudiosos que conocían de su existencia y valores, lo que demuestran los trabajos realizados por Maynard Geiger, en 1934; Fidel Lejarza, en 1940; Geiger, en 1940; Gregory Joseph Keegan y Leandro Torno Sanz, en 1948; Ignacio Omaechevarría, en 1948; J. Rus Owere, en 1962; y finalmente Álvaro Salvador y Ángel Esteban, en sus notas a la edición de los dos fragmentos cubanos de La Florida anexados a la Antología de la poesía Cubana, tomo 1, de José Lezama Lima, que publicó en 2001 la editorial Verbum, radicada en Madrid y dirigida por el escritor Pío E. Serrano, quien autorizó reprodujésemos dichas secciones para que sean conocidas por los lectores y especialistas de la Isla.[2]
Desde el punto de vista temático, los fragmentos cubanos de La Florida nos ofrecen un vitral diverso y algo idílico de la vida en nuestra Isla. Se menciona al criollo[3], valiente cual los hombres de Castilla, al decir de Escobedo; abundan las alusiones a la naturaleza, la economía ganadera, las prácticas religiosas de los aborígenes, entre otras referencias de notable interés historiográfico. Pero además, junto a la visión un tanto romántica e idealizada de la realidad, que sería tan recurrente en la literatura hispanoamericana, estas octavas reales presentan otros tópicos de nuestras letras, como la mirada de lo real-maravilloso americano y cierta tendencia al barroco, a pesar de su estilo neoclásico, marcada por la necesidad de describir ambiente tan diverso por su naturaleza y la convivencia de disímiles prácticas culturales.
El poema, estilísticamente, presenta los defectos típicos de una obra escrita por un versificador demasiado urgido por la cotidianidad, preocupado por hacer una crónica fidedigna de su viaje, que acumula adjetivos e intercala largos sermones religiosos, pero es capaz de lograr dinamismo y buen ritmo en algunos pasajes, lo que demuestra su conocimiento de la retórica y de la versificación. En una línea reconoce sus limitaciones artísticas al referir que la obra está compuesta: “con lengua ruda y verso mal limado”[4].
Acerca del estilo podemos decir incluso que en demasiadas ocasiones la estructura de la pieza resulta caótica, hay historias intercaladas que hacen perder el hilo conductor del relato y una notable falta de unidad, que denota la carencia de un plan para la obra y descuido en la revisión. En sus sermones a los indios, Escobedo intercala refranes y aforismos de la tradición hispana y no pocos latinajos y referencias clasicistas, que seguramente no usó en sus “pláticas” —como él mismo las llama—, o prédicas, a los aborígenes. En la nota introductoria a la publicación de estas secciones anexadas a la antología de Lezama, se advierte: “Según indica Bartolomé José Gallardo en su bibliografía, por el tipo de letra [del manuscrito] se nota que es un texto renacentista. Además, lenguaje y estilo se muestran netamente clasicistas, lejos de la intensidad cultista y tropológica del Barroco.”[5]
El interés como cronista o historiador de Fray Escobedo no lo conducen a la indagación y reflejo de datos exactos sobre los hechos que relata, ya que en la obra no menciona ni siquiera la fecha en que salió de España, los nombres de los barcos en que viajó, si aprendió el idioma de los aborígenes, la ubicación de los asentamientos y ciudades que visitó, las distancias recorridas…, en fin, solo el espectáculo de la vida diaria, que lo atrae y que usa como pretexto para moralizar sobre las costumbres de los nativos, las prácticas religiosas y sexuales.
En su trabajo sobre La Florida, el hispanista J. Rus Owre nos advierte de aquellos valores de la obra que, a pesar de sus omisiones y defectos, señalan su importancia para historiadores y estudiosos de la literatura y la cultura en el Continente:
Si se le conoce hoy día a Escobedo, es como historiador y no como poeta. Escribe de lo que él mismo vio, y de lo que otros le contaron, con una veracidad y un cuidado al parecer admirables. Nos dice adonde fue, cómo y con quién. Nos describe al indio —su ropa, su comida, sus deportes, su manera de cazar y pescar, su casa, su religión, su vida sexual—. Habla de la tierra y del mar, y de sus productos: árboles, vegetales, frutas, animales, peces. Aún nos da un esbozo de la vida criolla en Cuba y en la Isla Española. Siempre insiste en que podemos confiar en cuanto nos dice. O él mismo lo vio, o nos certifica que se lo contó a él una persona digna de fe.
Aunque, quizás en su afán versificador, Fray Escobedo olvidara presentarnos referencias cronológicas de su viaje y sobre la fecha de composición del poema, por una mención que hace a que acaba de morir el rey Felipe II (lo que aconteció en 1598), es posible suponer su escritura entre 1598 y 1600. De modo que estamos ante el primer texto poético con notables referencias temáticas a Cuba, ya que si bien Juan de Castellanos en sus “Elegías de Varones Ilustres de Indias” (Madrid, 1589), dedicó su Elegía VII al “Elogio de Diego Velázquez de Cuellar,” Adelantado de la Isla de Cuba, sus notas sobre Santiago y el ambiente que rodeaba al ilustre conquistador, son apenas un par de versos.
Que sepamos hoy, el primer hombre que escribió sus impresiones sobre estas tierras fue Cristóbal Colón en su célebre Diario, del que solo se conserva el extracto del Padre Bartolomé Las Casas, quien asimismo sería uno de los cronistas más importantes de la vida en las llamadas “Indias Occidentales”, junto a Bernal Díaz del Castillo, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Antonio de Herrera y otros que refieren hechos históricos de aquellos años iniciales de la conquista y colonización en las Antillas. Tales documentos resultan valiosos para nuestra historiografía literaria, ya que relatan acontecimientos, hechos heroicos y costumbres, por los cuales podemos comprender la conformación de nuestra identidad.

