Las palabras hallan su límite y se encostran, gastadas por uso y abuso, estereotipadas, hasta la anunciación de nueva poesía. Poesía en verso o prosa, pero sinónima de creación y síntesis de la Naturaleza. Universo que solo mediante la metáfora puede ser holografiado.
La materia idiomática es realidad aunque oblicuamente resuma lo inefable y acaso consiga el empujón genésico. Adán nombra para poseer, Colón bautiza para recrear. Las palabras aletean revolviendo el plasma cósmico. Deben engendrar, desleír, hilar sílabas, unir picos, escamas, arborescencias aéreas y dentelladas. En la centrífuga del idioma, el pensamiento vomita su razón apropiadora, aprehensiva, y los hombres en principio propios se tornan plurales, los adjetivos verbos y las explicaciones silabeo imparable.
La chispa del significado cuaja en la palabra como único límite y horizonte. Sobre el polvo que flota viajando irremediablemente hacia el futuro, cada palabra en su formación léxica, desde su crepitar fonético, es ascua de poesía.
Las palabras modelan caminos opalescentes o hímnicos, estelas fugaces por donde bogar. Navegantes oportunistas, enlutamos bajeles al buen viento del discurso, melódico o rítmico, sintético o ambiguo, rielando sobre la espuma y creando, sí, re-creando, palabras. Para cada alumbramiento o descubrimiento, dúctil horizonte, solo posible desde la óptica multiplicadora de la poesía.
Oporto, 9 de febrero de 2007
martes, 16 de diciembre de 2008
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