—II—
Los fragmentos cubanos de La Florida no pasan de unas doce páginas en el manuscrito original, del folio 199 al 211, y constituyen la parte final del canto segundo de la segunda parte y las secciones tituladas: “Contiene este canto la promesa que hicimos en la tormenta. Estuvimos algunos días en la villa de Baracoa de la Isla de Cuba y en ella vi las cosas notables siguientes” y “Contiene este canto cómo navegando nuestra gente a La Habana, salió una lancha de franceses para robarnos y cómo un hombre de Canarias, con pocos amigos, se levantó con dos naves inglesas”. Eran tiempos de piraterías, pugnas entre potencias coloniales y heroicidades, solo que en vez del héroe negro Salvador Golomón, que unos años después nos presenta El Espejo de Paciencia (1608), aquí se trata de un isleño de Canarias.
Las dos primeras octavas reales en que se hace mención de Cuba, que también era conocida como La Dorada por sus yacimientos de oro, están referidas al avistamiento de Baracoa. Señala Fray Alonso que no son muchos los pobladores de la villa pero sí sus riquezas, dirá: “que, aunque pobre de gente, no lo es de oro”.
El canto siguiente hace alusión a la estancia en Baracoa y se inicia con el cumplimiento de una promesa realizada en medio de una tormenta, de celebrar misa si llegaban sanos a puerto; y a la hospitalidad de indios y españoles para con los viajeros:
Las misas se dijeron, y cumplimos
lo que se prometió en el mar airado;
en Baracoa juntos estuvimos
con mucho regocijo y desenfado;
mil regalos y gustos recibimos
del belicoso indio y fiel soldado,
pero primero que salí del puerto,
diré lo que vi allí, es caso cierto.
El panorama que nos ofrece es de indudable valor histórico, puesto que resulta un observador acucioso sobre las costumbres y riquezas de nuestra Isla. Hoy sabemos que la explotación de las minas de oro por parte de los colonizadores fue despiadada y agotó prácticamente este recurso. En cambio, entonces eran famosos los yacimientos del preciado metal, leyenda que atrajo a decenas de españoles y que se encarga también de propagar Escobedo: “porque hallarán en ella minas de oro/ que tiene cada una un gran tesoro”. No le falta entusiasmo para promover el mito sobre la fortuna inusitada que podía reunirse en las Américas, al tiempo que nos habla de que ya los indios van escaseando y por eso varios colonizadores han traído negros —más fuertes y rendidores que los nativos— para la explotación de las minas y la obtención del oro en los ríos de Cuba:
El capitán Vizcardo, lusitano,
de doce negros fuertes se servía,
que en las aguas que corren al Océano
sacaban grande suma cada día;
por caso averiguado, cierto y llano,
toda la negra gente le ofrecía,
de sol a sol, cuarenta y más ducados
de oro fino en plata conmutados.
Es consciente de que el maltrato a que los conquistadores sometieron a los aborígenes fue la principal causa de su exterminio, pero se asombra ante la rebeldía de algunos nativos que prefieren la muerte a vivir esclavos: “aunque el varón más fuerte desconcierta;/ por tener por mejor el indio activo/ poner fin al vivir que ser cautivo”.
La riqueza de la Isla, ya lo predecía Colón, no será solo en metal dorado, también en su flora, la barroca vegetación y la abundancia de frutos que asombran al viajero, “mucha copia de frutas y comida”. Hace un aparte que considero especialmente valioso, para explicar el proceso de la confección del casabe, luego de la siembra y cultivo de la yuca.
El ver sembrar, coger y hacer cazabe,
al más sabio suspende y más discreto;
su gusto no es cual nuestro pan suave,
el de Castilla en todo más perfecto;
el de las Indias, a madera sabe,
que de toda pobreza es vivo objeto;
mas sirve como pan este sustento
en las Islas que están a Barlovento.
Escobedo nos hace recordar enseguida el viejo adagio: “Cuando no hay pan, se come casabe”.
De indudable valor es su relato sobre la siembra y recolección de la yuca, para la posterior elaboración del necesario alimento que ha venido a sustituir el pan por la escasez de trigo y a resolver un problema en la dieta de los habitantes de la Isla. Anota que una vez recolectada la yuca, se procesa: “Lávanle con grandísimo cuidado/ dejándole cual nieve en su pureza;/ con cueros de libica, un mal pescado”. Después de rayada la masa blanca y cruda es puesta a curar en “calzas de la palma fabricadas,/ y haciendo dellas a la horca”. Es decir, en una especie de largo tejido confeccionado con hojas de palma al cual servía de contrapeso alguna piedra, de manera que pudiese escurrir el líquido, ya “que sale un agua clara y venenosa,/ que morirá quien della beber osa”.
El proceso culmina con la cocción al fuego, en una especie de marmita, y el secado al sol:
Después que toda el agua fue estilada,
un gran lebrillo ponen en el fuego,
y en el suelo una hornilla bien labrada
porque se cuaje el cazabe luego;
y siendo cada torta bien tostada,
porque la lumbre no le da sosiego;
y puesta al sol después de bien cocida,
durará largo tiempo esta comida.
Otra ventaja del cazabe sobre el pan, a pesar de su sabor “a madera”, será que una vez elaborado resistirá los rigores de las temperaturas tropicales y de largos viajes. No obstante, Fray Escobedo, tan arraigado en sus costumbres, tan español, a diferencia de un Zequeira o de un Rubalcaba que hacen el elogio de los frutos de Cuba en detrimento de los europeos, añade que “comparado con el trigo, es puro lodo,/ porque daña al que come las encías;/ ponen descomunión al que comiere,/ si agua junto a sí no la tuviere.”
Pero, esa misma mirada de europeo nos dará regalos de asombro y señalará lo real maravilloso americano de nuestra flora. Sobre el Árbol Nacional de Cuba, expone:
No son cual los de España los palmitos,
son palmas de diez brazas en altura,
que los que cortan quedan tan aflictos
que suelen quitar la vestidura;
guardan en la dejar antiguos ritos,
imitando a los indios de cordura,
que para trabajar se despojaban
porque el vestido con sudor manchaban.
No faltará tampoco su elogio a las frutas endémicas:
Guayaba vi infinita, que madura,
es su comer dulcísimo y sabroso;
y plátanos maduros de dulzura
que tienen el sabor maravilloso;
y piñas, cual del pino su figura,
que quien las come queda tan gustoso
que de fruta el sabor más regalado
dejará de comer este bocado.
Exalta a la piña como una de las maravillas descubiertas en América. Nos refiere que vio plantaciones de limas, toronja y limones, enormes sembradíos de naranjales, en campos y montañas, “cada naranja como una cabeza”. Pone en paralelo al mamey con el melocotón: “Comerá del mamey, fruto gustoso,/ a los melocotones comparado,/ colorado cual ellos y oloroso”; y propone un símil, a mi modo de ver infeliz, para describir al aguacate: “aguacate es comida regalada/ cual manteca de vacas extremada”.
Quizás Escobedo no vio grandes ríos antes de llegar a América, porque se asombra de la fuerza de uno de los nuestros, sabemos que poco caudalosos: “ver la fuerza del río es maravilla,/ cuyo rápido curso es inhumano”. ¡Inhumano! Buen adjetivo para la fundación de lo real-maravilloso y del imaginario mítico en nuestra literatura.
La hospitalidad ha sido otro de los blasones del cubano, que se encarga de reseñar nuestro poeta-cronista:
No se gasta dinero en el camino,
en todas partes da buena comida,
nunca falta ternera de contino
que comerla en verano da la vida;
agua fría se bebe que no hay vino;
la gente es dadivosa y tan cumplida,
que da con mucho gusto lo que tiene
al caminante que a su casa viene.
Se come bien y sin pagar… ¡Vengan señores vengan! Solo debo advertirles que no hay vino en estas mesas, pero sí “agua fría”, ya les dije que tampoco pan, sino casabe…
Aparece, por fin, el criollo, hospitalario para con los visitantes, al punto de regalar riquezas y pobrezas, no en balde “por su señora tiene a la largueza”. Leemos:
Aunque nuestro español vaya de paso,
le darán diez caballos con presteza;
ningún criollo muestra en ser escaso,
por su señora tiene a la largueza,
y si llegan diez huéspedes acaso,
lo regalan y dan de su pobreza
un día, dos, y diez, cincuenta o ciento,
y les sirven con gusto y gran contento.
Parece que ya entonces el fomento de la ganadería daba buenos resultados, porque las alusiones a las manadas que se reproducían solas en medio de los bosques, abundan en este canto. Especialmente en el caso de los caballos, anota:
Críase de caballos muchedumbre,
por ser la tierra opulenta y gruesa,
y tienen los isleños por costumbre
cazarlos en la selva más espesa…
Conocedor del esfuerzo que se necesita en España para lograr la reproducción y el cuidado de briosos corceles, admira que aquí, sin cebada ni otro alimento especial, haya sido posible fomentar una población de equinos numerosa y de tanto vigor.
Admírame de ver que sin comida
caminan con crecida ligereza,
pues cebada no vieron en su vida
y no dan muestra alguna de flaqueza;
comen la yerba sola que hay crecida…
El milagro de la multiplicación de panes y peces gracias a los prodigios de la naturaleza americana queda explicitado con entusiasmo poco religioso en lo referido a la fecundidad de los caballos, convertidos todos en garañones por obra de los siguientes versos: “es padre cada cual de una manada/ de más de treinta yeguas numerada”.
Interesante resulta el relato de los entretenimientos o juegos de españoles y nativos, como el de atravesar el río a nado, a riesgo de perder la vida en el torrente o el de salir a lidiar toros.
Vi salir por dar gusto a nuestra gente,
la de todo aquel pueblo cabalgando
a buscar algún toro diligente
que muestras de braveza fuese dando;
topamos uno acaso, de repente,
y a él salió un jinete de mi bando,
y por estar la tierra algo mojada,
diré lo sucedido en la jornada.
Gracias a la pluma de Escobedo, nuestros criollos parecen héroes de epopeya, caballeros valerosos que se enfrentan a criaturas salvajes, cual San Jorge batallando contra el Dragón. En una descripción cinematográfica, relata el duelo entre “el bravo criollo” y “el toro fiero”. Haciendo una alusión clásica, proclama que los criollos “merecen bien la honrada silla/ que Marte suele dar al que más ama”. El valor temerario de estos hombres es causa de gran admiración y orgullo, de ahí que eche mano a un refrán para mejor explicitarlo:
¡oh valor de criollo a maravilla!
De buena cepa nunca mala rama;
si vuestro abuelo y padre fue valiente,
vos lo mostrastes ser a nuestra gente.
Tan abundante es la población de reses y tanta riqueza produce el floreciente comercio de cueros, que los jinetes se divierten dando caza y matando toros criados en manadas salvajes, para demostrar su valor, y solo toman de ellos el sebo y los cueros, abandonando la carne a la rapiña de las auras, a quien Dios parece haber encomendado el saneamiento:
Si el aura yacarera en reses muerde,
es porque Dios eterno se lo manda,
para que quede limpia aquella tierra
y el corrompido viento no dé guerra.
La naturaleza de la Isla es del todo deslumbrante y glorificadora de la obra divina. Hace mención el viajero de los bosques, que ofrecen su sombra a través de cualquier camino (“es tan grande la espesura/ que no pueden los rayos del Oriente,/ con sus doradas hebras de hermosura/ bañar el duro suelo de Occidente”); anota que el “copado seibo” es el árbol más alto, razón por la que ningún otro podría hacerle sombra; habla de la “dama agua” y sus utilidades…
En el canto siguiente, Escobedo insiste en la diversidad y bondades de nuestros bosques, que comienzan a ser talados y vendidos en Europa. “Del ébano que a España traen, preciosos” dice que vio una lanza “de tanta altura/ que tuvo treinta pies el palo hermoso”, guardado para obsequiarlo “al duque de Medina”. Es esta otra posibilidad para el comercio, ya que los marineros pagan “por el quintal” de maderas “cuatro reales en lienzo o en dineros”.
Portentos no faltan a la vista de nuestro Marco Polo deslumbrado, quien aprovecha cualquier oportunidad para transmitir a sus lectores los conocimientos que va adquiriendo en la aventura. Flora y fauna no parecen enteradas de la creciente presencia de los conquistadores que terminarán asediándolas y agotándolas. Tal es el caso de las tortugas que van a la playa a poner sus huevos en la arena, según una costumbre milenaria:
Vide salir del mar la gran tortuga,
más ancha que la más ancha rodela,
del agua sale a tierra haciendo fuga
que ninguna de muerte se recela;
en abriendo de popa una verruga,
a la playa su parte le revela,
y en ella de una vez por cierta cuenta,
deja de un hoyo huevos más de treinta.
Al igual que otros cronistas y misioneros de la época, el Padre Escobedo se interesa por las costumbres y prácticas religiosas de los aborígenes; y como la mayoría de estos los acusa por sus hábitos paganos:
Anduve por saber con entereza
los dioses que los indios adoraban,
y supe de los viejos con certeza,
que al Demonio envidioso respetaban,
y que solían guardar una simpleza,
que al difunto comida le llevaban
un año sin faltar un solo día,
porque a comer el mísero venía.
La reverencia por los muertos queridos, tan arraigada en nuestra cultura, en que se alienta la resignación mediante el recuerdo y cuidados como llevarles comidas a las tumbas, es práctica conocida en varias civilizaciones, fundamentalmente orientales, pero también existía en las Antillas. Esta octava del poema nos sirve para ejemplificar cómo han perdurado en Cuba ritos de los aborígenes que luego se atribuyeron a influencias africanas o asiáticas.
¡Cuánto más útil nos resultaría el relato de Fray Escobedo si hubiese tratando de recoger las leyendas y cosmogonías de los nativos! Pero las notas que ofrece, matizadas por su religiosidad y tamizadas por los relatos de los indios conversos y doblegados al yugo de los colonizadores, no dejan de ser interesantes:
No cantaré de sus costumbres y ritos;
de sus dioses diré distintamente
que adoraban que son casi infinitos,
locura grande de tan ciega gente…
En el poema, Escobedo tendrá ocasión de sermonear al “infiel indio ignorante” que a riesgo de su perdición: “adoraba del sol el rayo ardiente”, de la luna “la belleza”, “del lucero claro la hermosura”, “el trueno cuyo estrépito es terrible”, el arcoiris, las estrellas… Aunque acaso Dios estuviese en cada una de sus creaciones y por eso el hecho de que reverenciaran el mar, el cielo, la tierra, “de la menuda arena los montones”, entre tantos otros elementos naturales, no revelaba paganías demoníacas sino sencillez y reverencia por la hermosa tierra que también cautiva al viajero español.
Enjuicia positivamente, sin embargo, que por temor a perder sus almas, los indios hayan aceptado la fe católica. De su mansedumbre nos dirá que “sujetan la cerviz a la obediencia” “y guardan de sí la paz del cielo”.
Pero para su desgracia y la de los viajeros que le acompañan, en las Antillas existen peligros mayores que los que pudieran acarrearles rebeliones de aborígenes, ya que corsarios y piratas acechan desde el azul movedizo de la mar nueva. El canto siguiente relata cómo en la travesía de Baracoa a La Habana, pasando por Bayamo los ataca una embarcación francesa, debido al afán del capitán de “navegar por el atajo”, cerca de la costa, evitando las peligrosas corrientes oceánicas.
Cual Sancho urgido por la desesperación, Escobedo echa mano a un par de refranes y exclama “que no hay ningún atajo sin trabajo” y que “por escapar un mal pequeño/ en manos soléis dar de otro más grave”. En cambio, para suerte de todos —los aventureros que le acompañaban en la travesía, el fraile poeta y sus lectores de hoy—, “el fuerte leño” —seguramente cubano— de que estaba construida, resistió los bajíos y corrientes del Caribe al tiempo que demostró su ligereza, a la que debemos la fuga de la embarcación. La nave y su destino no pudieron ser capturados por aquellos filibusteros, quienes acaso osaban impedir la escritura y posterior hallazgo de La Florida, poema que tiene ganado su sitio en los orígenes de nuestra cubanía.


Luis Rafael
La Habana, febrero de 2005













LA FLORIDA
(1598-1600?)
FRAY ALONSO GREGORIO DE ESCOBEDO

[Fragmentos Cubanos]

[………………………………]

A Manasi, una punta así nombrada,
nuestro veloz navío fue llegando,
por dar felice fin a su jornada
de entrar en Baracoa procurando;
ésta se llama, hermanos, La Dorada,
dijo nuestro cristiano y fuerte bando,
que encierra dentro en sí grande tesoro
que, aunque pobre de gente, no lo es de oro.


De Baracoa el puerto descubrimos,
adonde el capitán iba de intento;
con gozo inusitado en él surgimos,
por llevar en la popa el norte viento;
del pueblo gran regalo recibimos,
y porque con flaqueza agora siento
las tres potencias, dejaré pendiente
lo que diré mañana a nuestra gente.

Contiene este canto la promesa que hicimos en la tormenta. Estuvimos algunos días en la villa de Baracoa de la Isla de Cuba y en ella vi las cosas notables siguientes:

Cuando la varia Diosa levantare
al hombre en lo más alto de la luna,
debe temer, y es justo que repare
por ser siempre mudable la fortuna;
el que con sus favores se elevare,
no haga de él ni dellos cuenta alguna;
pues suele al que los goza, si es tirano,
quitárselos, al justo dar la mano.

Hoy se la dio a don Diego de Noguera
y a Diego de Escobedo valeroso,
y a quien iba siguiendo su bandera,
y no al ladrón inglés facineroso,
que pusieron, cual dije, en la galera
con su escuadrón en número copioso
de ciento y más cincuenta compañeros,
todos valerosísimos guerreros.

En la vista presente o en la futura,
pagará cada cual por su delito,
como pagó el inglés por su locura
en galera, como es antiguo rito;
llorando allí su triste desventura,
arando con el remo el gran distrito,
ofreciéndole al mar el de sus ojos,
otro mayor de lágrimas y enojos.

Pero nuestra nación, sabia y prudente,
pagó (después que puso el pie en la tierra,
formando un escuadrón de los de Oriente
que pudo a mil corsarios darle guerra),
la promesa que hizo en Occidente;
pues gran copia de lágrimas destierra
del mar de sus dos ojos el soldado,
y el capitán valiente y esforzado.


En esto claramente nos mostraba
que a Dios tenían suma reverencia;
que la ropa un varón se despojaba,
haciendo al que dirán gran resistencia,
cuyo ejemplo a la gente provocaba
a conocer que Dios por su clemencia,
le dio tanta humildad, divina prenda,
prenda divina con que Dios pretenda.

Las misas se dijeron, y cumplimos
lo que se prometió en el mar airado;
en Baracoa juntos estuvimos
con mucho regocijo y desenfado;
mil regalos y gustos recebimos
del belicoso indio y fiel soldado,
pero primero que salí del puerto,
diré lo que vi allí, es caso cierto.

Verá quien estuviere en La Dorada,
(que así llaman la Isla referida,
aunque pobre de gente y despreciada),
mucha copia de frutas y comida;
fuera de todo el m8undo respetada,
si de españoles fuera guarnecida,
porque hallarán en ella minas de oro
que tiene cada una un gran tesoro.

El capitán Vizcardo, lusitano,
de doce negros fuertes se servía,
que en las aguas que corren al Océano
sacaban grande suma cada día;
por caso averiguado, cierto y llano,
toda la negra gente le ofrecía,
de sol a sol, cuarenta y más ducados
de oro fino en plata conmutados.

Sacábanle los indios de Occidente
cuando fue La Dorada descubierta,
y por tratarles mal los del Oriente
a la muerte se entraban por la puerta,
amando el cruel rigor de su accidente,
aunque al varón más fuerte desconcierta;
por tener por mejor al indio altivo
poner fin al vivir que ser cautivo.


El ver sembrar, coger y hacer cazabe,
al más sabio suspende y más discreto;
su gusto no es cual nuestro pan suave,
el de Castilla en todo más perfecto;
el de las Indias, a madera sabe,
que de toda pobreza es vivo objeto;
mas sirve como pan este sustento
en las Islas que están a Barlovento.

El modo de plantarle es el siguiente:
hacen montones dentro de un cercado,
y deja a cada uno ancha frente
el indio en la labor ejercitado;
en lo cavado plantan sabiamente
cuatro parrones, dos a cada lado,
dejándolos crecer dentro en su casa,
hasta que un mes de enero y otro pasa.

Cuando ha llegado el tiempo, cual conviene,
visita el labrador su sementera,
y en ella con su azada se entretiene
cavando el llano, el cerro y la ladera,
y se alegra de ver el bien que tiene,
y largo tiempo con paciencia espera
el fruto no maduro, cual prudente,
cogiendo él que lo está discretamente.

Lávanle con grandísimo cuidado
dejándole cual nieve en su pureza;
con cueros de libica, un mal pescado,
le tallan, porque son de fortaleza;
es el modo que digo señalado
de gusto singular y gran limpieza;
que ver la que se guarda en La Dorada,
alienta, refrigera y desenfada.

Sus blandas raeduras ponen luego
en calzas de la palma fabricadas,
y haciendo dellas a la horca entrego,
en ella por gran rato están colgadas;
ponen en el remate un peñón ciego
con cuyo peso quedan tan tiradas
que sale un agua clara y venenosa,
que morirá quien della beber osa.


Después que toda el agua fue estilada,
un gran librillo ponen en el fuego,
y en el suelo una hornilla bien labrada
porque se cuaje el cazabe luego;
y siendo cada torta bien tostada,
porque la lumbre no le da sosiego;
y puesta al sol después de bien cocida,
durará largo tiempo esta comida.

El cazabe se hace deste modo,
y está sin corromperse muchos días;
si os da gusto, podréis llevarlo todo
por el mar o por tierra largas vías;
comparado con trigo, es puro lodo,
porque daña al que come las encías;
ponen descomunión al que comiere,
si el agua junto a sí no la tuviere.

Suele ser ocasión esta comida
del último remate del aliento;
al que la come priva de la vida
si de beber no queda bien contento;
ponen al diestro lado la bebida
que para respirar es fundamento,
y cuando falta el agua, es caso cierto
que el triste que no bebe, queda muerto.

Cortamos un palmito (es cierta cosa),
que admirará, si acaso lo refiero,
que abrió a treinta hombres franca puerta
para comer del último al primero;
y aunque su gusto a más comer despierta,
afirmo yo que atrás quede postrero,
que había que comieran otros veinte
quedando satisfecho el más valiente.

No son cual los de España los palmitos,
son palmas de diez brazas en altura,
que los que cortan quedan tan aflictos
que se suelen quitar la vestidura;
guardan en la dejar antiguos ritos,
imitando a los indios de cordura,
que para trabajar se despojaban
porque el vestido con sudor manchaban.


Guayaba vi infinita, que madura,
es su comer dulcísimo y sabroso;
y plátanos maduros de dulzura
que tiene el sabor maravilloso;
y piñas, cual del pino su figura,
que quien las come queda tan gustoso
que de fruta el sabor más regalado
dejará de comer este bocado.

De naranjales vi tanta maleza
que parece su número infinito;
cada naranja como una cabeza,
en toda la montaña y su distrito
verlas, cuando maduras, es belleza;
doy gracias al señor santo y bendito,
a cuya adoración provoca y llama
no sólo el cielo mas la verde rama.

Por el monte verá quien tiene cuenta,
infinidad de limas y limones,
que a la vista el remedio le presenta
porque detengan todas sus pasiones;
vedrá cidra y toronja que acrecienta
gran gusto en afligidos corazones;
terná sumo contento el del Oriente
que camina por tierra de Occidente.

Comerá del mamey, fruto gustoso,
a los melocotones comparado,
colorado cual ellos y oloroso,
tiene dos huesos, uno a cada lado;
verá el papayo, árbol muy vistoso,
su sabor al mastuerzo asimilado;
aguacate es comida regalada
cual manteca de vacas extremada.

De las palmas que dejo atrás citadas,
son las camisas; como de un palmito
del tiempo envejecido derribadas,
sujetas a su duro yugo y rito,
dellas son canoillas fabricadas
en toda aquella costa y su distrito;
en que pasa su ropa nuestra gente,
en llegando a la orilla del torrente.


Cuando se hallare junto de la orilla,
aunque tan honda como el mar oceano,
su caballo el jinete desensilla
y deja sin camisa el cuerpo humano;
ver la fuerza del río es maravilla,
cuyo rápido curso es inhumano,
pero las dos columnas españolas
bastan para cortar del mar las olas.

Ponen en la canoa su vestido,
atándole a un cordel en el un lado
y el nadador le lleva el diente asido
y en el torrente entra acelerado;
pasa como animoso y atrevido,
y da bordos con uno y otro lado,
y después de llegado a la otra parte,
al suelo su vestido da y reparte.

Vuelve luego a pasar como animoso,
y toma su caballo de la rienda;
pasa otra vez el charco peligroso,
y a su rocín la silla da en ofrenda;
y luego en se vestir no es perezoso,
que puede en ligereza poner tienda,
y saltando en la silla larga el freno
al palafrén por monte, o prado ameno.
No se gasta dinero en el camino,
en todas partes da buena comida,
nunca falta ternera de contino
que comerla en verano da la vida;
agua fría se bebe que no hay vino;
la gente es dadivosa y tan cumplida,
que da con mucho gusto lo que tiene
al caminante que a su casa viene.

Aunque nuestro español vaya de paso,
le darán diez caballos con presteza;
ningún criollo muestra en ser escaso,
por su señora tiene a la largueza,
y si llegan diez huéspedes acaso,
lo regalan y dan de su pobreza
un día, dos, y diez, cincuenta o ciento,
y les sirven con gusto y gran contento.







Críase de caballos muchedumbre,
por ser la tierra opulenta y gruesa,
y tienen los isleños por costumbre
cazarlos en la selva más espesa;
domados son de grande mansedumbre,
que en el parar no muestran suerte aviesa,
pues puede un niño, como si hombre fuera,
pasar sin ningún miedo la carrera.

Admírame de ver que sin comida
caminan con crecida ligereza,
pues cebada no vieron en su vida
y no dan muestra alguna de flaqueza;
comen la yerba sola que hay nacida,
que para quien camina es gran pobreza,
y deste modo andan las jornadas
que al que camina en ellos son forzadas.

Cuando salen del monte y van entrando
en la sabana tierra que los cría,
andan tantos caballos relinchando
que dan muestras de mucha lozanía;
la crín y cola en alto levantando,
mostrando en el correr gran gallardía;
es padre cada cual de una manada
de más de treinta yeguas numerada.

Son caballos sin dueño los que digo,
pero aquel que lo fuere de ganado,
los mira cual si fuera su enemigo
porque les causa verlos mucho enfado,
que quitan al ganado manso amigo
la yerba que crió Dios en el prado,
y no puede comer lo necesario
el toro ni la vaca de ordinario.

Y dan muerte por esto a los rocines
y a sus madres las yeguas corredoras,
hollando de los llanos los confines
cuando están con seguro a ciertas horas;
no pueden conseguir sus dulces fines
aquellas pobres gentes pecadoras
de dar a su ganado la comida
si a los caballos no privan de vida.


Vi salir por dar gusto a nuestra gente,
la de todo aquel pueblo cbalgando
a buscar algún toro diligente
que muestras de braveza fuese dando;
topamos uno acaso, de repente,
y a él salió un jinete de mi bando,
y por estar la tierra algo mojada,
diré lo sucedido en la jornada.

Diole al jinete al caballo rienda
con la jarretadura aguda en mano,
y al toro arremetió por una senda
porque iba como un corzo por el llano;
pero porque ocultarse no pretenda,
las hijadas labró del alazano,
que fue causa alanzar el toro fiero
el caballo feroz, por ser ligero.

Tanta caza le dio y con tal presura,
que fue ocasión que el toro arremetiera,
pretendiendo de darle sepultura
privándole de vida si pudiera;
tuvo el bravo criollo gran ventura,
pues aunque acometió la bestia fiera,
pudo de su caballo suelo echarse
que fue ocasión de muerte libertarse.

No se mudó el caballo poderoso
del sitio donde el freno le repara;
sólo el dueño, como hombre valeroso,
se opuso con el toro cara a cara,
mostrándose valiente y animoso;
las manos prestas en la mano cara,
y cuando la ocasión le fue oportuna
la muerte al toro dio con media luna.

Estos fueran valientes en Castilla
dejarretando al toro de Jarama;
éstos merecen bien la honrada silla
que Marte suele dar al que más ama;
¡oh valor de criollo a maravilla!
de buena cepa nunca mala rama;
si vuestro abuelo y padre fue valiente,
vos lo mostrastes ser a nuestra gente.


Salimos otro día en junto el suelo,
según como salimos el pasado,
jurando los jinetes por el cielo
de darle muerte al toro más osado;
a todas partes con ligero vuelo,
corrieron sus caballos por el prado,
mostrando en ello mucha gallardía
siguiendo al capitán que iba por guía.

Eran diez los jinetes que ocuparon
de la fértil sabana el puesto largo,
y a los feroces toros molestaron
dándoles con sus armas fin amargo;
en sangre roja todas las mancharon,
tomando cada uno diez a cargo,
para los despojar de proa a popa
por sólo aprovecharse de la ropa.

El sebo solo blando y amoroso
llevan con lengua y cuero del ganado;
la carne no les saca de reposo
ni muestran por perderla mucho enfado;
el cielo que es en todo piadoso,
unas aves crió a quien ha dado
las reses que murieron aquel día
para que se las coman a porfia.

Estas son una aves cual milanos,
y con otras que llaman acareras,
despedazan las reses en los llanos
comiendo y vomitando muy de veras;
admíranse de verlo los humanos
que consuman las vacas siendo enteras,
y dellas dejan sola la osamenta,
como verá quien tiene en ello cuenta.

Admirable merced que Dios se acuerde
de aquella gente isleña miseranda,
para que del pecado se recuerde
y enmiende su vivir si en males anda;
si el aura y acarera en reses muerde,
es porque Dios eterno se lo manada,
para que quede limpia aquella tierra
y el corrompido viento no dé guerra.


Aunque arda el sol en medio de su curso,
se puede por el monte tomar vía
cuya sombra le sirve de recurso
al caminante, sin que lleve guía;
con tener solamente un buen discurso,
si caminaron cuando ya es de día,
jamás podrán perderse en el camino
por ir por la montaña de contino.

De la cual es tan grande la espesura
que no pueden los rayos del Oriente,
con sus doradas hebras de hermosura
bañar el duro suelo de Occidente;
y aunque el copado seibo más procura
gozar de su calor resplandeciente,
es imposible por hacerle sombra
otra más alta que a la luz asombra.

De sólo un seibo se hace un gran navío
con trinquete, mayor y cebadera,
y navega con tal destreza y brío
como lo puede hacer una galera
no sólo por el curso de algún río
mas en el mar océano la ola espera,
que suele ser tan alta como roca
que por hallarle inmóvil no le toca.

Un árbol que en las Indias Dios ofrece,
tiene por propio nombre dama agua;
a todo el que de él goza, le enriquece
como al herrero la chisposa fragua;
o como al duro suelo que humedece
el santo cielo con sus venas de agua,
que por su causa da fruto doblado
que causa al labrador gran desenfado.

Pues esta especie de árbol tiene esencia
de todos los criollos estimada;
yo vi con propios ojos la experiencia
que contemplar en ella desenfada;
será no darme crédito, inclemencia,
y de gente proterva y obstinada,
que por ser árbol de tan alta estima,
aunque diga verdad, verdad me anima.


Sirve de pedernal, pues da su fuego,
y asimismo de yesca, pues enciende;
es también eslabón que hace luego
que saque clara luz quien la pretende,
para sacarla fue ocasión mi ruego,
trato verdad si viere quien la entiende,
sácanla con dos palos y provoca
a dar lumbre uno dellos donde toca.

Como salió la luz quedé asombrado,
y es de admirar un caso semejante,
y llegándose al árbol un soldado
sacó una gran corteza en un instante,
y della una gran soga ha fabricado
cual maroma finísima flamante,
de tal grosura y tanta fortaleza
que del mar resistiera la braveza.

Hace gruesas maronas con que aferra
las naves el piloto y marinero,
sin las sogas que gastan en la tierra
todo el que tiene oficio de arriero;
la penuria totalemente destierra
esta especie de árbol que refiero,
de modo que la gente está opulenta
y lo verá quien tiene en ello cuenta.

Vide salir del mar la gran tortuga,
aás ancha que la más ancha rodela,
del agua sale a tierra haciendo fuga
que ninguna de muerte se recela;
en abriendo de popa una verruga,
a la playa su parte le revela,
y en ella de una vez por cierta cuenta,
deja en un hoyo huevos más de treinta.

Dioles en el arena sepultura,
que en su frígido seno los fomenta,
y del vivir les da carta segura,
la experiencia lo dice y representa;
y aunque cual de tortuga es su figura,
la arena les dio ser y se le aumenta,
y es su madre, cual lo es la que los deja
a que gocen del sol y su madeja.


Anduve por saber con entereza
los dioses que los indios adoraban,
y supe de los viejos con certeza,
que al Demonio envidioso respetaban,
y que solían guardar una simpleza,
que al defunto comida le llevaban
un año sin faltar un solo día,
porque a comer el mísero venía.

No cantaré de su costumbre y ritos;
de sus dioses diré distintamente
que adoraban que son casi infinitos,
locura grande de tan ciega gente;
mas los indios de agora están contritos,
y guardan la doctrina refulgente
de la iglesia de Dios con gran respeto,
tiniéndola en el alma por objeto.

Sujetan la cerviz a la obediencia
de su gobernador sin faltar punto,
y a sus mandatos no hacen resistencia
y son de caridad vivo trasunto;
tienen de todo pobre gran clemencia,
con más puntalidad que yo lo apunto,
y guardan entre sí la paz del cielo,
dad para los hombres de este suelo.

Es la divina paz de gran momento
por dárnosla Jesús, rey de la gloria,
bases, principio y firme fundamento
de gozarla los dignos de memoria;
a quien falta le sobra gran tormento
en el eterno caos de la discordia;
como sin fin padece el cruel pirata,
según que el otro canto nos relata.

Contiene este canto como navegando nuestra gente a La Habana, salió una lancha de franceses para robarnos, y como un hombre de Canaria, con pocos amigos, se levantó con dos naves inglesas.

Si sirve al fiel la fe de luz divina
para atinar a Dios, causa primera,
y veces infinitas lo encamina
en este mar del mundo y su carrera,
luego quien no la tiene desatina
por ser intolerable su ceguera,
y dará para siempre en el abismo
por no llevar el agua del baptismo.


Por faltarle al infiel, claro nos muestra;
en su mente creía por muy cierto
ser verdad su opinión de error maestra
por afirmar que come el que fue muerto;
es ciega, sin verdad y tan siniestra
que no tuvo jamás ningún concierto,
ni le tuvo, ni le tiene, quien afirma
tan grande disparate y lo confirma.

Certísima ocasión del perdimiento
del indómito idólatra pagano,
es carecer de Dios que da sustento
a todo miserable ser humano;
es su causa eficiente y fundamento,
y rige mis sentidos con su mano,
y me manda la mía escriba y cante
verdades del infiel indio ignorante.


Dirélas sin torcer un solo paso,
soyles por ser cristiano aficionado,
en decirlas no fui jamás escaso
pero quien no las trata me da enfado;
si los indios las cuentan, es acaso,
sólo en mentiras ponen su cuidado;
ellas son de su gusto el fundamento
y de su alma el triste perdimiento.

Es del indio tan grande la rudeza
que adoraba del sol el rayo ardiente,
por sólo ser mayor en su grandeza
que los demás planetas de Occidente;
de la luna adoraban la belleza
por verla que salía en el Oriente,
y cuando se asomaba a sus balcones
la adoraban de puros corazones.

Y al arco que mostró Dios en la altura,
por el cual su palabra dio infalible
de no anegar su humilde criatura,
adoraban con término apacible;
y del lucero claro la hermosura,
y al trueno cuyo estrépito es terrible,
y a las que tienen nombre de Cabrillas
adoraban hincadas las rodillas.


Adoraban el mar, el cielo y tierra,
y de menuda arena los montones,
y con esto a sus almas hacían guerra
por apartar de Dios sus corazones;
en tal adoración, también se encierra
adorar las corrientes y peñones,
los montes, y los cerros y las fuentes;
todas adoraciones de insipientes.

Yo vide en Baracoa una culebra
llena de su piel de gran montón de heno,
que solía adorar sin haber quiebra,
el vulgo que de Dios estaba ajeno;
y medí con mis pies la larga hebra
de aquel bruto animal, feo y terreno,
que veinticinco pies tenía en longura
y el grueso como un pino de Segura.

Por ser notable el daño que hacía
en el simple y doméstico ganado,
vestido con el peto de osadía
un español de vida la ha privado;
vistiese todo el vulgo de alegría
mostrando por su muerte desenfado,
que carecía de él por la presencia
de fiera tan nociva y sin clemencia.

Del ébano que a España traen, precioso,
una lanza vi allí de tanta altura
que tuvo treinta pies el palo hermoso
medido con certeza y fiel mesura;
en su casa la tuvo un religioso,
sujeto a la obediencia en la clausura,
para enviarla al duque de Medina,
de Sanlúcar señor, y su marina.

Grandes montones vi del negro palo,
tiene con él la gente granjería,
quién lo lleva, les deja gran regalo
que reciben con gusto y alegría;
cortan el negro, el blanco, el bueno, el malo,
mostrando en el talar mucha porfía,
danles por el quintal los marineros
cuatro reales en lienzo o en dineros.

Dado fin al negocio que llevaba,
el capitán del pueblo se despide,
y cada pasajero se embarcaba,
su gusto con el gusto ajeno mide;
al terral el trinquete se entregaba,
que tal viento el piloto quiere y pide
para seguir la costa del Bayamo
a do el navío fue cual presto gamo

Gustamos más surcar aquella costa
que en la vieja canal dar en un bajo
que nos diera la muerte por la posta
por querer navegar por el atajo;
gástese más y hágase más costa,
que no hay ningún atajo sin trabajo,
que el hondo mar es cama del navío,
como lo es de la muerte algún bajío.

Aunque por escapar un mal pequeño
en manos soléis dar de otro más grave,
mi cristiana palabra doy y empeño
que pensamos perdernos con la nave,
y no en bajíos, porque el fuerte leño
de piezas fabricado, fue la llave
del gusto que después de él gozamos,
pues por su ligereza nos salvamos.

[…………………………………..]









[1] Historia de la Literatura Cubana, tomo I, Instituto de Literatura y Lingüística, Editorial Letras Cubanas, 2002, p. 8
[2] Cito a continuación las fuentes: “An early poem on Florida”, Maynard Geiger, Fortnightly Review de St. Louis, XLI, no. 12 (diciembre de 1934), pp. 271-272; “Rasgos autobiográficos del P. Escobedo en su poema La Florida”, Fidel Lajerza, Revista de Indias, Vol. I, No. 2, 1940, pp. 35-69; Biographical Dictionary of the Franciscans in Spanish Florida and Cuba (1528-1841), Paterson, N. J. St., Anthony Guild Press, en Franciscan studies, XXI, 1940; Experiencia misionera en la Florida, siglos XVI y XVII, Gregory Joseph Keegan y Leandro Tormo Sanz, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1957; Sangre Vizcaína en los pantanos de la Florida, Ignacio Omaechevarría, Victoria, 1948; “Apuntes sobre La Florida de Alonso de Escobedo”, J. Rus Owre, en AIH. Actas I, 1962; Antología de la poesía cubana, tomo I, Álvaro Salvador y Ángel Esteban, Ed. Verbum, Madrid, 2002.
[3] El término “criollo” comienza a aparecer por primera vez en textos de finales del siglo XVI y se usa para diferenciar a los nacidos en América de los españoles y los aborígenes. Años más tarde explicará Gracilazo de la Vega, hijo de una princesa inca y de un conquistador peninsular, en sus Comentarios Reales: “Los españoles han introducido este nombre en su lenguaje para nombrar los nacidos allá [en el Nuevo Mundo]”.
[4] Citado por J. Rus Owere, p. 3.
[5] Anexo, Antología de la poesía cubana, Ed. Verbum, Madrid, 2001, p. XV.

Taller de Literatura Infantil y Juvenil en Fuentetaja

Taller de Literatura Infantil y Juvenil
Claves para dirigirse a los más jóvenes.


FICHA RESUMEN TALLER
• Nivel: inicial
• Duración: Seis meses
• Apertura de grupos: Febrero 2008
• Precio del curso: 80 € al mes
• Precio de la matricula: 30 €



Introducción
Taller destinado a escritores de literatura infantil y juvenil. Puede ser cursado por aficionados a la escritura o autores con experiencia, alumnos con antecedentes en el trabajo en talleres o principiantes. Abordará los presupuestos básicos de dicha literatura, sus especificidades y géneros, así como técnicas narrativas.
A lo largo del curso se irán profundizando en las características de la literatura para niños y jóvenes, sus diferentes modalidades y realizando ejercicios de escritura creativa. La práctica escritural se centrará en la narrativa.

Descripción
El taller estará centrado en la descripción de la literatura para niños y jóvenes, sus presupuestos básicos y en la técnica para la escritura de textos creativos para niños. Al aficionado a la escritura que se acerca por vez primera a un taller de creación le será sumamente útil ya que lo dotará de los rudimentos necesarios para el análisis y la composición. Al alumno con experiencia en talleres, también le será de gran beneficio ya que a diferencia de otros cursos este focaliza una zona poco conocida y de interés universal, el mundo infantil, con sus particularidades psicológicas, sociológicas, históricas y presupuestos para la escritura de textos efectivos en la comunicación con el niño. Todo el trabajo será interactivo y combinando la teoría con la práctica de escritura.

Objetivos
- Profundizar en la literatura para niños y jóvenes desde su análisis crítico.- Desarrollar habilidades técnicas y la creatividad para la escritura de textos para niños y jóvenes.

Programa
1. El cuento como género, sus particularidades y diferencias con respecto a la novela. El protagonista y los personajes secundarios. El argumento
2. La literatura para niños y jóvenes. Panorama de su evolución. Especificidades de una literatura subvalorada en la contemporaneidad. Presupuestos básicos.
3. Tono, atmósfera, conflicto, intriga y trama en el cuento para niños.
4. Para quién escribimos, evolución de la psicología del niño, lenguaje, imaginación, intereses, temas adecuados para cada edad. Literatura infantil y juvenil.
5. La fábula. Personificación de animales. Ambiente, personajes. El didactismo y sus límites.
6. Mitos y leyendas de la literatura universal. El universo imaginario de la infancia.
7. Creación del “héroe”. Personajes mágicos y reales. Los peligrosos estereotipos.
8. Formas elocutivas: Diálogo, narración y descripción. Ritmo. Escena y resumen.
9. Construyendo un relato. El plan. Los pasos. El conflicto.
10. Orígenes y evolución del cuento. El relato destinado a los niños.
11. Las técnicas narrativas básicas del cuento. El punto de vista del narrador.
12. Los retos de la escritura para niños en el mundo contemporáneo. Tradición e innovación.
13. La palabra sugerente. El punto de vista imaginativo. Las funciones de Propp.
14. Los cuentos de hadas, policiacos, de misterio, enigmas y aventuras. El humor en la narrativa para niños.
15. Cuentos fantásticos y de ciencia ficción.
16. Las narraciones históricas. Las sagas clásicas y las modernas.
17. Mundos imaginarios y personajes reales.
18. Las aventuras y desventuras de un personaje y un autor. Consejos para organizar un libro y presentarlo a concurso o a una editorial.

Dirección y Coordinación
Dirección y coordinación
Luis Rafael: Narrador, poeta y ensayista. Dirigió los talleres Miguel de Cervntes (1989-1994), Enrique José Varona (1995-1997), la revista literaria Jácara (1995-2005). Ha publicado una docena de libros de diferentes géneros, entre ellos los títulos destinados al público infantil y juvenil: Dos leyendas (narrativa, 1996), El detective Perrín acude al llamado (cuentos policíacos para niños, 2002), Cuentos para dormir (cuentos para niños, 2005), Crece en mi cuerpo el mundo (poesía para niños, 2005), Mulato (novela para de aventuras para jóvenes, 2006). Su serie de libros del Detective Perrín alcanzó ventas de más de 100 mil ejemplares. Ha impartido cursos y conferencias sobre literatura y participado en eventos científico- investigativos dedicados al estudio de la literatura en varias universidades y centros culturales de Cuba y el extranjero. Sus textos han sido traducidos al inglés, al holandés, al ruso, al griego, al portugués y al árabe. Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo "Eliseo Diego", en 1996. Es Máster en Didáctica y Máster en Estudios Literarios. Colabora con el Instituto Cervantes como columnista de la sección Rinconete.


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